(ED)Capítulo 17: Ecos lejanos parte II

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"La vida es un eco. 

Lo que envías, regresa.

Lo que siembras, cosechas. 

Lo que das, obtienes.

Lo que ves en los demás, existe en ti. 

Recuerda, la vida es un eco, siempre regresa a ti" 

A


Cuando la pedagoga observó el reloj de mano por quinta vez en pocos minutos, Naruto alzó su mirada e ignoró los papeles de colores que descansaban sobre su mesa. Se encontraba en una sala recreativa localizada en la parte trasera de la fundación, muy cerca al parque de juegos; a Naruto en especial le hacía ilusión entrar a esa aula, pues solía asociarla con momentos en los que su mente permanecía despierta, concentrada en cualquier cosa que no fuera el peso muerto que crecía en el fondo de su estómago.

Y para él cualquier actividad que lograra eso, adquiría de forma inmediata el título de "sagrada".

—Ya debe faltar poco para salir —murmuró para sí mismo, aunque el niño sentado a su lado lo escuchó y siguió su mirada hasta la pedagoga.

—¿Seguro? —El niño observó con interés a la mujer que hablaba con una niña que sonreía mientras bañaba su trabajo en brillantina. Luego, sin esperar una respuesta de parte suya, se encogió de hombros y regresó su atención a la figura que recortaba en foami siguiendo con el trabajo—. Ojalá sea así, ya empieza a dar hambre.

Naruto se limitó a asentir y bajar sus ojos al escritorio redondo, lugar donde su faena estaba a medio terminar. Sabía, porque era un niño que pese a todo observaba su entorno a conciencia para aprender de él, que cuando los maestros empezaban a otear su reloj, era porque la hora de salida se acercaba. Y él, a pesar de gustarle estar ahí más que en cualquier otro sitio, deseaba llegar a su habitación cuanto antes y dormir.

Con un suspiro, padeciendo el repentino desgano que llenaba su ser cuando el final de jornada académica llegaba, empezó a imponer orden en la mesa. Luego, cuando el papel iris estaba de vuelta en su carpeta y otros implementos como colbón y escarcha estaban férreamente sellados, tomó su mochila y comenzó a guardar todo con cuidado. No es que él fuera un niño que se esmerara en mantener el orden y armonía, esas nimiedades le traían sin cuidado, pero sus ganas de terminar la tarea se habían esfumado y necesitaba que la maestra lo viera ocupado para que no se acercara a preguntar qué le pasaba.

Le molestaba que hicieran eso.

"¿Te sientes bien?", "¿algo te duele?", "¿quieres tomar un poco de aire?", "¿puedo ayudarle en algo?"... lo agobiaban en tantas preguntas y ofrecimientos que llegaba a marearse y ponerse de mal humor. En ese lugar, aunque en un principio le había gustado justo eso, se sobre esforzaban en mantenerlos contentos, algo que en opinión de muchos era contraproducente. Naruto había escuchado que no pasaba en todos los refugios de niños sin padres, que algunos de esos lugares no se afanaban lo suficiente en el bienestar de ellos, pero ello no quitaba que se sintiera obligado a sonreír cada que un superior se le acercara. Que se sintiera forzado a fingir una felicidad y estabilidad que no sentía.

Cuando subía el cierre de su bolso naranja y su cerebro se encontraba trabajando a toda velocidad en tratar de encontrar otra actividad en la cual ocuparse, la pedagoga anunció el final de clases. Aliviado por no tener que permanecer otro segundo sentado en esa aula de colores chillones y carteleras con dibujos pegados en las paredes, se levantó de su silla y empezó a caminar hacia la puerta, ignorando lo que lo rodeaba.

Un encuentro predestinadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora