Teo, Tania y Noel pasaron la noche a orillas del arroyo, cobijados por la copa del viejo sauce y alumbrados por una pequeña fogata que la niña había encendido con sus propias manos.
Habían gozado de un sueño sereno y reparador. Los primeros rayos de la mañana empezaban a trepar por sus mejillas y a hacerles cosquillas en los párpados. La calidez del aire inundaba sus pulmones, trayéndoles el aroma de las hierbas silvestres. Las aves gorjeaban rítmicamente, poblando la atmósfera de estimulantes melodías. ¡Finalmente, parecía que todo iría mejor! Pero no por mucho tiempo...
A poca distancia, Teo oyó el sonido de una rama seca al quebrarse y abrió pesadamente los ojos.
—¡No te atrevas a mover ni un solo músculo! —exclamó imperativamente una criatura, que sostenía un arco y una flecha suspendidos sobre su cabeza.
Cuando Tania despertó, emitió un agudo chillido, al ver que otro, también, la tenía en la mira. Noel se sobresaltó tanto, que trepó al tronco del sauce y subió despavorido hacia la rama más alta. Entonces, la criatura que apuntaba a Tania, siguió la trayectoria del gato, tensando el arco y afinando la puntería. Al adivinar sus intenciones, Teo levantó rápidamente una de sus manos y desató sobre los asaltantes una violenta onda de choque, que los embistió de frente con la fuerza de un automóvil a toda velocidad. Los atacantes volaron por los aires unos treinta metros.
Teo se precipitó hacia ellos, enfurecido, dispuesto a hacer lo que fuese necesario.
—¡Por favor, no la lastimes! —imploró el más grande de ellos—. ¡Se ve imponente, pero no es más que una muchacha de quince años! —Se refería a quien, segundos antes, amenazaba la seguridad de Tania y de Noel—. ¡Volveremos a la ciudad y haremos lo que nos ordenen! ¡Seremos sumisos! ¡Pero, por favor, no la lastimes! —Sonaba aterrado. No era una puesta en escena... Más bien, el pedido desesperado de alguien que ha quedado emocionalmente devastado por una sumatoria de eventos traumáticos.
—¿De qué estás hablando? —inquirió Teo, perplejo.
—¡Sé que hemos sido desobedientes y rebeldes! ¡Que hemos quebrado los códigos de la ciudad y ofendido a los Ilustres Señores con nuestra reproblable conducta! ¡Pero se los enmendaré! ¡Seré suyo y podrán disponer de mí a su antojo! ¡Seré lo que ellos quieran que sea, incluso si eso implica degradar mi dignidad! ¡Lo único que pido es piedad para mi hermana!
—No sé a qué te referís, amigo —dijo Teo—, pero al único señor ilustre que conozco es a Sir Fleas de Mantra, Guardián de la Biblioteca de Babel, y desde que he llegado al Continente, lo más cercano a una ciudad que he visto, es la aldea de los pipers, al otro lado de las Montañas Azules —Tania había corrido hacia él y se aferraba a sus piernas. Desde allí, observaba al intruso con desconfianza y curiosidad—. ¡Lo único que quiero es que se larguen de nuestro camino y que nos dejen en paz! ¡Han asustado mucho a esta pequeña y les aseguro que no lo harán dos veces!
—Sus caras son raras, Teo —murmuró Tania, escondida detrás de él—. Me dan miedo.
En efecto, eran criaturas de aspecto temible. Su torso desnudo, sin lugar a dudas, era humano, pero de él se desprendían dos largas patas de cabra, cubiertas en la entrepierna por un rudimentario taparrabos. Aunque lo más pavoroso de su apariencia eran sus rostros. Tenían el semblante severo y hostil de un primate de ojos inquisidores, mandíbulas rígidas y macizas, y dientes afilados.
Eran nókers.
—Pero, ¿cómo? —dijo el que había apuntado a Teo—. ¿Acaso no son cazadores de los Ilustres Señores?
—No —respondió, ásperamente, el pequeño—. Sólo dos niños que han perdido a sus padres y que se dirigen a Luria para reencontrarse con ellos.
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Árdoras: La Princesa Roja [#2]
FantasySECUELA DE "ÁRDORAS [#1]". Tras derrotar al láotar, Teo continúa su viaje a través de Árdoras en busca de su padre. Acompañado por un grupo de fieles amigos, ahora se dirige a Nun, una de las siete grandes ciudades del Continente, donde espera encon...