Buenas acciones, malos lugares

229 10 1
                                    


Recostado en uno de los bancos de madera de mi bar preferido, en la esquina del fondo, lucho por no quedarme dormido. El agradable calor acumulado en el tugurio y las diez cervezas anteriores, habían logrado que alcanzara ese estado de bienestar que tanto me gustaba. Completamente aletargado, relajado y con todos los asuntos importantes de este mundo, sintiéndose bien lejos en ese momento.

Alargué la mano para agarrar la jarra y dar otro trago para intentar despejarme un poco. La cerveza estaba caliente, ya iba siendo hora de pedir otra, pero nunca antes de terminar esta por completo. El garito rebosa actividad. Prevalece un agitado murmullo de la gente hablando y riendo sobre la suave música. Me encanta la sensación de estar en un bar medio lleno, me hace sentir arropado, protegido y oculto.

A unos pasos de mí, en la barra, un par de movimientos bruscos me hacen fijarme en una pareja que está allí apoyada. El hombre, de unos treinta años, con pintas de ropa de marca y demasiado repeinado, sujeta a la mujer por la muñeca, después de que esta haya intentado abofetearle. Ella es una mujer latina, de la misma edad y también muy arreglada, pero con un estilo más relajado. Tiene una silueta espectacular que se puede apreciar gracias al ceñido vestido que tan magníficamente lleva. Una mujer tan explosiva físicamente que uno prefiere no mirarla mucho para no sufrir.

En ese momento el hombre le dice algo a ella y se ríe en frente suya de una forma un tanto burlona. Ella no se ríe hace un rato, ahora tampoco. Tira de su brazo para soltarse y, cuando lo logra, vuelve a lanzarle un tortazo al hombre, esta vez con éxito. El gesto se le cambia al hombre, que ha sentido bien esa última bofetada y, tras silenciarse un poco todo el ambiente, éste la agarra por el pelo y le devuelve el golpe, mucho más fuerte, y le tira al suelo.

A mí me da igual toda esta gente. No me importa nada. Intento no tener ningún contacto con otras personas habitualmente, y este comportamiento es una de las cosas que me define. Pero hay algo en mi cabeza, en mi cerebro o en mis genes. Tal vez sea algo de mi educación temprana o, simplemente, pura estupidez. Es una parte que odio de mí mismo, que no puedo controlar y que siempre me da más penas que glorias. Pero cuando veo a alguien en clara desventaja, a alguien necesitado de ayuda, siempre salto como un resorte.

Y ahí estaba ahora en frente de aquel hombrecillo repeinado, cogiéndole del jersey y empujándole lejos de la mujer, que en ese momento se estaba incorporando dificultosamente por los tacones. Nadie hace nada, nadie interviene, algunos miran, otros ni eso. Me giro y ayudo a la mujer con sus cosas y en unos segundos, noto una mano que me coge del hombro y tira de mí. De nuevo, ni pienso, ni vacilo, solo reacciono. Le calzo un puñetazo en toda la cara según me giro. El hombre no cae al suelo gracias a ser sujetado por cinco repeinados más, aparentemente todos amigos. Como dije antes, este tipo de situaciones no suelen favorecerme mucho.

Le ayudan a incorporarse y parecen contentos. Son de esos tipos que están deseando tener motivos para poder propinar una buena paliza a alguien, y hoy la suerte no les había sido esquiva. Y ahí estaba yo, habiendo cumplido cincuenta hace ya algunos años, completamente fuera de forma y borracho, aunque esto cada vez menos, pues la adrenalina empezaba a fluir viendo lo que se avecinaba, y el efecto del alcohol iba desapareciendo por segundos. Venían a por mí, y venían todos, los seis. Una breve mirada a mi alrededor para confirmar que nadie va a ayudarme. Prefieren no perderse el espectáculo. La cosa pinta mal. Esto va a doler. Así que adelanto el pie izquierdo, retraso un poco el derecho, y se me suben los brazos con los puños cerrados a la altura de la cara. Se me pone la guardia sola, encogiendo un poco la cabeza y encarando directamente hacia ellos. Hay ciertas cosas que a uno se le quedan grabadas en el alma, y lo que acababa de salir, era de mi época de boxeador.

Mientras el primero termina de reponerse por el golpe al girarme, viene un segundo, más alto y de más peso, derecho a abalanzarse sobre mí. No me muevo, clavo bien los pies y le recibo con un uno dos directo, cargando toda la fuerza posible para contrarrestar su peso en movimiento. El primer golpe lo para un poco, el recto de izquierda, abriendo camino al de derecha, que le hace desplomarse al instante. Me desplazo lateralmente para evitar el fornido cuerpo en el suelo y me oriento al siguiente, un musculitos de camisa reventada. Levanta los puños, pero al instante se ve que es por imitación, no lo hace bien. Pies en paralelo, completamente de frente a mí. Me lanza un puño volado que esquivo sin demasiados problemas, demasiada trayectoria. En la misma maniobra combino un potente gancho de derechas a su cuerpo vencido, un ligero pasito a mi izquierda y croché de izquierda. El cachitas cae hecho un bloque rígido, completamente inconsciente.

Lo siguiente que noto es un golpe cerca del ojo. Me golpean desde detrás, pero de esos golpes ya llevo muchos y los soporto perfectamente. Golpes sin técnica carentes de fuerza y eficacia. Me cubro rápidamente la cara y me giro. Cuando localizo el objetivo, pego un pequeño salto hacia atrás para separarme y vuelvo a entrar con fuerza con una combinación potente. Golpe con la izquierda, golpe con la derecha, abajo, abajo y otra vez arriba. Se cubre la cabeza y para los primeros, pero los golpes abajo le quiebran y se arruga como una pasa. Se queda arrodillado, con cara de no comprender del todo ese nuevo dolor que le he regalado.

Paro un botellazo, pero me corta un poco el brazo. Me cabreo más. Cojo a otro por el tupé y me ayudo mientras le reviento la cara con ganchos callejeros. Patada en la espalda. Me hace caer encima del tipo que tengo agarrado, pero no se mueve mucho, está rendido. Siento otra patada en las costillas, esta vez duele tanto que casi me quita la respiración. Le doy una patada a un taburete, en dirección al de las pataditas, y me da unos segundos de respiro, lo suficiente para ponerme en pie y encararle. El tío es el más bajito de todos, y ahora mantiene la distancia, no se atreve a atacarme si no estoy de espaldas. Eso me cabrea y envalentona a partes iguales. Voy a por él. Cada paso un golpe. Avanzo y golpeo. Ahora arriba, ahora abajo. Ahora izquierda, luego derecha. Si no sabes cubrirte no te puedes cubrir. La mitad de mis golpes llegan con claridad. Solo veo una cara triste intentado parar el mayor número de golpes, hasta que le cazo. Cae hacia un lado con los brazos estirados de manera antinatural. Otro que está fuera.

Solo quedan dos, y no muy convencidos. No les dejo pensar, me voy a por ellos. El primero coge una botella para defenderse, pero no le da tiempo a hacer nada con ella. Dos pasitos rápidos y éste cae de un solo golpe volado que no ve venir. Cae hacia atrás y el que queda retrocede para finalmente huir. Voy tras de él pero me agarran los de seguridad de la puerta. Ahora sí que intervienen, estaba claro. Me agarra cada uno de un brazo y esos tipos enormes me sacan arrastras del local. Me tiran mi abrigo y mis cosas y dicen que hoy ya no podré entrar. Por un momento lo único que pienso es en atacar, pero comienzo a pensar y decido darme la vuelta y caminar hasta la esquina, donde giro por el callejón y me siento a descansar en una sucia escalera de emergencias.

Me miro las heridas, no son muy graves, pero ahora empiezan a doler de verdad. Me enciendo un cigarro y lo disfruto pensando en lo mierda que es ese bar, lo injusta que es la vida y lo gilipollas que soy yo. Sobre todo, porque ahora lo que más me apetecía en el mundo era otro trago, y tendría que andar un buen trecho hasta otro sitio en el que me sintiera cómodo.

Pero a veces las noches buenas se disfrazan de malas para que las aprecies más. Giro la cabeza y veo acercarse a la mujer latina, parece buscarme. Se sienta a mi lado y me sujeta la cara con delicadeza, mirando los golpes.

- " No parece que tengas nada grave." Me dijo mientras me inspeccionaba con cara interesante.

- " Además, acaba de dejar de dolerme por completo." Ella sonríe y luego me mira a los ojos.

- "Lo de esta noche no se me va a olvidar en mucho tiempo. Levanta y ven conmigo a mi casa, yo también voy a hacer que no olvides esta noche jamás." Tornó su sonrisa en un gesto pícaro e hizo un movimiento con la mano para que le siguiera.

Ahora el que sonreía era yo.

Culpad a BukowskiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora