Capítulo 8: Maniobras evasivas

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A la distancia, el centinela en el torreón de la muralla los divisó y dio aviso a los guardias de la puerta.

La diligencia venía arrastrada por dos nymox, bestias de carga semejantes a bueyes melenudos de pelaje atigrado.

Taish era transportada por dos caballeros en una camilla improvisada, mientras que otro escoltaba a Iako, que marchaba a pie, encadenado.

—¿Dónde se encuentra el resto de la expedición? —preguntó uno de los guardias, al detenerlos en la puerta de la ciudad.

—Al dar con la diligencia, los prófugos ofrecieron una fuerte resistencia —respondió el más maduro de los caballeros—. Acampaban en las inmediaciones y nos tendieron una emboscada. El capitán y los demás están muertos. Herimos de gravedad a uno de ellos, que ahora agoniza. Tras la caída del primero, el otro se rindió.

—¡Esto es inaudito! —replicó otro de los guardias—. ¿Cómo es que dos bestias incultas abaten a media tropa de caballeros entrenados? ¡Es deshonroso! —Hizo una pausa, para tomar aire—. Y como si fuese poco, en lugar de asesinarlos, los mantienen con vida.

—¡Baje usted su tono insolente, señor, que no tiene el rango suficiente para cuestionar nuestro accionar! —repuso el caballero, sulfurado—. Los conservamos con vida porque no es a nosotros a quienes les concierne decidir su castigo. Venimos a presentarlos ante la magnificencia del Señor Blast, para que Él los juzgue y les confiera la condena que ameriten sus crímenes.

—¡Calmen todos sus ánimos! —dijo alzando la voz un tercer guardia—. Los caballeros tienen razón: es al Excelso a quien le corresponde decidir el destino de estas despreciables criaturas. Pero antes de dejarlos pasar, debemos registrar el carruaje, como lo indica el protocolo de seguridad.

—Por supuesto —asintió el caballero—. No hallarán dentro más que los bultos sellados que el Señor Blast dirigía al Regente del Galath.

—Tendremos que inspeccionarlos, también —respondió escuetamente el guardia, al abrir las portezuelas del carruaje.

Teo y Scribble se esforzaron por contener la respiración y permanecer inmóviles. Estaban metidos en dos sacos de arpillera, camuflados con el resto del equipaje de la diligencia. El piper no había podido invisibilizarlos, porque luego de realizar este encantamiento debía esperar, al menos, unas doce horas para volverlo a efectuar. La invisibilización requería de un elevadísimo potencial de kánaj y Scribble lo había reducido casi a cero al hacer desaparecer a Iako y a Taish en el bosque de hayas.

—¡Claro, adelante! —contestó el caballero, al ver que el guardia se disponía a abrir los sacos—. Después tendrá usted oportunidad de explicarle al Excelso por qué bultos absolutamente confidenciales y que, de acuerdo a Su expresa voluntad, sólo debía abrir el Regente, han sido "inspeccionados".

Al oír aquellas palabras, el guardia tragó saliva y se echó hacia atrás.

—Pensándolo bien, no necesito abrirlos —dijo sonriendo nerviosamente—. De cualquier modo, todo parece estar en orden. ¡Vamos, déjenlos pasar! —gritó a los demás.

Las compuertas de hierro se levantaron y la diligencia ingresó a la ciudad.

—Escóltenlos hasta la entrada del ayuntamiento —ordenó a dos de menor edad—. Allí dispondrán de los rebeldes para presentarlos ante el Excelso.

El planeamiento urbanístico de Nun era muy simple: dos avenidas principales, de veinte kilómetros de longitud cada una, atravesaban toda la ciudad y se cruzaban en el centro, formando un "+". Allí se encontraba la Plaza de la Doctrina, que era el centro por excelencia de la vida pública. En ella tenían lugar gran cantidad de actividades sociales, culturales, comerciales y políticas. Algunos mercaderes traían objetos extravagantes y preciosos de regiones remotas, mientras que otros ofrecían especias, hierbas y cereales. Los artesanos, por su parte, vendían las piezas que producían en sus talleres, a los cientos de hombres, mujeres y niños que circulaban a diario.

Árdoras: La Princesa Roja [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora