Quinientos Dólares

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 Había caído la noche y no se estaba tan bien en medio de la calle como hacía unas horas. Así que era hora de recogerse un poco. Después de todo el día pidiendo en la calle, había sacado algo de dinero con lo que pagar un par de horas de calor y una botella, tal vez botella y media, de la bebida alcohólica más barata. Era todo lo que necesitaba al terminar cada día.

 No tardé mucho en llegar y sentarme en mi mesa habitual, una apartada y al fondo, donde era más difícil ser molestado, o visto incluso. Saqué todas las monedas que llevaba en los bolsillos y sin contarlas, como solía hacer, las solté encima de la mesa. El camarero echó un vistazo por encima a las monedas y me sirvió dos botellas de ginebra inglesa. Una de ellas ya empezada, pero casi llena. Cogí un bol de aperitivos y me interné en la zona más oscura donde se hallaba mi mesa favorita.

 Me puse cómodo, sentado de espaldas al bar y al resto del mundo, y me serví los primeros vasos de ginebra. En cuanto terminé el tercer vaso, mi cuerpo y mi mente ya habían entrado en calor y me disponía a disfrutar los mejores momentos que tenía a lo largo de cada día. Un sitio cómodo, caliente, copas y nadie que moleste. Era lo más cercano al paraíso que yo había experimentado en esta vida.

 Normalmente me siento allí y no me levanto hasta que se me acaba la bebida, cierran el local o me aburro, que suele ser cuando se me acaba la bebida. Llevaba allí alrededor de una hora cuando alguien vino a sentarse conmigo.

 - "Sabía que estarías aquí. ¿Qué tal día te has encontrado hoy?".

- "Todo va bien si me encuentras por aquí, ya sabes."

 Era Karl 'el rata', un compañero de las calles. De los pocos de los que me fiaba mínimamente. Aún así no me gustaba que se sentara conmigo, seguro que tendría que compartir mi ginebra. La situación no mejoraba, había empeorado tal como lo veo yo.

 -      "Mira lo que traigo."

 Dijo, mientras sacaba un pequeño fajo de billetes y lo dejaba sobre la mesa. A simple vista habría unos quinientos dólares. Ahora empezaba a ver cómo mejoraba la situación.

 -      "¿De dónde has sacado eso, pequeño cabronazo? ¿Vamos a tener que salir corriendo?"

-      "No, tranquilo. Encontré un bonito reloj de marca en la calle y he sacado todo esto por él. Y he venido a buscarte, para tomar unos buenos tragos con algún buen amigo. ¿O crees que se me olvidaría el día de los barriles? Te dije que algún día te devolvería el favor."

-      "No lo dudaba ni por un segundo, amigo. Estaba seguro que no lo olvidarías." 

 Pero en realidad el que no sabía de lo que hablaba era yo. Ni idea de a qué se refería con eso de los barriles, pero probablemente sería cierto, y desde luego, no iba a ser yo el que le corrigiera en esas circunstancias. Le ofrecí una de mis botellas, ahora sí. Primero la rechazó mientras se quitaba el pesado abrigo para ir a por más bebida, pero nada más colgarlo, le dio finalmente un buen trago antes de dirigirse a por más.

 Bebimos y reímos como sólo dos borrachos como nosotros sabían hacerlo. Disfrutamos de todas aquellas bebidas que habitualmente no nos podíamos permitir y comentábamos lo que nos parecía cada trago, como si fuera importante que alguien diera su opinión. Incluso nos pudimos gastar algunas monedas en la máquina de música, algo que normalmente nos parecía un desperdicio. Fue por ello que no dejaron de sonar toda la noche antiguas canciones de Lou Reed y Black Sabbath. Lo que le gustaba e él y lo que me gustaba a mí. 

 Eran grandes momentos, únicamente enturbiados por el fugaz pensamiento que pudiéramos tener de vez en cuando y que nos recordara que esa noche terminaría en algún momento, cuando Karl parecía que saludaba a alguien con la mano. Alguien que yo no podía ver, puesto que estaba de espaldas. No me molesté ni en girarme y pude verle sólo cuando se sentó en frente de mí. Junto a Karl. 

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