Óscar y yo nos quedamos paralizados mirándola con cara de bobos mientras bajábamos lentamente nuestras armas, digo... nuestros botes, y los dejábamos sobre la mesa.
Normalmente, nuestra madre era bastante tranquila, pero cuando se enfadaba de verdad... ¡Ufff! Era como un huracán de esos que salían en la tele.
Y yo estaba seguro de que los churretones de su cara más los nuestros y los de la cocina, daban de sobra para un enfado de categoría épica.
Durante unos segundos, se quedó allí quieta, sin abrir los ojos, seguramente pensando a qué tortura china someternos a continuación. O se nos ocurría algo rápido o nuestro día se había acabado.
Entonces, Óscar puso cara de que había tenido una idea y me hizo una seña para que le imitara.
Nos fuimos acercando a nuestra madre poco a poco, con miedo de que abriera los ojos en cualquier momento y nos diera dos supercollejas de grado cinco, pero no se movió.
A ver si iba a resultar que el kétchup y la mayonesa tenían propiedades paralizantes y nosotros sin enterarnos.
Moviéndonos despacio, pusimos dos banquetas a los lados y nos subimos en ellas para arrimarnos a su cara. Viendo esto, pensé que la idea de Óscar era ablandarla a base de besos, pero de pronto, empezó a darle lametones en los churretes de mayonesa y yo, con el cerebro totalmente desconectado, le imité encargándome de los de kétchup.
¡Ay, ay, ay! ¿Pero que estábamos haciendo? Mi hermano era el rey de hacer las cosas a lo loco y, para colmo, yo le seguía. Esto no podía acabar bien.
En medio de los lametones, nuestra madre abrió los ojos, resopló como un toro removiéndose y pegó un grito que se debió de escuchar hasta en los sistemas exteriores de la galaxia.
La onda expansiva nos tiró de las banquetas y desde el suelo miramos su cara, embadurnada ahora con un amasijo de babas rojas y amarillas.
Alertadas por el grito, asomaron por la puerta de la cocina nuestra hermana pequeña, Sara-Li, y Maxi, su perrita que, oliéndose el peligro, se quedaron mirando desde allí, sin entrar.
Sara-Li era de origen chino y tenía tres años menos que nosotros.
Un día, justo cuando Óscar y yo cumplimos cinco años, papá y mamá nos explicaron que nosotros teníamos mucha suerte porque teníamos papás, pero que había muchos niños en el mundo que no tenían.
Nos dijeron que sería muy bonito poder compartir nuestra familia con uno de ellos y nos preguntaron si nos gustaría tener una hermanita.
Creo que, aunque no entendimos muy bien a qué se referían, la idea sonaba genial. Así fue como, casi un año después, nuestros papás se fueron a China y volvieron con Sara-Li.
Ya desde pequeña era lista como una ardilla y nuestros padres decían que era más responsable que nosotros dos juntos.
Una tarde, yendo por la calle con mamá, encontró un perrito abandonado en una caja que resultó ser una perrita. Sara-Li convenció a nuestra madre para traerla a casa «solo unos días». La bautizó como Maxi y se quedó con nosotros desde entonces.
A pesar de que de vez en cuando nos estropeaba la diversión con su sentido de la responsabilidad, se hacía querer y todos la adorábamos.
Y ahora, ella y Maxi estaban en la puerta observando la escena mientras nuestra madre nos atravesaba con su mirada láser.
Pero entonces, sonó el teléfono.
Sonó una vez. Dos veces. Tres veces...
Nuestra madre lo escuchaba impasible, sin dejar de mirarnos.
Por fin, a la cuarta, tomó aire y, apuntándonos con un dedo mientras con la otra mano se limpiaba un poco la cara, salió de la cocina para contestar.
Era el tío Alberto, el hermano de mamá. ¡Guau! Eso sí que era tener suerte. Hablar con él siempre le ponía de buen humor. Quizá todavía nos podíamos salvar.
Por si acaso, me adelanté antes de que a Óscar se le ocurriera otra de sus ideas y me encargué yo mismo de organizar la limpieza del desastre.
Hasta Sara-Li nos echó una mano, porque cuando mamá se enfadaba de verdad con nosotros, nunca se sabía cómo podía acabar la cosa y, a veces, le acababa salpicando también a ella.
Para cuando nuestra madre terminó de hablar, la cocina estaba casi limpia.
Sin decir nada, se plantó en la puerta con cara de que habíamos agotado las reservas mundiales de paciencia, pero cuando nos vio trapo en mano, acabando de limpiar, se le relajó el rostro y se quedó parada un momento.
—Os habéis librado por los pelos —dijo muy seria—. Habéis tenido mucha suerte de que llamara el tío, pero sobre todo, os libráis por haber tenido la idea de limpiar la cocina. Si me volvéis a montar una de estas, os pongo a barrer la casa con el cepillo de dientes. ¿Entendido? —dijo taladrándonos con los ojos.
¡Uf! No sé de donde sacaba nuestra madre esas ideas, pero mejor sería tener cuidado y dejar la mayonesa y el kétchup para las hamburguesas.
—¡Graaacias, mami! —dijo Óscar acercándose a ella con cara zalamera.
—¡No seas pelota, que seguro que esto ha sido cosa tuya! —le dijo mamá apartándole—.¡Escuchad! —continuó hablando mientras incluía con la mirada también a Sara-Li y a Maxi—. Antes de acabar untada como una ración de patatas, venía a proponeros un plan para el fin de semana. Parece que el tiempo va a ser bueno, así que podríamos hacer una salida familiar y estrenar la tienda de campaña que se muere de aburrimiento en el sótano. ¿Qué tal si nos vamos al Lago de los Osos?
—¡Sííí! —gritamos todos a coro, sin sospechar que aquel sería el principio de nuestras aventuras.
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Las aventuras de Txano y Óscar - La piedra verde (#Wattys2017)
AdventureColección - Las aventuras de Txano y Óscar - Libro 1 ¡Hola! Mi nombre es Txano y mi hermano mellizo se llama Óscar. ¿Alguna vez has visto caer un meteorito? Pues nosotros, sí. En una excursión a principios de verano, una enorme bola de fuego...