Epílogo

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La peliarcoiris saltaba y marchaba con orgullo delante de Twilight y Soarin. Llevaba en sus pequeñas manos el radiante trofeo que le habían entregado aquel día. Se sentía muy orgullosa de ella misma.

No solo había ganado el campeonato de atletismo, sino que también había superado un récord de la propia escuela, la misma directora Celestia le había entregado una beca de estudios.

Cuando llegaron a casa, por primera vez Rainbow se sintió feliz de estar ahí. Sin esperar a sus acompañantes, entró corriendo a la sala en donde estaba sentada Velvet.

—¡Mamá! —En esa época aun le decía mamá—, ¡Mira! —dijo ella alzando el trofeo hacia la cara de la mujer

Velvet miró con detenimiento el objeto brillante. A juzgar por su tamaño supuso que era importante. Sonrió de lado y desvió su mirada hacia donde estaba Twilight. Sin hacerle más caso a Rainbow se paró de su silla y abrazó a su hija.

—Twilie, felicidades —dijo emocionada—. De todos tus trofeos este es el más grande. ¿De qué es? ¿Matemática? ¿Física? ¿Química?

Twilight negó con la cabeza y señaló a la peliarcoiris que, aun con su premio en las manos, miraba atónita la escena. Velvet no entendió lo que pasaba hasta que tras la breve explicación del peliazul comprendió que ese premio no era de su hija, sino de Rainbow.

—De Rainbow —susurró. Se volteó despectivamente hacia la ojimagenta y dando un suspiro de resignación le soltó—: Ah, era tuyo. Felicidades.

Sonó tan seco y carente de emociones que Twilight pensó que hubiera sido mejor mantenerse callada. Miró a Soarin, que se mantenía al margen de todo y atento a los movimientos de la peliarcoiris.

Velvet por su parte no mostraba ni un gramo de culpabilidad. De hecho parecía molestarle lo sucedido, sin embargo volvió a sonreír y se dirigió a la cocina a servir el almuerzo.

Rainbow, callada y con todo su ánimo caído, se excusó del almuerzo y subió al cuarto compartido.

—¡Mamá! —de oía desde el comedor—. ¿Como has podido hacer eso?

—Que ella no quiera comer no es culpa mía Twilie. No pienso obligarla

—Sabes perfectamente que no me refiero a eso

—¿Te refieres al insignificante regalo de consuelo que recibió? —Rainbow apretó sus puños—. Twilie, ¿De qué cosa importante sería?

—Es del equipo de atletismo de la escuela. Es el más importante evento deportivo

—Twilight, cariño entiende algo. Los deportes no sirven de nada

No oyó más.
El ruido de una silla moviéndose y la puerta cerrándose segundos después la distrajo. Era Soarin.

Unas caprichosas lágrimas amenazaban con salir de sus ojos. Sentía un gran nudo en la garganta y en el estómago.
Miró nuevamente su trofeo y, aun cuando la iluminación de su cuarto resaltaba su color oro brillante, le pareció una cosa opaca sin valor.

Y en ese momento, como en los anteriores y en los futuros, pensó en su verdadera madre Firefly, e intentaba imaginarse como habría reaccionado ella.
La imaginación en la niñez no tiene límites, y cuando Rainbow dejaba volar su imaginación ni siquiera Velvet era capaz de detenerla.

—☆—

Sacudió la cabeza intentando alejar aquel vago recuerdo. No podía permitir sentirle cólera en su propio funeral. A su lado Twilight lloraba desconsoladamente, no podía sentirse indiferente.

¡No Eres Mi Hija!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora