(ED)Capítulo 9: Siguiendo el rastro.

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"La herida sana, pero uno ya no es el mismo"

Inteligente, atractiva y temperamental, fueron los cumplidos que recibió cuando era una jovencita con sueños de grandeza y una visión pura e idealista del mundo. Astuta, ingeniosa y cautivadora, fueron los halagos que le rodearon durante sus años de estudio en la universidad, cuando se convirtió en una mujer orgullosa y recta que daba a conocer a quien le escuchara, sobre su fe en que el trabajo duro y la perseverancia eran las puertas para mejorar el mundo en el que vivía. Justa, inflexible y madura, fueron los adjetivos que recibió durante la era de los tres Sannin, época que jamás podría olvidar.

Su época dorada, aquella que le permitió forjar amistades entrañables, amoríos inolvidables y se encontró a sí misma. Los años en los que defendió lo que creía justo, en los que alcanzó la fama dentro del mundo en el que se desenvolvía, el lapso de tiempo en el que junto a increíbles personas y profesionales, logró cumplir la mayoría de sus sueños.

Pese a ese despilfarro de éxito, también fueron los años en los que experimentó de primera mano lo que era el dolor, el rencor, la impotencia y la desesperanza. Pues fue ahí cuando perdió a quienes más quería, en los momentos menos pensados. Los años la habían cambiado, su corazón se había endurecido y su alma agrietando. Cada paso al frente constituía uno o más en dirección al abismo de resentimiento y suplicio del que —de seguro— su yo más joven se espantaría. Sentimientos oscuros que aún en la actualidad su corazón albergaba.

En todo esto y más pensaba Tsunade Senju sentada en un sillón de su solitario hogar, minutos antes de que su teléfono personal, aquel que solo sus conocidos más cercanos tenían el privilegio de conocer, timbrara. Una llamada que ella esperaba con gran impaciencia, desde que semanas atrás Jiraiya decidiera salir de la ciudad.

Apartando de su mente los pañosos y lúgubres recuerdos de su vida, se obligó a tomar el teléfono para contestar. Le costó encontrar su voz una vez que sus manos lograron sostener el móvil y Jiraiya habló desde el otro lado.

—¿Cómo va todo?

Contuvo un suspiro y recorrió con sus ojos la sala de su hogar. Refinada pero sin mucho ornamento. Las fotografías, libros o cuadros que pudieran hablar de su personalidad, se hallaban firmemente sellados en una caja situada en su desván, junto a toda la culpa que cargaba desde hacía años en lo más hondo de su conciencia.

—Todo bien. —Aún sin levantarse del cómodo sillón, miró atentamente cada rincón de su vivienda. Siempre que hablaba con Jiraiya sentía esa inexplicable necesidad de cerciorarse que nadie escuchaba. Un acto inconcebible y bobo. El sector donde vivía era bastante amplio y las distancias entre una vivienda y la otra hacían que absolutamente nadie fuera capaz de entrar a su hogar sin que ella se diera cuenta, o en su defecto, escuchara lo que fuera que ella hiciese o hablara—. Hace dos días fue la reunión con Rasa. Me extrañó que no llamaras para preguntar al respecto.

Más que extrañarse literalmente se había aterrado al imaginar un sinfín de razones espantosas para ello. Aunque eso jamás se lo diría.

El silencio se prolongó a través de la línea y su corazón bajó como una piedra hasta su estómago. Incapaz de permanecer sentada un segundo más, Tsunade se levantó mientras sus frías manos empezaban a retorcer la tela de su albornoz lila.

—No pude. —La voz de Jiraiya casi fue tragada al otro lado de la llamada por el ruido de los insectos propios del bosque o de un campo. Tsunade se recostó en la pared gris del pasillo que llevaba al jardín trasero de su morada y miró por el cristal el oscuro paisaje. Se relajó un poco al comprender dónde se encontraba él—. He estado ocupado en otro asunto. Creo que la suerte está de nuestra parte.

Un encuentro predestinadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora