Negocios Inmobiliarios

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Me despertó la gran cantidad de luz que me golpeaba la cara. Notaba la claridad a través de los párpados cerrados. La ceguera fue completa en cuanto medio abrí uno de los ojos. Me giré a contraluz para poder mirar a mi alrededor. Como tantas otras veces, no reconocía el lugar en el que me despertaba. Al menos esa noche había podido encontrar un lugar donde echarme, dormir en la calle hacía que te levantaras siempre más pronto, por el frío y el ruido. 

La cabeza me duele y me da vueltas, por esa mezcla de resaca y síndrome de abstinencia después de haber dormido varias horas. La boca, seca a muerte, y la lengua, peor que un estropajo. Me da la tos cuando intento tragar un poco de saliva, porque no hay saliva, sólo carne seca por haber tenido la boca abierta mientras dormía. Y la tos, una vez que te da, tarda en parar. Sobre todo por las mañanas. La verdad es que los primeros cinco o diez minutos de cada día, al despertarme, solían ser bastante lamentables. Era el recordatorio diario de la mala vida que había elegido llevar. 

Una vez recuperado del colapso inicial, fui al baño a terminar de expulsar todo lo que me sobraba e incomodaba. Allí en ese baño tan limpio, brillante y ajeno, me pude mirar en el espejo mientras orinaba y no pude evitar que se me escapara una sonrisa. Tenía un aspecto desastroso. Hacía meses que ni me peinaba. Tenía unos pelos tan densos que no se diferenciaban de la espesa barba. Si me daba palmaditas en la cabeza con ambas manos, se veía salir un montón de polvo de esa descuidada cabellera. Miré a la bañera y decidí asearme un poco. Pero no antes de averiguar en casa de quién estaba y si había alguien más allí. 

Recorrí el pasillo, asomándome a las habitaciones, hasta que llegué a la del fondo y vi a aquel hombre mayor, durmiendo vestido. Ya me acordaba. Era un señor al que ayer estuve parasitando y riendo las gracias. No recordaba el nombre, ni si me lo dijo o no, pero sí recordaba que tenía bastante dinero. Y que no le importaba gastarlo. No era la primera vez que le reía los chistes a alguien con dinero para que me subvencionara la bebida de la noche. Recordé que era un hombre divorciado, que su familia estaba en otra ciudad y que se encontraba triste por no sé qué motivo. Era vendedor de casas, de eso me acuerdo. Y también que hoy tenía que trabajar. Se pasó la noche diciendo que hoy tenía que enseñar una casa allí y otra allá. Miré al reloj, eran las doce ya. Para alguien que trabajaba era una hora bastante tarde, seguro. 

Durante unos segundos pensé lo que acarrearía despertarle o no, y ese baño me apetecía de verdad. La elección parecía clara, pero pensándolo mejor, ese hombre se había portado realmente bien la noche anterior. Hasta una cena me pagó. Aunque solo fuera por eso, le iba a despertar. Me acerqué a un lateral de la cama y le moví el brazo un poco. 

“Amigo, despierta, creo que es tarde para ti.” 

Pero el hombre no despertaba. Insistí con algo más de fuerza, pero sin suerte. Así que le giré por completo y lo dejé boca arriba. En esa postura comencé a zarandearle por ambos hombros. 

“¡Oiga! Venga despierte. Hola, hola, ¿hola?” 

En ese momento me detuve de golpe ante la espeluznante idea de que algo le hubiera ocurrido. Me acerqué a su boca y pude escuchar su respiración agónica. Respiré tranquilo y volví a intentar despertarle a base de sacudidas, hasta que finalmente me rendí. Ese hombre estaba medio en coma, le quedaban algunas horas para dormir la mona, no debía de estar muy acostumbrado a beber tanto. Y lo primero en lo que pensé era que podría darme un baño, e incluso, desayunar. Eso me animó bastante, así que salí de la habitación y cerré la puerta para molestar lo menos posible. 

La casa era enorme, y la cocina, no lo era menos. Me puse cómodo y me dispuse a atacar la nevera. Me encantaba rebuscar en las neveras de la gente, y verlo como un buffet libre. Así que saqué todo lo que me apetecía y me di un gran banquete. Eso sí, después de tomarme un gran vaso de vodka con naranja, que era algo que despertaba de maravilla. Y allí, con la barba llena de migas, masticando en silencio yo solo en la cocina, mirando a lo lejos a través de la ventana, de repente una idea muy clara pasó por mi turbia mente. Al principio esa idea me pareció solamente ingeniosa, pero a medida que terminaba de comer, la idea iba tomando forma. 

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