Capítulo 15.

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Los meses en Hogwarts parecían haber pasado tan rápido que ninguno de sus estudiantes era capaz de asimilar lo rápido que había pasado el curso. El frío invierno dejó paso a la bonita primavera en marzo, mes en el que los árboles empezaron a florecer. El Sauce Boxeador dejó caer toda esa nieve que adornaba sus brancas para dar paso a una calurosa primavera, no tan fresca como años anteriores. Y es que, a pesar que el solsticio de verano no era hasta el veintiuno de junio, parecía ser que, aunque estaban en los primeros días del sexto mes, se había adelantado. Sin embargo, esa noche parecía que iba a llover.


Las siete de la tarde marcaban en el reloj de pulsera del heredero de los Malfoy. El clima era caluroso, aunque nubes grises cubrían la mayor parte del cielo. Parecía que iba a ponerse a llover en cualquier momento. El castillo estaba preparado para despedir una generación más que acogió por siete años, una vez terminaron los EXTASIS. Jóvenes que desde el primer curso fueron refugiados y acogidos por los gruesos muros de aquel antiquísimo castillo. Hermione deseaba con todas sus fuerzas que en un año más, ella también se estuviese graduando, junto a su hermano y amigos.

Jóvenes como dos, que por el azar del destino tenían la obligación de cumplir órdenes para proteger a sus respectivas familias, para que no sufriesen si ellos dos fallaban. Ambos iban vestidos completamente de negro mientras se dirigían hacia la Torre de Astronomía, a paso elegante, y aunque no lo demostraban, estaban atemorizados y muertos de miedo. . . Tenían mucho miedo, más temor del que nunca habían experimentado. Hermione Zabini llevaba unos pantalones que se ajustaban perfectamente a sus largas piernas, junto a una blusa negra corta con una chaqueta de cuero encima, y unas botas altas sin tacón. El pelo atado en una trenza que caía por uno de los lados, consiguiendo así tener una completa visión de todo lo que estaba a su alcance. Unos zapatos planos, que a pesar de no llevar tacón, chocaban y repicaban contra el suelo de piedra haciendo ruido, mientras iban hacia el lugar mencionado anteriormente. En cambio, por su parte, Draco Malfoy llevaba un impoluto traje negro, tan negro como el carbón. Iba con su paso ya conocido y admirado andar aristocrático.

Al estar por llegar a la Torre en la que habían tenido más de una, más de dos y más de tres citas, se tomaron las manos. El varón enlazó sus dedos con los de su novia, así como la fémina se aferró, nerviosa, al brazo de su pareja. Caminaron unos metros más y justo al pie de las escaleras que conducían a lo más alto de la Torre, Draco la tomó por la cintura, deteniéndola. Deteniendo su paso.


—Sabes que pase lo que pase siempre te voy a amar, ¿verdad? —el de cabellos rubios platinados fijó su grisáceo mirar en la castaña, aunque la chica cada día tenía el cabello más oscuro.

—Lo sé —contestó ella, mientras depositaba un casto beso en los labios impropios.


Subieron las escaleras con lentitud y sigilosamente llegaron hasta la parte superior que tanto conocían. Ahí se les paró el corazón por una milésima de segundo. El anciano director observaba desde arriba de la torre el bello paisaje que aquel lugar le permitía admirar. Tenía ambas manos unidas detrás de la espalda, mientras su pelo y sus largas barbas se ondeaban con el suave fresco de la noche, porque ya estaba empezando a oscurecer en tierras escocesas.

—Draco, Hermione. Que agradable sorpresa —dijo a modo de saludo, hablando con esa asombrosa serenidad que tanto le caracterizaba—. Sé a lo que vienen, jóvenes.

Pasaron unos largos diez minutos, los cuales se hicieron de lo más largos. . . para ambos muchachos, parecieron haber pasado horas. Pese a la conversación que el director Dumbledore quiso darles, en la que les aseguraba que tendrían la mayor seguridad del mundo si se unían a la Orden del Fénix, ellos no podían aceptar por mucho que quisieran.

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