Pero en algo se había equivocado Sara-Li. Papá y mamá no estaban en absoluto preocupados. Estaban juntitos, sentados frente al lago y se entretenían en tirar piedras al agua como dos niños pequeños.
Se les veía disfrutando de verdad y si no supiera lo que me esperaba, creo que yo también hubiera disfrutado de verles así.
Al oírnos llegar, se dieron la vuelta sin levantarse y nos saludaron sonrientes. Pero la sonrisa duró solo un segundo porque en cuanto nos vieron las caras, supieron que había pasado algo.
Nuestra madre fue la primera en incorporarse.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó preocupada.
—Tranquilos. Estamos bien. Pero..., tenemos una cosa que contaros —dije yo, bajando la cabeza y buscando a mi hermano con la mirada.
—Por si acaso, mejor os sentáis —añadió Óscar «ayudando», como de costumbre.
Allí mismo les contamos toda la historia, desde que vimos la bola de fuego en la cima de la colina hasta que Sara-Li nos encontró en el bosque.
Nuestros padres nos miraban entre incrédulos y alucinados sin saber qué decir. Mientras esperaba el rapapolvo, metí las manos en los bolsillos del pantalón. Algo me molestaba en el bolsillo derecho y lo saqué. ¡Era la máquina de fotos!
—¡Esperad! —dije—. ¡Eché una foto antes de que explotara! —añadí mientras buscaba la imagen y se la mostraba en la pantalla de la cámara.
Ellos la miraron con atención durante unos segundos. Se podía apreciar perfectamente el brillo verdoso de la piedra.
Sin más que decir, nos quedamos esperando su reacción, pero ninguno de los dos habló.
En condiciones normales, antes de terminar, nuestro padre ya nos habría dado una colleja bien gorda seguida de un castigo bien gordo también, que al final se le olvidaba y casi nunca teníamos que cumplir.
Nuestra madre, sin embargo, rara vez perdía los papeles y pensaba las cosas con calma, pero cuando la hacíamos enfadar de verdad, era como un demonio del averno.
Y de sus castigos sí que no nos libraba nadie. Esos no había manera de saltárselos.
Sin embargo, en este caso nos tenían descolocados. Mamá nos miraba enfadada, pero la mirada de papá era más de preocupación que de enfado. Al final fue nuestro padre quien habló:
—Lo que habéis hecho no es ni medio normal. Ya hablaremos de vuestro castigo en el viaje de vuelta —dijo con voz muy seria—. Pero ahora quiero que nos llevéis adonde ha caído esa piedra.
—¿Eeeh? —bufó nuestra madre—. ¿Acaba de explotarles un..., una..., bueno, lo que sea y quieres volver allí? —preguntó sorprendida.
—Tenemos que localizar el sitio —replicó nuestro padre—. Si a los chicos les pasa algo, necesitamos saber dónde ocurrió para que puedan analizar la zona —añadió convencido.
Quizá él lo tenía claro, pero mamá, no tanto y se lo pensó durante unos segundos. Al final, imagino que acabó por convencerle la idea porque, dando un suspiro, se agachó a por la mochila.
—En marcha entonces —dijo—. Si tenemos que localizar el sitio, vayamos cuanto antes, que todavía tenemos mucho camino de vuelta hasta el campamento.
Parece que Maxi entendió lo que queríamos y, poniéndose delante del grupo, nos llevó directos al cráter.
Nada había cambiado allí. El silencio era el mismo y también el mismo pequeño montón de rocas seguía cubriendo el fondo.
Nuestros padres se acercaron al borde y miraron el interior del agujero como si hasta ahora no acabaran de creerse lo que les contábamos.
Después de unos segundos, nuestro padre comenzó a descender despacio y, para nuestra sorpresa, Sara-Li lo siguió. Los demás mirábamos desde arriba observando sus movimientos.
Cuando papá llegó abajo, se agachó y tomó un puñado de piedras de las que cubrían el fondo. Jugaba con ellas entre los dedos mientras las miraba pensativo. Al final se guardó en el pantalón una de las más grandes y dejó caer las demás.
Sara-Li, mientras tanto, jugueteaba agachada con los fragmentos de roca que cubrían el suelo, removiéndolos con el dedo.
Con la mano todavía en el bolsillo, nuestro padre comenzó a caminar pendiente arriba y Sara-Li se incorporó y subió tras él.
Óscar y yo intercambiamos una mirada de extrañeza. Papá estaba un poco raro y misterioso. No era propio de él comportarse así.
Cuando llegó arriba, debió de ver la inquietud en nuestra mirada y relajó la expresión.
—¡Esa roca ha quedado pulverizada! —dijo—. Si solo con rozarla la habéis dejado así, tenéis más fuerza de lo que pensaba —añadió bromeando mientras nos removía el pelo.
A pesar del intento de quitarle hierro al asunto, todos podíamos ver que algo le rondaba por la cabeza. Pero bueno, tratándose de nuestro padre, pronto nos íbamos a enterar.
La vista del cráter y el silencio del lugar resultaban sobrecogedores y nos acabaron contagiando a todos.
Nadie tenía ganas de hablar y en la caminata de vuelta hasta el campamento no cruzamos ni una palabra.
A Óscar y a mí, además, se nos hizo especialmente dura porque todavía estábamos un poco atontados por la explosión. Después de hora y pico caminando, llegamos tan machacados que nos dejaron meternos en el coche a descansar mientras nuestra madre preparaba un tentempié y nuestro padre desmontaba el campamento con la ayuda de Sara-Li.
Un rato antes habíamos decidido en reunión familiar que ya habían sido suficientes emociones para un fin de semana y que, después de comer algo para recuperar fuerzas, nos volveríamos para casa tranquilamente.
Por el camino ya nos fuimos encontrando mejor, pero ya te decía yo que a nuestra madre no se le escapaba una y durante el viaje de vuelta nos tocó agachar las orejas y escuchar una buena bronca.
Por supuesto, también nos cayó un buen castigo: por parte de mamá, una semana entera sin tablet y encargándonos de poner y quitar la mesa. Y papá añadió que teníamos que ayudarle a ordenar el garaje.
Creo que se pasaron un poco, pero después de ocultarles la caída de un meteorito, de montar una excursión tapadera y de volar por los aires en medio del bosque, cualquiera se ponía a discutir con ellos...
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Las aventuras de Txano y Óscar - La piedra verde (#Wattys2017)
AventuraColección - Las aventuras de Txano y Óscar - Libro 1 ¡Hola! Mi nombre es Txano y mi hermano mellizo se llama Óscar. ¿Alguna vez has visto caer un meteorito? Pues nosotros, sí. En una excursión a principios de verano, una enorme bola de fuego...