CAPÍTULO 5

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CAPITULO 5

-¡Nat! ¡Respóndeme, maldita sea!

Las manos de Clint sostenían el rostro de Natasha. A la vaga luz que los envolvía, Natasha estaba pálida. La oscuridad de sus pestañas, formando semicírculos sobre sus mejillas, destacaba sobre su piel. Sus labios, siempre sonrosados, habían perdido su color habitual. Clint pasó ambos pulgares por sus mejillas. No podía ser, no podía perderla en una absurda misión como aquella. Habían sobrevivido a cientos de ellas. Incluso, habían sobrevivido a la locura que desatara Loki en Nueva York y a aquellos fieros y repugnantes seres llegados de otros mundos.

Llevó su mano hasta el cuello de la mujer y palpó sobre su carótida, en busca de pulso. Allí, perfectamente perceptible aunque débil, había un suave latido. Clint cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás y exhaló con fuerza el aire de sus pulmones. Aún seguía con vida, pero no lo haría por mucho tiempo si continuaban en aquel sótano, húmedo y putrefacto.

Se dio cuenta de que estaba temblando. No por el hecho del frío que allí reinaba y que se encontrara sólo vestido con la camiseta que solía llevar bajo el chaleco, no. Temblaba ante la sola idea de que Natasha muriera y él no pudiera hacer nada por remediarlo. Apretó la mandíbula con tanta fuerza que las muelas chocaron entre sí y la respiración se hizo más pesada. No iba a permitirlo.

Con todo el cuidado del que fue capaz, bajó la cabeza de Natasha de su regazo, depositándola en el suelo. Necesitaba saber el alcance de la herida. Sabía que había mucha sangre pero debía conocer a qué se estaba enfrentando, y para ello necesitaba más luz. Alzó la cabeza y se fijó en el candil que había sobre él y que apenas iluminaba una porción de aquel cubículo. Fijó aún más la mirada. Al parecer, y como muchas lámparas de aceite, tenía una palometa que abría o cerraba la mecha, haciendo así que hubiese más luz. Debía conseguir llegar hasta ella fuera como fuese.

Tanteó el suelo con la planta de sus pies. La piedra estaba tan helada que el frío traspasaba su piel, llegándole hasta la médula de los huesos. La cadena enganchada a los grilletes de sus tobillos tintineó, recordándole que estaba atado. Pero debía intentarlo, debía incorporarse.

Se apoyó en la pared que había a su espalda y, con dificultad, se alzó cuan alto era. Los grilletes se clavaron en la carne de sus tobillos. Se mordió el labio inferior para ahogar un grito de dolor que le nació en la garganta. Sintió la sangre correr por la lacerada piel del sus pies, caliente. Pero no le importaba. Estiró el brazo y todo su cuerpo se quejó ante aquel movimiento. No sabía cuánto tiempo llevaban allí pero aún acusaba los golpes que había recibido.

Las puntas de sus dedos llegaron hasta la palometa del candil mientras se mantenía precariamente en equilibrio. Con dificultad, la hizo girar lo suficiente para que una nueva porción de mecha se prendiera, haciendo así mayor la llama que resultaba.

Las sombras dejaron de serlo tanto en aquel recinto. Clint miró a su alrededor. El cuchitril en el que estaban encarcelados debía medir tres metros por cuatro. En la pared perpendicular a la que él se encontraba atado había una puerta, similar a las que ellos habían encontrado cuando accedieron al sótano del recinto. Debían encontrarse, pues, en algún lugar de aquel sótano.

El techo era relativamente bajo, apenas se elevaba un poco más allá del nivel de la lámpara. Gracias a ello, la luz no se perdía, concentrándose en él y dispersándose por la habitación. Clint bajó la mirada hacia el cuerpo de Natasha tendido a sus pies. Con el mismo esfuerzo que le supuso levantarse, volvió a tomar asiento en el suelo.

Ahora podía verla con total claridad. Natasha yacía boca arriba, con las piernas juntas y ligeramente dobladas hacia el lado derecho. La mano izquierda recaía sobre su costado, salvaguardando el lugar en donde la habían herido. Volvió a colocar con cuidado la cabeza de ella sobre su regazo, retirándole un mechón de pelo del rostro.

ROJO Y NEGRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora