Capítulo 2

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Durante una semana la pasé en reposo, no asistí a la escuela y eso me tenía triste. Debía tomar ese horrible jarabe y por la hinchazón sólo podía alimentarme de jugos y agua. Me aburría mucho, quería salir a jugar con mis amigos, pero mis padres decían que era muy arriesgado, que sólo podía salir al patio a jugar y a mis amigos que vinieran a visitarme. De mi grupo de amigos sólo uno se presentó, era el más travieso de todos, me dijo que los otros niños no quisieron venir por miedo a ser contagiados de mi enfermedad. En el momento me enojé mucho porque ellos eran mis supuestos amigos y por miedosos no me visitaron.

Esa semana la pasé con este niño revoltoso, aunque no podía hablar escribía en una pequeña pizarra todo lo que necesitaba. A pesar de estar mal de salud este niño fue mi mejor amigo, me hacía sentir bien estando mudo “temporalmente". Hicimos muchas travesuras, como arrojar globos llenos  de agua a las personas que pasaran, envolver los carros de los vecinos en papel de baño sin que se dieran cuenta, colarnos por las casas y robar galletas, cosas que me hacían sentir un niño otra vez. Al finalizar la semana fuimos de nuevo al médico, él les comunicó a mis padres que la hinchazón no bajó, simplemente estaba estable en sentido a mis pulmones,pero no con mis cuerdas vocales.

Dijo que mi caso era de Laringitis, explicó que la laringe está ubicada en la parte superior de las vías respiratorias que van a los pulmones (tráquea). La laringe contiene las cuerdas vocales. Cuando estas resultan inflamadas o infectadas, se hinchan. Esto puede causar ronquera. Algunas veces, las vías respiratorias pueden resultar bloqueadas. Lo que me pasaba era lo contrario, la inflamación causó mi ronquera pero al mismo tiempo las vías respiratorias. Dijo que no era seguro que esto se curaría en una semana más, un mes, nada era seguro.

Yo estaba muy triste, quería hablar y decir que estaba cansado que quería ser el mismo el antes, pero no podía. Mis padres trataban de darme ánimo, pasaban más tiempo conmigo,eso fue algo bueno, mi mamá cocinaba galletas para mí, y mi papá jugaba a los carritos conmigo. Mi amigo seguía visitándome todos los días, no faltaba ni uno. Traía historietas para que leyéramos, juegos de mesa muy divertidos y su gran pista de autos,la que todo niño deseaba tener. Al cabo de esa semana volví a la escuela, y fue de lo peor. Los niños y niñas me veían raro, es como si hubiera perdido un brazo o una pierna, como si no me conocieran, había perdido mi reputación. Cada maestro que entraba al salón de clases explicaba que no podía hablar, que no me molestaran porque tendrían serios problemas. Pues que va, esas palabras se las llevó el viento, los otros niños que se juntaban conmigo empezaron a molestarme diario, me decían cosas como: ¿qué pasó, te comió la lengua el ratón?; ¡Habla más alto enano que no te escuchamos!; ¡Eres un inútil, ya no queremos saber de ti!; ¡Ni se te ocurra buscarnos o hablarnos! Ho pero si es cierto, que ya ni eso puedes hacer.

Era una Gerra injusta, en la que un grupo de niños lastimaban a otro sólo por estar enfermo y no poder hablar, no podía defenderme y empecé a creerme lo que me decían. ¿De qué servía que estuviera vivo cuando ni siquiera podía hablar?.

Mi amigo, el que era más travieso, se enteró un día de lo que éstos niños me hacían, y me defendió a los golpes. El director de la escuela llamó a nuestros padres, y les dijo lo sucedido. Por poco no nos creen, pero lo hicieron porque sabían que yo no era mal estudiante, y que si un niño como mi amigo me estaba defendiendo era por algo serio.

Resultó que los castigaron a todos recogiendo basura en horas de recreo, todos me miraron mal, excepto mi amigo, me sonrió y me guiñó el ojo; no entendí bien el mensaje pero lo que si sabía era que de esta el se escapaba.

Durante la noche cuando estaba a punto de dormir escuché unos pasos fuera de la casa, como niño valiente me asomé por la ventana. Valla sorpresa que me llevé. Era mi gran amigo, me dijo que quería mostrarme algo pero que debía salir de la casa. Yo como niño bueno me coloqué un abrigo y una bufanda, ya que mi mamá insistía en que el aire frío de la noche me hacía un daño terrible. Al salir nos acercamos a una escalera que mi papá tenía, la levantamos y la apoyamos a un costado de la casa. Trepamos por ella hasta el techo, valla sorpresa que me llevé, el cielo estaba repleto de ellas, eran miles, millones, y eran hermosas. Las estrellas me presumían la bella luz que emanaban. También estaba la sonrisa de la luna, quien dirigía a esas pequeñas pero  brillantes estrellas.

Mi amigo me dijo que solía subir a techo de su casa cada noche para hablar con ellas, que siempre estaban ahí para escucharlo. Me dijo que se sentía libre y en paz al hacerlo, que aunque no le respondían podía sentir su apoyo y compañía.

Y así fue como mi amigo me enseñó, sin darse cuenta, que en ese instante habría encontrado un pedazo de la felicidad.

Querida HijaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora