CAPÍTULO 8

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CAPITULO 8

Aquella había sido una noche difícil.

En efecto, tal y como le había dicho, la enfermera regresó media hora más tarde, para anunciarle que el tiempo de estar en la habitación había finalizado, justo cuando se había quedado dormido sentado junto a Natasha.

Recordó que había levantado la cabeza, sumido en el sopor del sueño atrasado y del cansancio acumulado, haber mirado a la enfermera y, con cortesía, responderle que no pensaba marcharse. La mujer no se molestó en contestarle, tan sólo se dio media vuelta y salió por donde había venido... regresando unos minutos más tarde con un celador.

El hombre que llegó con la enfermera le pidió, de la misma manera educada en que lo había hecho la mujer, que se marchara, alegando que aquella no era una zona en donde pudieran estar las visitas y que era un área controlada. Y Clint le contestó de la misma manera educada: que no pensaba marcharse y dejar allí a su compañera. Y que, si lo necesitaban, se pusieran en contacto con su superior, en S.H.I.E.L.D.

Debió de ser por la hora o, quizás, por las palabras y el tono de voz seguro de sí mismo de Clint, que los dos sanitarios se miraron mutuamente y salieron por la puerta. Clint recordó haberse quedado observando la puerta y, tras eso, volver su atención a Natasha. Ella continuaba dormida, ajena a cuanto ocurría en la habitación. Clint había apretado su mano entre las suyas y, apoyando de nuevo la cabeza sobre el colchón, volvió a quedarse dormido.

Regresaron a despertarlo una hora más tarde. Cuando Clint oyó las voces, entre la espesa niebla del letargo que sentía, pensó que habían vuelto para echarlo de allí definitivamente. Pero no había sido así. El médico y la enfermera le habían pedido con amabilidad si podía retirase un poco mientras supervisaban las constantes de Natasha y las máquinas a las que estaba momentáneamente conectada. Él les dejó hacer su trabajo, observando cada uno de sus movimientos con interés. Unos minutos después, tanto el médico como la enfermera se retiraron, despidiéndose con un sutil movimiento de cabeza. Y Clint volvió a ocupar su sitio junto a Natasha.

La visita del médico se produjo dos veces más en el transcurso de la noche. En una de ellas, después de estudiar detenidamente el monitor en donde se mostraba la gráfica del corazón de Natasha, el médico tomó la decisión de retirarle la ventilación asistida. Clint se vio a sí mismo en una esquina de la habitación, retorciéndose las manos sin que nadie pudiera advertirlo y sosteniendo la respiración mientras extraían aquel tubo de la garganta de Natasha. Los segundos que transcurrieron hasta que los pulmones de su compañera fueron capaces de respirar por sí mismos fueron los más largos, tal vez, que había vivido en su vida.

Una pequeña pinza en el dedo índice de la mano izquierda de Natasha se iluminó. Antes de preguntar qué era aquello, la enfermera lo miró y, con eficacia, le contó que aquel pequeño aparato medía la oxigenación en el organismo de Natasha y que los datos que reflejaba en la pantalla eran excelentes. Fue entonces cuando Clint pudo volver a respirar.

Una vez que lo hubieron dejado solo de nuevo con Natasha, se acercó hasta ella, apostándose a su lado, junto a la cama. Sin el respirador en su boca, los labios carnosos de Natasha habían recuperado un poco su color sonrosado natural. Despacio, pasó el dorso de su mano por su mejilla. Notó la piel más fresca a su contacto pues, al parecer, la fiebre había comenzado a remitir. Volvió a sentarse a su lado, sintiéndose incapaz de manejar el peso de su propio cuerpo. Se había pasado la mano por el rostro, intentando así engañar el sueño para mantenerse despierto lo que restaba de noche pero, al parecer, su cuerpo tenía otras intenciones. Volvió a dejarse caer contra el colchón, junto a Natasha, y a quedarse dormido.

Todo, absolutamente todo quedó relegado al fondo de su mente cuando, horas después, entre la bruma que empañaba su conciencia, notó la mano de Natasha acariciarle con suavidad la cabeza.

ROJO Y NEGRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora