VII: Reencuentros

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•Erick•

Apenas entré a la habitación, corrí como pude y me lancé a la cama. Estaba muy cansado, había estado tres largos días acompañando a un hombre que si bien parecía amable era todo lo contrario. Sádico le quedaba corto.

Decidí que lo mejor sería darme una ducha para relajarme y quedar completamente limpio, después iría al comedor para buscar cualquier cosa que hubiera quedado y al final, una bien merecida siesta.

Después de haber tomado la ducha, me dispuse a vestirme con unos jeans ajustados y camiseta negra, no me puse zapatos ya que era tiempo de calor y amaba andar descalzo, aunque en época de frío también lo hacía, pero siempre recibía un regaño debido a eso.

Me encaminé hacia el elevador para poder bajar al comedor, pero una de las varias puertas de las habitaciones se abrió interrumpiendo mi andar.

De ésta salió Keith, un chico con el que usualmente hablaba cuando Dallen no estaba, y para qué mentir, guapo.

Me ganaba por unos cuántos centímetros de altura, no era totalmente pálido como yo, si no que contaba con un ligero bronceado que envidiaba, estaba un poco marcado —lo poco que Cassidy permitía— y su cabello castaño claro contrastaba perfectamente con sus ojos miel. Portaba unos jeans con camisa blanca y zapatos negros que lo hacían lucir realmente bien.

Y al verme, todo eso lo complementó con una hermosa sonrisa.

— ¡Erick! Qué gusto volver a verte, pensé que seguías trabajando — saludó empezando a caminar hasta posarse a una distancia considerable de mi. Le devolví la sonrisa y comencé a hablarle, un poco de charla antes de comer no haría mal.

— Lo mismo digo, Keith. Ya hace rato que no te veía por aquí, se te extraña, ¿sabes? — respondí con una sonrisa. Supuse que la razón de que últimamente no nos viéramos como antes es que nuestros horarios no coincidían, por lo que cuando uno trabajaba, el otro descansaba y viceversa.

— Lo sé, ¿qué tal si salimos a comer para recuperar el tiempo perdido? De todas formas, te dirigías al comedor ¿no es así? — propuso a lo que me sorprendí.

— Tú tienes permiso porque eres de los favoritos de Cassidy — y cómo no — pero yo no corro con la misma suerte — dije con una sonrisa pesarosa. Y es que algo que sólo los favoritos de esa loca mujer podían tener eran salidas, no muy largas pero podían hacerlo, Cassidy les daba tarjetas de crédito a sus nombres con una determinada cantidad de dinero para que lo gastaran en sus salidas. Los demás solo salíamos cuando teníamos que trabajar y no contábamos con una tarjeta, solo ciertos pagos por nuestro trabajo que utilizábamos para comprar ropa, vigilados por los guardias claro.

— ¡Vamos! Si no se entera no le hará daño — insistió elevando una ceja varias veces, logrando que riera.

— Está bien — acepté — pero será muy rápido y no nos entretendremos en otras cosas ¿entendido? — dije tratando de ponerme serio, aunque con él era imposible.

— ¡Sí señor! — respondió imitando una pose militar — pero no vas a salir descalzo, ¿o sí? — preguntó divertido con la mirada sobre mis pies desnudos. De repente sentí algo de calor en mi rostro.

— Iré a ponerme zapatos, ya vuelvo — dije desviando la mirada para luego correr hasta el dormitorio que compartía con mi mejor amigo.

(...)

Estábamos sentados en un café  que quedaba cerca del edificio. Con un poco de chantaje, el guardia aceptó dejarnos salir sin ver a Cassidy con la condición de que no fuéramos demasiado lejos y de estar ahí antes del atardecer.

Había ordenado un croissant de jamón y queso, una rebanada de pastel de frambuesa, una malteada de fresa y un café, todo eso para mí solito. Aún comiendo así, no engordaba nada.

Keith había optado por algo más ligero, un pan de dulce con un capuchino. Al parecer no tenía tanta hambre, o tal vez era yo que comía a más no poder...

— Más te vale terminarte todo eso o si no habré desperdiciado mi preciado dinero — dijo fingiendo molestia, a lo que reí.

— Lo haré, de eso no te preocupes — respondí guiñándole un ojo.

Hablábamos de cosas triviales mientras comíamos riendo de vez en cuando, creando así un ambiente muy agradable y acogedor. Pero esa paz se terminó cuando escuché una voz que se me hacía conocida.

—¿Erick? ¿Qué haces aquí?

Inmediatamente volteé hacia atrás que era de donde provenía la voz, solo para encontrarme a un hombre alto, moreno, fornido y de cabello oscuro al igual que sus ojos, tenía que ser él: el sádico.

— Desgraciado...

— Este "desgraciado" tiene nombre dulzura — dijo sonriendo con sorna — ¿ya no lo recuerdas? Lo gritabas para mí cada vez que lo hacíamos, ¿quieres recordarlo?

— ¿Cuál es tu maldito problema Mathew? — lo encaró Keith levantándose de su asiento para posarse frente a él, cubriéndome en el acto. A este grado, las pocas personas que ahí estaban miraban atentas todo el espectáculo.

— Pero mira a quién tenemos aquí, mi querido Keith — dijo tratando de acercar una mano hacia su rostro, la cual apartó bruscamente.

— No soy tuyo ni de nadie — susurró con la ira consumiendo sus palabras.

— Veo que has agarrado coraje, niño, pero aún así hay algo que no me queda claro... ¿por qué no están en el edificio? — preguntó apuntando con la cabeza la dirección en donde se encontraba sin despegar su oscura mirada de nosotros.

— Tenemos permiso para salir — respondió frívolo Keith.

— ¿Tenemos? Hasta donde yo sé, solo ciertos chicos y chicas pueden salir con el permiso de Cassidy, y él no está en la lista — habló dirigiendo una lasciva mirada hacia mí con una sonrisa, logrando que Keith me cubriera al punto en donde no veía más que su espalda. Al parecer ese tipo sabía más de lo que aparentaba.

— Le ha dado el permiso por hoy, ya lo has dicho, no es de sus favoritos pero yo sí — respondió con seguridad en sus palabras.

— ¿De verdad? Bueno, supongo que le preguntaré cuando la vuelva a ver — en ese momento, mi rostro palideció, y estoy seguro que el de Keith también. No tengo idea de lo que haría Cassidy si se entera que estuve fuera sin su consentimiento — los veré pronto chicos, cuídense.

Después de decir esas últimas palabras, se dio media vuelta y salió del café de lo más tranquilo. Al parecer a las personas que seguían ahí ya no les interesaba lo que pasaba, aunque no estaba seguro de sí habían llegado a escuchar algo.

De lo que sí estaba seguro era de que quería a ese tipo lejos de nuestras vidas.

Temporalmente Mío (Gay) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora