Presentación + Capitulo 1.1

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Era casi mediodía

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Era casi mediodía. Estaba de pie junto a la puerta de la cocina y acababa de disparar a nuestra madre con un bote de kétchup.

Y lo peor era que mi hermano había hecho lo mismo con otro de mayonesa.

Pero lo malo, malísimo de verdad, era que los dos habíamos acertado. Había sido sin querer, pero le habíamos dado de lleno.

Sí, ya sé, me vas a decir que no es para tanto y que un chorro de kétchup o de mayonesa no es mortal. ¡Y tienes razón! Mortal no era, pero podía significar un castigo de, por lo menos, nivel siete.

Sé que todo esto suena un poco extraño, pero te aseguro que no es que estuviéramos locos o que la hubiéramos confundido con una ración de patatas fritas. La culpa de todo la tenía la lluvia.

Pero déjame que te cuente la historia desde el principio. A ver..., empecemos de nuevo.

Hola, me llamo Txano.

Bueno, en realidad me llamo Jorge, pero, aparte de mi abuela Encarna, nadie me llama así desde hace muuucho tiempo. Ni siquiera mis padres.

Un día, cuando tenía dos años, me puse un gorrito de lana roja y verde al que llamé «txano», y me gustó tanto, que ahí se quedó. No me lo quitaba ni para dormir y toda la familia empezó a llamarme así. Cuando cumplí los seis, me quité el gorro, pero ya no pude quitarme el nombre. Pero no me importa. Me gusta más que Jorge.

Ya conoces a mi hermano. Sí, ese, el de la mayonesa. Es mi mellizo y se llama Óscar.

Aunque somos mellizos, yo nací cinco minutos antes, así que soy el mayor. Y a pesar de que en el físico nos parecemos bastante, nuestros padres dicen que somos como la noche y el día.

Es cierto que nuestro carácter no tiene nada que ver porque, por decirlo con suavidad, Óscar es un cabra loca que hace las cosas sin pensar nunca en las consecuencias. Aunque, por otra parte, es un superfriki de la tecnología y, cuando se pone con uno de sus inventos, es capaz de estar días trabajando totalmente concentrado y crear cosas increíbles.

Yo, sin embargo, ni soy tan impulsivo ni soy tan friki. Vamos, que me pienso un poco más las cosas antes de hacerlas, pero no tengo esa chispa de genialidad que, a veces, tiene mi hermano.

Pero eso sí, a mí me encanta contar historias.

Aunque nuestro carácter sea distinto, también es cierto que compartimos un montón de aficiones. Sobre todo, la pasión por el Lego, los videojuegos y las películas de superhéroes. ¡Ah!, y a los dos nos encantan las pizzas y los espaguetis boloñesa que prepara nuestra madre.

Vamos con la historia y no te preocupes por los demás protagonistas, que cuando vayan apareciendo, ya te los iré presentando.

Hacía casi una semana que habíamos terminado el colegio y desde entonces disfrutábamos o, mejor dicho, sufríamos unas lluviosas y aburridas vacaciones.

Habría estado bien estrenar nuestra libertad con sol y calor o, por lo menos, sin lluvia, pero no fue así y el mal tiempo nos acompañó durante toda la semana.

Jugar todo el rato con la tablet o con el Lego estaba bien para un par de días, pero cuando ya llevabas una semana sin hacer otra cosa, te aseguro que no era tan divertido. Óscar y yo teníamos un montón de planes alternativos, pero todos necesitaban de un cielo azul y un suelo seco y las opciones para divertirse empezaban a escasear.

Nuestra madre se llama Bárbara y trabaja en casa traduciendo libros, así que aquella semana fue la primera sufridora de nuestros aburrimientos vacacionales.

Después de pasar toda la mañana buscando cosas con las que divertirnos, habíamos agotado nuestro repertorio y, aburridos, nos perseguíamos por la casa peleándonos por cualquier tontería.

En una de esas peleas, a Óscar se le ocurrió que podíamos hacer un «Burger Combat». Sí, ya sé que, con ese nombre, tendría que haberle dicho que no sin preguntar, pero reconozco que mi curiosidad pudo más y quise saber qué barbaridad se le había ocurrido esta vez.

Con un brillo en la mirada que yo ya conocía de desastres anteriores, se dirigió a la cocina con paso decidido y, sin decir nada, abrió la nevera. Sacó un bote de kétchup y otro de mayonesa y los sujetó en las manos frente a mí.

Entonces, me miró muy serio y entregándome el primero de ellos me dijo: «Esta es tu arma, soldado. Suerte y ¡que gane el mejor!».

Y diciendo esto, se retiró hasta el otro lado de la cocina, abrió el bote y me apuntó con la clara intención de dispararme un buen chorro de aquel mejunje.

Lo mires por donde lo mires, era una idea nefasta típica de Óscar y debería haber aprovechado ese momento para salir corriendo. Pero después de una mañana superaburrida, aquella ocurrencia de mi hermano hasta tenía su gracia y, sin pensarlo demasiado, abrí mi bote para defenderme.

¡Flushhh! El chorro de mayonesa pasó rozándome y acabó en la pared.

¡Flushhh! Contrataqué con el kétchup, que falló por poco y acabó en el suelo.

Después de unos cuantos ataques y contrataques, la cocina y nosotros mismos no teníamos demasiado buen aspecto.

Pero quizá todo hubiera ido bien si a nuestra madre no se le hubiera ocurrido entrar en ese momento.

¡Flushhh! ¡Flushhh! Un segundo después, un churretón rojo y otro amarillo resbalaban a cámara lenta por sus mofletes.

¡Flushhh! ¡Flushhh! Un segundo después, un churretón rojo y otro amarillo resbalaban a cámara lenta por sus mofletes

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Las aventuras de Txano y Óscar - La piedra verde (#Wattys2017)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora