Escenario Invernal

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 La temperatura bajaba ya de los cero grados esa noche. Todos los coches de la calle lucían sus cristales congelados a excepción de los que habían sido aparcados recientemente. No había nadie andando por las aceras en contra de ese ligero viento frío y cortante. Esa parte de la ciudad parecía un lugar abandonado, a excepción de un pequeño tumulto de gente al final de la calle, iluminados por las luces de una licorería.

 El tumulto resulta ser un grupo de cinco jóvenes que están apaleando a un hombre mayor, acurrucado en el suelo, tapándose como puede la cabeza e intentando bloquear alguna de las patadas o puñetazos que está recibiendo. 

De vez en cuando, uno de los jóvenes paraba unos segundos para recobrar el aliento, para volver con más fuerza al cabo de un rato. El sonido sordo de los golpes contra el espeso chaquetón de aquel hombre, junto con el vaho exhalado de manera casi armoniosa por cada uno de los chavales, hacía de aquella imagen algo que recordaba al funcionamiento de un motor de pistones. 

La licorería que les ilumina justo en frente, es el único establecimiento abierto a esas horas. Nada más abierto, ninguna luz más. Cada pocos minutos algún cliente entraba o salía, pero ninguno hacía mucho más que mirar de reojo y fingir que no veía nada. Un cliente entra, otro sale. Otro cliente sale, después, otro más. Al cabo de unos minutos sale el primero que entró y vuelven a entrar otros dos. A nadie le interesa, y los chavales son jóvenes y tienen resistencia. No paran de patear a aquel hombre. 

Pasado un rato, se abre la puerta y sale un chico joven, de no más de treinta años, que queda sorprendido por lo que allí esta viendo. 

-      "¡Eh! ¡Pero qué hacéis!" 

No hizo falta más. Los cinco jóvenes saltan como un resorte y huyen calle abajo corriendo tanto como pueden, tanto como sólo se puede correr a esa edad. 

-      "Malditos niñatos. ¿Está usted bien?"

-      "Sí, tranquilo, creo que no ha sido para tanto."

-      "¿Para tanto? ¡Si le estaban pateando entre todos!"

-      "Ya, pero los abrigos me han protegido algo." 

El dolorido hombre muestra el grosor de los varios abrigos que lleva puesto, y es en ese momento que el hombre más joven se percata de que es un sin techo. Varios abrigos acartonados que le habían servido de escudo. El pelo y barba largos y de irregular color. Las manos, hinchadas y rojas, le dificultaban volverse a colocar de nuevo correctamente toda aquella ropa acartonada. Todo aquello nada pegaba con esos ojos azules, de mirada casi infantil, y que solo pudo ver cuando se acercaron a la acera, más cerca de la luz. 

-      "¿Quiere que le lleve a un hospital o algo?"

-      "No, no. Apenas me duele. No se preocupe, no es la primera vez."

-      "Que no sea la primera vez no quiere decir que esto sea normal, o que no se haya hecho daño. No necesita nada ¿de verdad?"

-      "Creo que esos chicos se han hecho más daño que yo pateando estos abrigos. No necesito nada. Aunque bueno, un trago no me iría mal para entrar en calor y calmarme un poco." 

El chico joven puso cara de no aprobar del todo aquello, pero le hizo un gesto con el dedo para que esperara allí y entró a la tienda de licores. Salió al momento con una botella de bourbon, no de las más caras, pero tampoco de las baratas. 

-      "Aquí tiene. ¿Seguro que no necesita nada más?".

-      "Nada más. Puedes irte tranquilo, sabiendo que a mí me dejas bien contento." 

El gesto gracioso mientras decía esas palabras, le hizo arrancar una leve sonrisa al joven mientras se despedía con la mano y se alejaba por la acera. El otro hombre con la botella cruzó la calle y se perdió en un callejón. 

Habían pasado casi tres horas desde que se había sentado en aquel rincón, tapado con cartones y tubos de pvc, intentando resguardarse de aquella madrugada helada. Y lo peor de todo, se le había acabado la botella de bourbon y todo empezaba a perder sentido. Así que se puso de nuevo en pie, y se dirigió a la licorería. 

Al cabo de unos minutos, aquel hombre mayor se  dirigió a tres tipos que pasaban por allí: 

-      "Hola chicos ¿le haríais un favor a este pobre viejo? Sólo tenéis que fingir darme una paliza en frente de la licorería. Pero eso sí, solo debéis de dejar de fingir cuando alguien os diga algo, lo que sea, no antes." 

A aquellos tipos les hizo gracia lo que les pedía, así que accedieron. Y la gélida noche volvió a ser interrumpida con el ruido sordo de las patadas. Hasta que alguien dijera algo.

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