Capítulo 22.

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El sol empezaba a caer mientras un cálido clima comenzaba a reinar en Escocia y en Inglaterra. La segunda noche de mayo había llegado y, con ella, el ataque final a Hogwarts, lo que en horas sería conocida como la Batalla de Hogwarts. Menos de dos semanas atrás, los jóvenes de la casa Slytherin, bien algunos de ellos, fueron torturados por Lord Voldemort tras haber dejado marchar a Potter y sus amigos.

En el Profeta también había salido la muerte de Ginny Weasley, la hija menor de Arthur y Molly. Para Hermione, eso era una buena noticia. Después de sus torturas, la daga envenenada de Bellatrix Lestrange terminó con su vida. . . y eso era felicidad, aunque tampoco lo expresaba. Casi un año más tarde, había vengado la muerte de Blaise. Y eso era lo que más importaba, al menos para la familia Zabini.

El señor Tenebroso tenía la última oportunidad de matar a Harry Potter, más conocido como el Elegido. El Señor de las Tinieblas sabía cuáles eran los dos Horrocruxes quedaban por destruir: la diadema de Rowena Ravenclaw y su serpiente, Nagini, la maledictus que hacía tantos años que le acompañaba.

No todos los jóvenes se encontraban en Hogwarts pero sí habían decidido que llegarían a sus hogares para partir todos juntos hacia los terrenos del castillo. Si algo malo o bueno tenía que ocurrir, aquél grupo que ya era denominado por ellos mismos como "la familia que escogieron," lo harían juntos. Fuese cual fuese el destino final, siempre sería juntos.

Draco y Hermione estaban juntos, tomados de las manos, pues deseaban no separarse jamás. Ambos sabían que alguno de los, o los dos, podrían fallecer durante esa batalla, pero harían lo posible y lo imposible por sobrevivir, ya que ambos querían casarse en un tiempo y vivir juntos toda la eternidad. Así que lucharían por ello, por vivir, por la oportunidad de tener esa vida juntos que tanto deseaban. Lo harían, por ellos. Por sus respectivas familias. Además, tenían una vida en común que seguía gestándose en el interior del vientre de la fémina, que cada vez tenía más bulto y era más notorio, y ahora ya no podían usar ningún hechizo de ocultación, por lo que todos supieron del heredero que los Malfoy y los Zabini iban a tener con la unión de ambos jóvenes.

—Prométeme que no te separarás de mi —susurró el joven Malfoy, tomando la barbilla de su novia con su diestra.

—Te lo prometo, mi amor —susurró ella, antes de rodear su cuello, abrazándole con fuerza—. We're all in this together.


( . . . )


Todos los mortífagos, junto a Lord Voldemort, se encontraban al otro lado del lago, pues no podían invadir Hogwarts a causa de un hechizo protector que lo cubría. La noche era fría a pesar que estaban a principios de mayo, pero eso era algo que no importaba pues en muchos había temor, miedo, preocupación. . . Aunque fue difícil, lograron quitar esa barrera después de usar muchos, muchos, muchos hechizos para derribarla.

A pesar que el grito de victoria que hizo Bellatrix Lestrange era simplemente para aparentar normalidad, las familias Malfoy, Greengrass, Lestrange, Nott, Parkinson, Avery y, sobre todo, Zabini estaban completamente atemorizados, pues sabían que si el señor Tenebroso no triunfaba; o morirían o pasarían el resto de sus vidas en Azkaban.

Primero fueron enviados los mortífagos de menor rango a deshacerse de los obstáculos. Los mortífagos más jóvenes sentían un nudo en la garganta al observar aquél castillo que los albergó por casi siete años, de aquella manera. Aunque no lo aparentaban, en su interior temían por las almas inocentes que permanecían en aquella guerra, por sus pequeños compañeros de casa. . . Sabían que tenían que matar aunque no quisieran, tenían que hacerlo si querían seguir con vida si Lord Voldemort ganaban esa guerra.

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