Los Novatos

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       Un bostezo detrás de otro. Así suelen ser mis mañanas en este lugar hecho de cartones y basura. Costaba levantarse pero era el único momento del día en que el Sol nos alcanzaba allí debajo del enorme puente, y aprovechábamos para entrar en calor después de las frías noches a las que estábamos acostumbrados. Yo casi ni podía abrir los ojos debido al sueño y a la claridad de la mañana. Con una taza llena de vino calentado al fuego entre las manos, aprovechaba a dar un sorbo después de cada imparable bostezo. 

        Allí sentado, notando poco a poco el calor del solecito en mi abrigo, observo cada mañana el lento despertar de cada una de las chabolas. Cercados por una vía de trenes que pasaba paralela al puente, y por la gran ciudad en el otro lado, éramos una incómoda isla de desperdicios que nadie quería allí. Este era el núcleo de chabolas más cercano a la ciudad, la fuente de cualquier riqueza a la que pudiéramos optar. 

        Poco a poco se iban secando los tablones y cartones de la escarcha nocturna y la gente se iba preparando para tomar la ciudad a base de acordeones, platillos, carteles pidiendo limosna y trapos sucios para limpiar parabrisas. A veces todo aquel movimiento mostraba pequeños signos de organización y civismo, pero era algo que nadie quería ver. 

        Me termino el vino, dejo la taza a un lado y estiro las piernas un poco ahora que tengo menos frío. Mi rutina diaria siempre incluye un par de horas de no hacer nada allí tumbado, despertándome, activándome, intentando no volver a buscar algún hueco donde dormitar. Pensamientos incompletos cruzan mi cabeza a ratos y a veces creo que me duermo con los ojos abiertos sin darme cuenta. Sólo un sobresalto como aquel ruido a madera rota hacía que me diera cuenta de estar medio dormido, y me ayudaban a despertarme mejor. Miré y vi que el sonido procedía de un madero partido por la rueda de un coche patrulla que acababa de llegar. 

        Normalmente que se pase la policía por allí no era un gran problema, pero en el momento en el que se bajó la pareja de ese coche, supe que no iba a ser un día fácil. Eran novatos. No conocía a aquellos policías, y eso nunca era bueno. 

        Siempre que asignaban algún policía nuevo a ese barrio, era cuestión de tiempo tener problemas. El asentamiento estaba demasiado próximo a la ciudad y claro, todo el mundo ejercía presión para que nos echaran a todos de allí. Un montón de gente sucia durmiendo entre plásticos y cartones no favorecía nada el magnífico brillo de sus coches nuevos. Querían pasear con sus hijos por la calle sin tener que explicarles ni una sola verdad del mundo, y eso no era posible si nos veían. 

        Lógicamente, cada vez que alguien nuevo de la policía aparecía, pretendían hacer bien su trabajo e intentar resolver lo que otros no pudieron. Así que siempre había unas semanas de tanteo y negociaciones hasta que el policía de turno se daba cuenta que era más cómodo dejarnos en paz, bajo cierto control. Esto ocurría porque como ya habíamos sufrido bastantes intentos de echarnos de allí, pues habíamos desarrollado algunas técnicas que resultaban muy eficaces. Una de las cosas que hacíamos era dispersarnos por el barrio, ocupando todos los bancos, cajeros y portales. O sacar la basura de los contenedores sobre las aceras. O situarnos a pedir en todos y cada uno de los comercios de la zona. Al final siempre les salía más rentable dejarnos en paz. 

        No conocía a ninguno de los dos, y parecían bastante jóvenes. Probablemente recién salidos de la academia, su primer destino. Se acercaban a nosotros con paso decidido, observando bien todo aquello y levantando con sus porras algunas cajas y mantas para ver lo que había debajo. Siguieron deambulando hasta que se pararon justo delante de mí. Estaba claro, no había otro sitio donde quedarse ni nadie más para molestar. No me gustaba esa sensación de "siempre a mí". 

-      "¿Vaya vertedero que tenéis aquí montado, eh?". Dijo mientras le volcaba el contenido de una bolsa a una mujer que removía algo en un puchero.

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