Mi hermano y yo nos miramos sin saber muy bien por dónde empezar.
Igual fue porque me gusta contar historias o igual fue por el codazo que me dio Óscar, pero al final fui yo el que comenzó a hablar.
Le relaté de nuevo todo el episodio mientras mi hermano apuntaba algún dato de vez en cuando. Nuestro padre también escuchaba, aunque estaba más atento a las reacciones de Sergio que a nuestro relato, que ya conocía.
Cuando llegamos a la parte en que le describimos la roca con la luz verde palpitante, el profesor se removió inquieto en su silla, aunque siguió sin decir nada.
Le relatamos también la explosión luminosa y cómo Sara-Li nos encontró. Y terminamos la historia contándole cómo al volver al cráter, la piedra ya no estaba y en su lugar solo quedaban pequeños fragmentos.
Al mencionar los fragmentos, recordé que antes de salir de casa había impreso en una hoja la foto que hice de la roca.
La saqué un poco arrugada del bolsillo de atrás de mi pantalón, la desdoblé y la dejé en la mesa frente al profesor.
—¿Sacasteis una foto? –preguntó sorprendido mientras se inclinaba sobre ella—. Vuestro padre no me lo mencionó —añadió emocionado.
Cogió la hoja y, poniéndose unas gafas que segundos antes le colgaban sobre el pecho, la miró con atención.
Al instante, su cara cambió. Sin ninguna explicación, se levantó de su silla muy agitado y se dirigió a una de las estanterías repletas de libros que había en un lateral del despacho.
Ignorándonos como si no estuviéramos allí, repasó durante un rato los lomos hasta que dio con lo que buscaba. Sacó de su balda un libro con un aspecto bastante antiguo y lo llevó con él de vuelta a la mesa.
Lo abrió y paseó su dedo por encima del índice buscando algo. Cuando lo encontró, fue a la página y nos la puso delante.
La hoja mostraba una foto antigua en blanco y negro donde se veía un pequeño cráter con una roca en el fondo.
—¡Guau! ¡Es igualita a nuestra piedra pero un poco más grande! —exclamé sobresaltado.
—Este meteorito lo encontraron unos cazadores hace más de 50 años en la región rusa de Evenkia, en Siberia.
El profesor hablaba de memoria, sin necesidad de leer el pie de foto.
—Pero lo más curioso —prosiguió— es que cuando al cabo de un tiempo los geólogos rusos llegaron allí para estudiar la roca, toda la vegetación de la zona había crecido desmesuradamente, pero la piedra ya no estaba y en el fondo del cráter solo quedaba un pequeño montón de arena y polvo. Nadie pudo estudiarla nunca. Con el tiempo, el asunto se olvidó y lo único que quedó fue la pequeña reseña que habéis visto en este viejo libro ruso de la historia de los meteoritos.
—¿Y qué tiene eso que ver con nuestra piedra? —preguntó Óscar.
—Pues porque después de aquello nunca había vuelto a oír algo parecido —dijo haciendo una pausa—. Nunca... hasta hoy —concluyó emocionado.
Los tres nos quedamos en silencio, digiriendo las palabras del profesor hasta que Óscar se enderezó en su silla y se giró hacia nuestro padre.
—¡Papá! ¡Tú guardaste un pedazo de los que quedaron en el fondo del cráter!
—¡Es verdad! —confirmé yo.
Y todas nuestras miradas se volvieron hacia él que enrojeció como un colegial.
—¡Vale, vale! Menos mal que me lo habéis recordado —dijo un poco avergonzado—. Lo metí en el bolsillo antes de salir de casa para traerlo y con la emoción, casi se me olvida —dijo mirando al profesor mientras rebuscaba en su pantalón.
—¡Aquí está! —añadió, dejando sobre las manos de Sergio una bolsita de plástico con una piedra dentro.
—¿Te has dado cuenta de que pesa mucho para el tamaño que tiene? —pregunto el profesor mientras sostenía la bolsita en la mano, sopesándola.
—¡Sí! —respondió nuestro padre contento—. Todavía recuerdo algunas de las cosas que me enseñaste sobre meteoritos. En casa, incluso probé a ver si un imán se quedaba pegado. Y cuando estuvimos allí, tuve cuidado de anotar la posición GPS —dijo satisfecho.
El profesor pareció no escuchar la respuesta de papá y completamente absorto, tomó el contenido de la bolsa y lo colocó en una pequeña caja de plástico trasparente que había sacado de uno de sus cajones.
Del mismo cajón sacó también una enorme lupa y con ella en la mano, se acercó a la piedra y la observó con atención.
—¡Es increíble! ¡Puede que la hayamos encontrado! —dijo hablando para sí mismo, sin apartar la mirada de la caja.
Estuvo un par de minutos más estudiando el fragmento desde todos los ángulos hasta que, por fin, lo dejó sobre la mesa, se recostó en la silla y nos miró diciendo:
—¡Quiero ver el sitio cuanto antes! ¿Cuándo me podéis llevar allí?
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Las aventuras de Txano y Óscar - La piedra verde (#Wattys2017)
AventuraColección - Las aventuras de Txano y Óscar - Libro 1 ¡Hola! Mi nombre es Txano y mi hermano mellizo se llama Óscar. ¿Alguna vez has visto caer un meteorito? Pues nosotros, sí. En una excursión a principios de verano, una enorme bola de fuego...