No recordaba haber tenido jamás unas ganas tan abrumadoras de salir del trabajo como ese día.
Un joven agente le había preguntado algo y él poco más que le había ladrado, lo que hizo que el muchacho saliera de su camino sin recibir ni la ayuda ni la respuesta que necesitaba. Se había disculpado, por supuesto, pero el chico lo miró de arriba abajo, seguramente preguntándose qué se había tomado. No solía conducirse así y acostumbraba a medir sus respuestas, pero la frustración de la noche anterior, aunque comprensible, todavía le duraba. Si alguien le hubiese preguntado qué le ocurría y él hubiese tenido el valor de contestarle, le habría dicho que tenía un dolor de pelotas de mil pares de demonios.
En más de una ocasión, su pantalón vaquero se había vuelto repentinamente más estrecho y maldijo entre dientes el recordatorio de lo que no pudo ser. La figura de Natasha se había ido materializando tras sus párpados una y otra vez, a lo largo de todo el día, sin que tuviera que hacer mucho esfuerzo para ello. Acordarse de ella junto a él la noche anterior, besándolo y acariciándolo, hacía que la piel de todo el cuerpo se le erizara.
La noche anterior, la punzada en el costado le había recordado oportunamente a Natasha que era demasiado pronto para realizar alguna actividad que conllevara un esfuerzo físico. Al parecer, y por desgracia, tener sexo con él entraba dentro de esa categoría. Hacía tiempo que no había odiaba nada como lo había hecho la noche anterior con aquella jodida herida.
Estaba seguro de que habría hecho el más completo de los ridículos si hubiesen seguido adelante. Natasha lo había excitado más allá de lo razonable y, de haber continuado, habría quedado como un adolescente en su primera vez. Las manos de Natasha sobre él tenían ese efecto. Lo frustraba enormemente no haberse acostado con ella pero más lo hacía el hecho de saber que, en más de una ocasión, Natasha había tenido que recurrir a aliviarse en la ducha por su culpa. La imagen de ella bajo el agua y gritando su nombre mientras se corría era más de lo que un hombre podía soportar. Sonrió para sí, lamentándose en silencio por todo el tiempo que ambos habían perdido orbitando el uno alrededor del otro, sin haberse atrevido ninguno de los dos a aclarar lo que era patente que había entre ellos. Era un tiempo que estaba dispuesto a recuperar.
Había mirado el reloj más veces de las que recordaba y, en todas ellas, el tiempo pasaba demasiado despacio. Estaba deseando acabar con todo aquello de las reuniones y el papeleo para abandonar la agencia. Nadie controlaba su trabajo, ni cuándo entraba o cuándo salía del edificio, cuando no estaba inmerso en una misión. Sólo le rendía cuentas a Fury, y éste no solía inmiscuirse en sus horarios si el trabajo estaba hecho, y hecho bien. Y él no tenía por costumbre fallarle a su jefe.
Cuando terminó con sus obligaciones del día, le faltó tiempo para dirigirse al control de seguridad y pasar la tarjeta por el lector. De hecho, tuvo que hacerlo dos veces porque, en la primera de ellas, pasó la banda magnética demasiado rápido y la luz roja le saltó a la cara. Masculló una maldición y volvió a repetir la operación, más despacio. En aquella ocasión, la luz verde se encendió y él pasó bajo el arco de seguridad con celeridad.
De camino al apartamento de Natasha paró en un restaurante de comida para llevar. No tenía intención de llevarle de nuevo sopa y consideraba que lo que ella deseaba, una hamburguesa, era demasiado pesada para alguien que había sido operada tan recientemente. Así que optó por una hamburguesa vegetal. Tenía el mismo nombre y se le aproximaba. Lo único que podía suceder era que se la arrojara a la cara. Un mal menor. Sería peor si le tirara el cuenco de sopa.
Sonriendo, salió del lugar con la bolsa de comida. Al llegar a la acera se detuvo y miró a su alrededor. Hacía tiempo que no se sentía de aquella manera, como si le hubieran quitado una losa invisible de los hombros que lo hubiese estado aprisionando. No, no iba a engañarse, que hubiese aclarado con Natasha lo que ambos sentían le hacía feliz. Tenía suficiente edad y había pasado por relaciones previas, más o menos largas, más o menos importantes para saber que lo que tenía con ella iba más allá de querer echar un polvo y tenerla en la cama un rato. Natasha era su amiga y su compañera, lo había sido desde hacía mucho tiempo, pero deseaba dar el siguiente paso con ella. Fuera cual fuese ese paso. Con ella.
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ROJO Y NEGRO
Fanfiction"Una misión de rutina acaba convirtiéndose en una pesadilla cuando los agentes Barton y Romanoff se ven traicionados sobre el terreno. A partir de ahí, sus mundos se transforman en una batalla a lidiar contra sus propios demonios, los antiguos y los...