(ED)Capítulo 11: Culpa.

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"¿Necesidad? Palabra cómoda con la que el culpable se quita de encima la culpa, para arrojar al vacío toda soberbia y traición"

(E. de Geibel)

Entrar a la hacienda Hatake era como traspasar la frontera a otro mundo. El inmenso jardín frontal que delineaba el sendero hasta las puertas en forma de U robó su atención por extensos minutos. Luego sus ojos volaron hacia los grandiosos campos que se desplegaban tras esa enorme muestra arquitectónica, mostrando un mundo completamente extraño para su persona.

Minato sentía que él, desde su hablar, modo de vestir y actuar, desentonaba por completo con ese acogedor ambiente de camarería que inmediatamente captó al detener su coche frente a las puertas de la vivienda, luego de habérsele permitido el paso a través de los portones. Mientras se aproximaba por la carretera había captado a distancia suya, sobre las lomas cubiertas por alfombras verdes, gente cabalgando y rebaños de ganado pastando en la lejanía. En ese momento había creído saber lo que se encontraría una vez llegara a la hacienda del inspector retirado, pero se había equivocado.

En cuanto sus pies pisaron el suelo vivo que rodeaba la vivienda, y un trabajador se le acercó para estrechar su mano, Minato se había sentido completamente perdido por la inmensidad de ese lugar.

El marcado contraste entre ese modo de vivir y el que él había acogido, le hizo sentirse a la deriva en un medio social del que no pertenecía. Incluso se había sorprendido a sí mismo observando con interés la piel bronceada que todos ahí parecían lucir con gran orgullo, para luego compararla con la suya —que antes solía asemejarse a la de los habitantes de ese pueblo— desprovista en gran medida de color.

Se sentía como un crío que visita después de mucho tiempo un parque de diversiones. Por supuesto, logró mantener esa muestra de curiosidad para sí mismo, incluso cuando Sakumo Hatake salió a su encuentro, una vez el mismo trabajador que lo recibió le guió al interior de la hacienda.

El aspecto conservado pero al mismo tiempo desgastado le recordó inmediatamente a su jefe. Según sus cuentas esos dos rondaban la misma edad, por lo que le surgió inmediatamente la duda sobre el porqué Hatake se había retirado antes. Y ahora, ambos sentados en un despacho con pisos de madera y paredes beige, esa pregunta seguía rondando su mente mientras el ahora dueño de la hacienda hablaba.

—Los primeros años que pasaron luego de cerrar sin resolver el caso de esa pareja, guardé la esperanza de que algún cargo policial se interesara en reabrirlo —comentaba en ese instante mientras cruzaba los dedos sobre la mesa de patas gruesas. A un costado se encontraba una ventana que iluminaba las verdes plantas que custodiaban un enorme librero—. Fue uno de los pocos casos que no logré resolver. Siempre lo recuerdo por lo extraño y difícil que resultó; no importaba lo mucho que creyera tener algo entre manos, siempre terminaba como al principio. Con el tiempo llegué a resignarme, el caso se cerró y nadie volvió a preguntar al respecto. Hasta hace días que usted contactó conmigo. —Hatake tomó el vaso con licor que había servido después de las presentaciones. El de Minato aún estaba sin probar—. ¿Qué desea saber exactamente, inspector?

Llevaban pocos minutos en aquella oficina, y casi desde el momento en el que el hombre albino de rostro cansado tomó asiento, no había parado de hablar. Ante esa última pregunta Minato le comunicó aquellos datos que más necesitaba, y Sakumo tras llenar de nuevo su copa, empezó a responderlas.

Mientras hablaba, Hatake mostraba un aire de extrema concentración. Daba la impresión de que estaba recabando mucho en su memoria, para tratar de dar a conocer hasta los detalles más mínimos que le pudieran servir. La piel entre ceja y ceja se arrugaba mientras su voz se hacía oír, y sus ojos muchas veces se desviaban a una fotografía en la que un niño de aparentes doce años aparecía posando frente a un pastel.

Un encuentro predestinadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora