(ED)Capitulo 6: Vestigios del pasado.

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" El pasado sólo vuelve al quedar una historia inconclusa"

A.

El reloj marcaba las seis con cuarenta y tres minutos, cuando, en una calle común de la hermosa capital del país del Fuego, un hombre de aspecto normal que se confundía perfectamente con el conglomerado de personas que en ese momento se trasladaba por las difusas avenidas de ese sector, bajó de un auto oscuro y miró de forma distraída el panorama de aquella vía.

La brisa que anunciaba la proximidad de la noche sopló fuerte por la calle en la que había parqueado; el frio le abofeteó el rostro y el hombre se sintió satisfecho por haber tomado la decisión de vestir un abrigo antes de inmiscuirse en el trafico de la ciudad.

Esbozando una sonrisa tranquila, introdujo las manos en los bolsillos de su pantalón y se dirigió sin titubear a las calzadas donde tuvo que sortear transeúntes irascibles y apresurados, que no tardaban en mascullar maldiciones por estar cortos de horario.

Era lo común en aquellos días y más cuando era fin de semana. Podría sonar irónico, pero gracias a que él solía estudiar el comportamiento de las masas para así poder trabajar con ellas, conociendo sus puntos fuertes y débiles, y de este modo procurar un optimo resultado en sus faenas con los grupos sociales, sabía que los fines de semana era cuando las personas experimentaban la inexplicable sensación de tener que llegar temprano a sus residencias o puntos de encuentro.

Pronto llegó a una zona incluso más concurrida que la anterior; el escenario idóneo para pasar desapercibido, cualquier gesto o acto se camuflaría entre el ajetreado movimiento, el ruido de los cláxones de los autos, el motor de las motocicletas y las conversaciones de los peatones y vendedores. La calle se extendía como una serpiente ruidosa y poco atrayente frente a él; la imagen de las casetas apiñadas unas entre las otras, las fachadas empolvadas de las tiendas y las familias caminando por las calzadas de la calle, entraron al completo en su campo de visión. Pero aquel individuo prestaba -aparentemente- completa atención únicamente a la discreta caseta que constituía una librería.

Al llegar a aquel lugar, saludó y preguntó por un libro cualquiera, percatándose de que había dos personas más en el sitio. Solo cuando tenía el libro bajo el brazo y las dos mujeres salieron del local, sus ojos encontraron los del dependiente.

—¿Él ha cooperado? ¿Entregó lo que pedimos?

Los herméticos ojos del hombre del abrigo negro sostuvieron la mirada de su interlocutor, a medida que éste sacaba unos documentos de los bolsillos interiores de sus vestimentas; las estadísticas y resultados del último mes de trabajo. Las farolas situadas en la calle se iluminaron, colando sus tenues y enfermizos rayos de luz por las rendijas de la puerta que anteriormente habían cerrado, en el justo instante en el que el recién llegado sonreía de medio lado.

Al descansar la mano izquierda en los documentos que ahora reposaban tranquilamente en la superficie del mostrador, en su dedo anular brilló un anillo de matrimonio con un casi imperceptible patrón de remolinos tallado en el centro.

—Por supuesto. —El dependiente señaló satisfecho el paquete—. Aquí están las observaciones mías y las de nuestro ayudante. Creo que serán de gran ayuda.

***

Antes de cruzar la puerta de entrada, se aseguró de estacionar su auto en un parqueadero que funcionara las veinticuatro horas del día. Su día daba la impresión de estar empeorando a pasos agigantados, pues gracias al inesperado aumento en el tránsito de vehículos, llegó al vistoso bar quince minutos después de lo pactado.

Un encuentro predestinadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora