El ruido de las puertas al abrirse y los apresurados pasos por el corredor, lograron que me despertara brevemente y, a partir de ahí, sabía que el jaleo no haría más que incrementarse. Aun así, todavía me quedé en la cama unos minutos. Entonces, abrieron mi puerta y una tonelada de amabilidad condescendiente vino a golpearme.
- "Buenos días Walter. Hoy estarás contento ¿eh? Que por fin vas a poder salir." La amable enfermera a la que pagaban por sonreír ya estaba aquí.
Pero era cierto, con la somnolencia mañanera no había caído en que ésta había sido mi última noche en la clínica de rehabilitación. Hoy me vestiría, me dejarían salir por la puerta y podría volver a perderme en la ciudad. Ese pensamiento fue lo que terminó de espabilarme realmente.
- "Muy contento, gracias. Eso hace que cualquiera se levante con un ánimo especial." Le dije con una amplísima y entrenada sonrisa.
Me apresuré a vestirme y bajé a toda prisa a tomar el desayuno. Tomé un zumo de naranja de un trago y un café después. Todo a una mano, sin soltar siquiera la bolsa con el resto de mis cosas. Cuando salía del comedor apenas habían llegado un par de internos más para empezar a desayunar. Me dirigí a la ventanilla de la Secretaría y saludé con un gesto amable al administrativo. No hizo falta más. Reunió varios papeles que tenía en su mesa, los metió en un sobre y se acercó a la ventanilla.
- "Aquí tiene. Sus papeles del alta, el resto de documentos y medicación para dos semanas. Que tenga un buen día."
Le di las gracias con un sencillo gesto afirmativo con la cabeza. Agarré el sobre y las medicinas sin esperar respuesta y fui a la puerta principal, allí el guardia me abrió la pesada puerta metálica, me dejó pasar, y la volvió a cerrar tras de mí. Todo con el mismo gesto indiferente.
En el momento de salir a la calle me inundó un baño de luz. Es como si la vida quisiera volver a entrar en mí tras haberme perdonado mis excesos. Hacía meses que no recibía luz del exterior directamente y se me antojaba incluso excesiva. No dejé de caminar, con los ojos entornados, todo recto hasta llegar a la calle principal. Después de varios meses limpio todo parecía nuevo, más brillante, casi irreal. Todo el mundo por la calle parecía feliz. Todo el mundo parecía tener algo que hacer. Todos iban a algún sitio claro y definido. Todo estaba en orden.
A medida que avanzaba por aquella gran avenida, el ruido se incrementaba. La ciudad parecía tener vida toda ella, y cada elemento, su propio sonido y olor. Hasta la vista me permitía vislumbrar más lejos y con más detalle que nunca. Era sentirme como ya casi no recordaba que podía sentirme. Con fuerzas para ir a cualquier parte. Con posibilidades para hacer mil cosas.
Comenzaba a abrumarme toda esa vida que ahora parecía abrazarme a mí también. Mis ojos recibían cientos de estímulos y se maravillaban con cada cosa llamativa a la que no podía evitar mirar. Avanzaba por la calle con paso tranquilo para que me diera tiempo a asimilar vagamente todo aquel festival de percepciones hasta llegar al final, donde giré en dirección al viejo puente. A pesar de ser un trayecto más tranquilo en lo que a ruido se refiere, su lugar lo ocupaban el verdor insolente de los árboles y jardines, los gritos lejanos de niños riendo felices e histéricos, o el olor a comida casera que iba cambiando según avanzaba. La vida me rodeaba y me perseguía.
Habiendo apresurado el paso, no tardé mucho en llegar a la escalinata que bajaba hasta el viejo puente. Allí abajo seguían las chabolas de tablones y cartón. Seguían los montones de basura a los lados del campamento y seguía el olor a quemado de las eternas fogatas. Gente tumbada, gente encorvada. Algunos durmiendo, algunos bebiendo, otros tosiendo.
Fui directamente hasta la caravana quemada parcialmente, donde se juntaban los drogadictos.
- "Buenas, tengo medicación para dos semanas recién salida del hospital." Mostré la bolsita a todos levantando mi brazo.
- "Te doy veinte dólares." Dijo un hombre sucio y delgado sin dejar de aspirar de una pipa de cristal y sin apenas mirarme.
- "Me valen."
Le tiré la bolsa junto a los pies y, una vez dejó expulsar el aire que estaba aguantando en los pulmones, me dio el dinero en un montón de billetes arrugados. Tras contarlo por encima, salí hacia la licorería que había a dos calles. El dinero me dio para una botella de whiskey barato, dos de vino regular y un paquete de cigarrillos. Busqué un sitio tranquilo, me acomodé y comencé a beber, comencé a liberarme.
Y aquel embriagador telón borroso volvió a abrazarme como hacía meses que no lo hacía. Echaba de menos el cálido manto de la indiferencia. Podía notar como el mundo se iba haciendo cada vez más pequeño. Cada vez menos sonidos. Cada vez menos gente. Al cabo de unos minutos, todo aquel horror luminoso había desaparecido, con sus personas felices, animales domesticados y sintonías alegres. El mundo volvía a ser pequeñito, a estar en mi regazo, y a quererme más con cada trago.
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Culpad a Bukowski
Короткий рассказRecopilación de historias callejeras llenas de realismo sucio y de humor. Os presento una serie de relatos que bailan en esos laberintos en los que la naturaleza humana a veces convierte nuestra vida. Bukowski.