Capítulo 4

50 10 3
                                    

Al salir del consultorio mi mamá fue a contarle a mi papá mientras yo a mi amigo, él me dijo que debía estar felíz porque había esperanza de que volviera a estar sano por el cambio de las medicinas, que debía ser paciente, me dijo que me apoyará en todo. Luego le expliqué lo de el cambio de escuela, y la verdad no quería dejar de asistir a la que estoy asistiendo actualmente. Pero mi amigo, al contrario, sonrió de oreja a oreja. Me dijo que esa era una gran noticia, en esa escuela habrían niños mudos igual que yo, no se burlarían, es más me admirarían porque soy capaz de escuchar y muchos mudos no tienen esa gracia. Me di cuenta que era verdad pero no estaba dispuesto a separarme de quien estuvo siempre ahí.

A pesar de los insultos, que para los "bromistas" era muy divertido, me sentía muy confiado y todo gracias a mí amigo, sentía que con él todo lo podía, no habría barrera que me detuviera. A mi amigo se le ocurrió la brillante idea de cambiarse de escuela al igual que yo, obviamente le dije que era una locura porque él no estaba mudo y mucho menos sordo. Me dijo que le daba igual, sólo debía fingir que estaba mudo. Dijo que quería que yo sintiera su apoyo:
Además, ¿qué mejor manera que sin poder hablar al igual que tú? - Dijo sonriendo y guiñándome un ojo.
Yo soy tu amigo y mi mamá me enseñó que los amigos somos ángeles en cuerpos de humanos, que cuando realmente es una amistad sincera son capaces de defender hasta la punta del dedo menor. Yo siento que soy como tú ángel porque debo defenderte y quiero apoyarte y seguir luchando junto contigo. Eso sí, nada de llorar que somos hombresitos - En ese momento estaba a punto de llorar y me reprochó.

Luego chocamos el puño como saludo y llegamos a ese acuerdo, él aprendería conmigo el idioma de las señas.
Mis padres nos dijeron que era hora de irnos, ya habían terminado de hablar con el doctor quien les recomendó a una psicóloga, según mis padres, para ayudarme a asimilar el cambio.

En el momento no lo valoré pero realmente esa psicóloga fue de gran ayuda, la señorita nos habló de una escuela para niños especiales como yo, que debíamos aprender el idioma de las señas. En un momento sólo hablaba conmigo, me hizo informarle las cosas horribles que pasaba en la escuela actual y como me afectaba. Le escribí en un cuaderno la traición de mis amigos y de los demás compañeros. Pero claro también conté el gran y único amigo que tenía.

Ella me explicó: "Escucha cielo, aunque eres un niño y quizás no entiendas mucho dejame decirte que esos compañeros no saben lo que están haciendo, se lo toman como un juego cuando es tu corazón el que se está lastimando, la verdad es muy valeroso de tu parte querer quedarte allí aguantando cosas horribles solamente por tu gran amigo. Él es un buen niño por lo que me has contado me atrevo a confirmarlo, pero tampoco está bien que se esté peleando con otros niños, esa no es una solución aunque sé que para muchos lo es. Te explicaré cómo es esta escuela a la que sé que está adecuada para ti. La tarde de clases tiene una duración de seis horas al día, de ocho de la mañana hasta las dos de la tarde, se les da desayuno y almuerzo, las clases son de muy alto rendimiento, los profesores tienen un gran conocimiento de lo que ustedes padecen y más porque ellos también lo viven. No todos son especiales, algunos profesores si pueden hablar, por ejemplo la profesora que te enseñará ese lenguaje. Aún así ellos conviven con ustedes y todo lo hacen con amor, desde el corazón".

Con toda esta nueva información me hice muchas ilusiones, hasta sonreí, loco de felicidad. Tomé el atrevimiento de preguntar si mi gran amigo podía asistir a esa escuela aunque no fuera un niño de caso especial, me dijo que eso sería estupendo que él podía aprender al igual que yo y que eso me ayudaría a acostumbrarme más al nuevo ambiente. Me explicó que a pesar de ser una escuela especial las clases eran normales, los mismos contenidos que enseñan en la escuela los daban allá. Eso fue el cierre con broche de oro para que estuviera aún más contento.

Esa semana que transcurrió fue muy ajetreada, llena de papeleos por parte de mis padres para poder realizar el tránsmite, así mismo estaba la mamá de mi amigo bien atareada. Mientras mi amigo y yo tratábamos de imaginar cómo sería todo, de cómo serían los profesores, de cómo serían los compañeros, si habrían niños y niñas justos o por separado, si la escuela era grande, si hacían travesuras o era estilo militar, había un montón de preguntas que sólo serían respondidas el lunes de la semana próxima.

La noche del domingo me escapé, como hacía todas las noches, y subí al techo de la casa, el cielo estaba tan iluminado como una cancha de fútbol, a diferencia que en lugar de luces grandes cegadoras, eran pequeños faros con hermosos brillos. Esa noche la luna no comandaba, sino que cedía su lugar a la estrella mayor.
Esa noche un hermoso presentimiento me abrazó, sentí que por fin desde que tenía esa enfermedad estaría en un lugar donde encajaría, donde podría ir caminando y nadie me miraría raro por no poder hablar. Donde podría compartir mis alegrías y mis tristezas con personas que realmente entienden qué se siente no poder expresarte como realmente quieres, que entiendan lo desesperante que se sienten palabras y sentimientos aprisionados en tu ser.

Ya había llegado el gran día, nueva escuela, nuevos compañeros, nuevos profesores, todo era nuevo, menos los útiles escolares. Mi madre fue quien nos llevó a mi amigo y a mi en representación de algún adulto. Cuando nos detuvimos frente a la nueva escuela me quedé muy impactado por su aspecto, ésta quedaba retirada de la ciudad en un campo no muy lejano, tenía un estilo antiguo como un castillo real, las paredes se veían descoloradas por el tiempo pero a la vez se percibía su fuerza. Al atravesar sus puertas nos percatamos estaba casi vacía, quizás por la hora, aún faltaban treinta minutos para la hora de llegada. Atravesamos muchos pasillos los cuales estaban decorados con carteles sobre temas espirituales, como los valores, la familia, Dios, cosas muy personales. Tambien habían fotos de estudiantes graduados, todos levantaban la mano derecha como si estuvieran siendo parte de un juramento.

Nos dirigimos a la oficina de la directora quien nos recibió con un muy extraño gesto de mano y luego estalló en una carcajada. Aún recuerdo lo mal que me sentí, pensé inmediatamente que la psicóloga me había mentido y que en lugar de una escuela de ensueño era más bien de pesadilla. De inmediato la directora pidió disculpas por su ataque de risa, explicó que así se saluda en el lenguaje de señas y que por la costumbre nos saludó así. En ese momento empecé a calmarme, ya estaba por decirle a mamá que no deseaba estar allí. La directora nos dio nuestros horarios, a mi amigo y a mí, nos dijo que durante los primeros seis meses debíamos tomar clases exclusivas del lenguaje de señas y que luego nos integraríamos a las clases normales, nos contó que estaríamos con otro grupo de niños y niñas que recién empezaban con esas clases especiales.

Ya estaba más entusiasmado que nunca, estaba ansioso de ser capaz de expresarme por mi cuenta sin tener que escribir o hacer un sobre esfuerzo haciendo señas para adivinar. Ya no, ésta era la decisión tomada, la que definitivamente me devolvería la paz.

Querida HijaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora