13. El reino distorsión. Parte 1.

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Mei sabía que, de todas las cosas, la soledad sería algo a lo que jamás podría acostumbrarse. No importaba cuántas personas se alejaran, ella sentía que no tenía la fuerza necesaria para dejarlo todo atrás... y olvidar.

Ésa noche, ni siquiera durmió.

Se quedó sollozando, frente a la puerta cerrada de su habitación, con la cabeza hundida en las mangas de su sudadera púrpura. Lloró hasta que ya no había más lágrimas que liberar. Cuando la luz del primer rayo de sol atravesó su ventana, decidió que era momento de levantarse. Lar no había ido para decirle que se quedaría, como Mei deseaba que sucediera, aunque en el fondo supiera que cuando alguien decide marcharse es muy difícil hacer que se quede.

La chica tomó una mochila color gris lluvia y salió de su casa sin hacer ruido. Aún era temprano, sus padres ni siquiera se habían levantado y era posible que no supieran que Lar se había marchado... justo como planeaba hacerlo Mei.

No estaba muy consciente de lo que hacía, ni siquiera tenía idea de a dónde iría, pero a veces sólo se siente un impulso de alejarse y ver las cosas desde otro ángulo. Mei se preguntó si había sido eso lo que sintió su hermano la noche anterior y si ése sentimiento lo había impulsado a irse.

Las calles de Ciudad Ninjago estaban casi desérticas, sólo algunas personas se dirigían a sus respectivos trabajos.

La chica se detuvo en la plaza central, sin poder dar un paso más. Un sollozo salió de su boca. Todas sus lágrimas se habían secado. Se llevó una mano a la frente, sintiendo pulsaciones repentinas. No se sentía muy bien.

—Es una bella mañana, ¿No lo crees?

—¿Uh? —dejó escapar Mei, dándose una vuelta entera para ver de dónde procedía la voz.

Había un único hombre sentado en una de las bancas de la plaza. Mei tuvo que tallarse los ojos, para asegurarse de que no se lo estaba imaginando. Era una persona curiosa, de edad avanzada. Un sombrero de paja le ocultaba la calva y, bajo la sombra de éste, Mei encontró un par de amables ojos grises. La barba del hombre ondeaba con gracia, parecía en sintonía con el viento.

—Es una pena que, a veces, las lágrimas no nos dejan ver la belleza —prosiguió el hombre.

Mei sintió que la vergüenza coloraba su rostro. Arrugó la nariz y trató de evitar que el hombre la mirara a los ojos, que seguramente estarían hinchados y rojos.

—No me malentiendas, el llanto es la forma en la que el alma se desahoga, no te avergüences, llorar es otra forma de demostrar la fuerza de nuestro espíritu.

—Yo... no me siento como alguien fuerte —admitió Mei, llevándose una mano el codo opuesto. Sintió el impulso de ocultarse bajo la capucha de su sudadera—. Nunca he sido fuerte.

—La fuerza viene en distintas formas. Algunos se sienten fuertes a través de sus puños, otros, a través de su corazón —el hombre sonrío con disimulo—, o quizás... alejándose..

Mei levantó la cabeza enseguida y miró al hombre con ojos desmesurados. Por supuesto que él no sabía que su hermano había decidido marcharse de su hogar, sólo Mei lo sabía, cosa que la hacía sentir una tremenda culpa. La chica pensó que se refería a ella.

—Ése era el plan —admitió la castaña, sonrojada por la vergüenza—. Pero al final, no soy lo suficientemente fuerte.

El hombre se puso de pie, sintiendo que se había reencontrado con uno de sus alumnos, uno que se había marchado hacía tiempo. Morro también sentía que era débil, quizás ésa fue la razón por la que decidió irse, en primer lugar.

Ninjago 2: Bajo engaños. (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora