Mientras nuestros compañeros seguían cazando estrellas fugaces, el profesor nos condujo a un pequeño promontorio donde se sentó en el suelo y, con un gesto, nos invitó a hacer lo mismo frente a él.
—No os he contado antes esta historia porque no sabía cómo iba a afectaros el meteorito, pero creo que ahora es un buen momento.
Cerró los ojos durante unos segundos como buscando las palabras y empezó a hablar:
—Cuando mi hermano y yo teníamos más o menos vuestra edad, nos sucedió algo. Vivíamos en un pequeño pueblo en el distrito ruso de Evenkia. En ocasiones, acompañábamos a nuestro padre y a nuestro tío en sus salidas de caza y aquel fue uno de esos días.
El profesor tomó aire. Óscar y yo podíamos sentir la emoción en sus palabras.
—Recuerdo que aquella mañana llevábamos ya dos o tres horas andando cuando una enorme bola de fuego cruzó el cielo sobre nosotros. La seguimos con la mirada hasta que se estrelló un par de kilómetros al norte.
»Al principio, nuestro padre y nuestro tío no querían ni oír hablar de ir en busca de aquello, pero mi hermano y yo insistimos tanto que al final cedieron. Eran buenos rastreadores y conocían la zona así que lo encontramos enseguida.
»Cuando nos asomamos al cráter, pudimos ver en el fondo una piedra rodeada de luz verde. En aquellos tiempos ya había cámaras de fotos y nuestro padre solía llevar una cuando salíamos a cazar, porque también le gustaba fotografiar animales. Recuerdo que sacó su cámara, se agachó sobre el borde y disparó.
—¿Vosotros también sacasteis una foto? —pregunté yo asombrado.
—Sí. La foto del meteorito ruso que visteis en el libro del despacho es la que hizo nuestro padre aquel día —aclaró—. Apenas estuvimos el tiempo necesario para sacar la foto, porque enseguida nuestro padre y nuestro tío empezaron a sentirse nerviosos y nos obligaron a dejar el lugar, haciéndonos prometer que no volveríamos por allí nunca.
—¿Y lo cumplisteis? —preguntó Óscar.
El profesor esbozó media sonrisa en la oscuridad.
—Bueno..., mi hermano estaba dispuesto a mantener su promesa porque el meteorito le había asustado, pero yo no podía quitarme de la cabeza aquella luz que latía y conseguí convencerle para volver al día siguiente.
»Pensamos que iba a ser más fácil, pero nos costó encontrarlo. Cuando lo hicimos, la roca seguía allí, palpitando con ese resplandor verde que nos hipnotizaba.
»Nos acercamos a ella despacio hasta que estuvimos casi al lado y, en el momento en que más confiados estábamos, un fogonazo verde nos lanzó por los aires. No sabemos cuánto tiempo pasó, pero cuando despertamos, nos encontrábamos mareados y doloridos. Conseguimos acercarnos de nuevo al cráter, pero la roca había desaparecido y solo quedaban pequeños fragmentos en el fondo.
—¡Eso es exactamente lo que nos pasó a nosotros! —dije yo emocionado.
—¡Sí! Por eso, cuando me lo contasteis el otro día en el despacho, no me lo podía creer.
Hizo una pausa para retomar el hilo.
—Después de la explosión volvimos como pudimos al pueblo y no dijimos nada en casa por miedo a la reacción de nuestro padre. Pero a los pocos días, empezamos a escuchar las voces del otro en nuestra cabeza cada vez con más frecuencia, hasta que nos dimos cuenta de que podíamos comunicarnos con el pensamiento.
»Mi hermano se asustó mucho y me hizo jurar que no se lo contaría a nadie, porque tenía miedo de que nos trataran como a bichos raros.
»Pero, con el tiempo, se fue acostumbrando y aprendimos a controlarlo. Hasta le pusimos nombre, lo llamamos «proyectar». Desde entonces ha llovido mucho, pero nunca le habíamos contado esta historia a nadie... hasta hoy.
»Por cierto, le he «proyectado» a mi hermano sobre vosotros y os manda saludos desde Krasnoyasrk —dijo sonriendo.
Los tres nos quedamos allí, sentados en silencio. Tardamos un poco en reaccionar y Sergio esperó con paciencia, comprendiendo lo que sentíamos en ese momento.
—Lo que os hizo el meteorito a tu hermano y a ti... —comencé yo titubeante—. Bueno..., parece que es lo que nos pasa a nosotros y...
—¡Somos telépatas! —dijo Óscar interrumpiéndome y presumiendo de la nueva palabrita que había aprendido.
—Chicos —prosiguió el profesor mientras se inclinaba hacia nosotros—, lo que os pasa no es ni malo ni peligroso. Esa piedra os ha entregado un don especial y, cuando aprendáis a usarlo bien, vais a poder ayudar a mucha gente con él.
Dejó unos segundos para que la idea se posara en nuestras cabezas.
—Además, ¿quién sabe? —dijo bajando un poco la voz—. Quizá en el futuro descubráis alguna otra sorpresa relacionada con el meteorito; aunque eso ya lo tendréis que averiguar por vosotros mismos.
»Y ahora, ¿qué os parece si seguimos viendo estrellas? Creo que ya son demasiadas emociones para una noche y aquí hemos venido a mirar al cielo, ¿no? —dijo mientras se levantaba y desentumecía las piernas.
Los tres juntos volvimos con el resto del grupo.
—Por cierto, me ha parecido escuchar algo cuando meacercaba a vosotros antes —dijo Sergio situándose en medio de los dos—. Yo novoy a contárselo a nadie, pero nada de hacer trampas en los exámenes, ¿eh? —añadiómientras le daba una palmadita en el hombro a Óscar, que bajó la cabeza,avergonzado.
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Las aventuras de Txano y Óscar - La piedra verde (#Wattys2017)
AvventuraColección - Las aventuras de Txano y Óscar - Libro 1 ¡Hola! Mi nombre es Txano y mi hermano mellizo se llama Óscar. ¿Alguna vez has visto caer un meteorito? Pues nosotros, sí. En una excursión a principios de verano, una enorme bola de fuego...