CAPÍTULO 7

191 15 21
                                    

CAPITULO 7

Nunca antes dos horas le habían parecido tan largas como las que emplearon en llegar a Nueva York. Y eso considerando que había estado dormitando casi treinta minutos.

Se despertó a causa de una turbulencia, que hizo que el quinjet se tambaleara un poco, lo suficiente para sacarlo de aquel estado de somnolencia que se había adueñado de él. Aún así, su mano continuaba sosteniendo la de Natasha. Pasó el pulgar sobre los nudillos femeninos, despacio, deteniéndose al borde de la mano para, inmediatamente, rehacer el camino. La piel era suave bajo su tacto, y estaba caliente.

Natasha continuaba inconsciente. O dormida, no lo sabía bien. La temperatura continuaba alta pese a que el médico había comenzado a tratarla con antibióticos. Clint cerró los ojos y apretó la mano de ella en la suya, deseando llegar de una vez por todas a Nueva York.

La pista de aterrizaje no estaba vacía cuando el quinjet tomó tierra. Los estaban esperando un par de coches de la agencia y una ambulancia con las luces encendidas. Apenas hubieron bajado la trampilla, dos paramédicos subieron a la aeronave. Clint no pudo escuchar las palabras que éstos intercambiaron con el médico que había tratado a Natasha en primera instancia. Sólo supo que, tras aquel breve intercambio, los dos hombres levantaron con cuidado la camilla en donde descansaba Natasha y la bajaron a tierra.

Clint se puso en pie y desestimó de inmediato el dolor que sintió en los tobillos. Tenía que ir con su compañera.

Cuando bajó, Steve ya estaba en la pista de aterrizaje, junto a la ambulancia, supervisando el traslado de Natasha.

Uno de los paramédicos bajó de la parte trasera de la ambulancia, apostándose frente a los dos hombres.

-¿Alguien viene con ella?

Clint ni se molestó en mirar hacia donde se encontraba Steve y, adelantándose, subió al vehículo. Aún no se había acomodado en el asiento cuando cerraron las puertas traseras y la sirena comenzó a sonar.

Apenas había puesto un pie en el suelo frente a la entrada de urgencias cuando, salidos de la nada, un montón de enfermeras con batas de papel verde y médicos con gorros de quirófano, aparecieron por la puerta del hospital. Los paramédicos que los habían llevado hasta allí se encargaron de bajar la camilla de Natasha, dejándola en manos de los profesionales, que se alejaron con ella a la carrera. A su lado quedó una joven enfermera, con el pelo recogido en una coleta y una sonrisa condescendiente en el rostro. Pero su atención no estaba con aquella amable chica que lo tomaba con cuidado del brazo, sino en el lugar por donde había desaparecido la camilla. Creyó oír a la mujer decir algo, pero no le había estado prestando la suficiente atención como para comprenderlo. Giró la cabeza hacia ella y arrugó el entrecejo, confundido.

-¿Qué ha dicho?

La enfermera le sonrió.

-Venga por aquí, señor Barton. Déjenos mirarle las heridas. Y no se preocupe, ella está en buenas manos.

Sólo entonces se dio cuenta de que, tal vez, también necesitaba que lo viera un médico.

Clint no era, en términos generales, un buen paciente. Él lo sabía y no perdía ocasión de hacérselo saber a aquel que tuviera el infortunio de ser el médico o la enfermera que lo atendiera. No se quejaba de los procedimientos a los que tuviera que someterse, ni tan siquiera le molestaba. Se mantenía callado, con el gesto huraño y deseando salir por la puerta en cuanto tuviera ocasión. Aquel día, después de regresar de Panamá, tenía un doble motivo por el que desear abandonar la consulta del médico.

En cuanto la enfermera consideró que las heridas de sus tobillos y sus pies habían recibido la correcta atención y estaban cuidadosamente vendadas, Clint saltó de la camilla. No se molestó en ponerse las deportivas que S.H.I.E.L.D. le había facilitado para que no anduviera descalzo por el hospital. En realidad, le daba igual, sólo quería llegar hasta la zona de quirófanos y saber qué estaba ocurriendo con Natasha.

ROJO Y NEGRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora