Era sábado por la mañana y junto a nuestro padre y al profesor Antonov viajábamos camino del Lago de los Osos adonde íbamos a llegar en pocos minutos.
Dejamos el coche de Sergio en el claro donde la semana anterior habíamos montado el campamento e iniciamos la marcha siguiendo los mismos pasos de nuestra anterior excursión.
Al principio pensamos que el profesor no podría ir a nuestro ritmo, pero enseguida vimos que estaba en forma y nos seguía sin ninguna dificultad.
Al cabo de una hora, habíamos llegado al lugar donde estuvimos comiendo los bocatas y desde allí comenzamos la búsqueda en serio.
Fuimos un poco ilusos al pensar que no íbamos a tener ningún problema para localizar el sitio. A medida que nos acercábamos a la zona donde pensábamos que tenía que estar el meteorito, la vegetación se iba volviendo más espesa y dificultaba mucho nuestro avance.
Después de un rato de dar vueltas, el profesor se dio cuenta de que andábamos un poco despistados y sacó su GPS.
Usando las coordenadas que le había dado nuestro padre, en cinco minutos nos cruzamos con la zanja y, siguiéndola, enseguida llegamos al cráter.
Cuando nos asomamos al borde, la desolación fue general al comprobar que ya ni siquiera quedaban fragmentos. En el fondo del cráter solo aparecían depositados los restos de un montón de polvo que el viento no había conseguido hacer volar.
Aunque no dijo nada, el profesor fue el más afectado y la desilusión podía leerse con claridad en su rostro. A pesar de eso, bajó hasta el fondo en silencio, cogió un montoncito del polvo que quedaba y lo guardó en un frasco.
Después, mientras subía de vuelta por la pendiente, echó un vistazo alrededor y nos preguntó:
—Corregidme si me equivoco, pero la semana pasada toda esta vegetación no estaba así, ¿verdad?
—No —dijo Óscar—. Es como si hubieran echado crecepelo vegetal —añadió abriendo los brazos.
—Sí —dijo Sergio sonriendo—. Este no es el tamaño habitual para estas plantas. Toda la vegetación cercana al cráter ha crecido sin control —explicó señalándolas.
—¿Y todo esto es por nuestro meteorito? —pregunté mirando alrededor.
—¡Pues creo que sí! ¡Fijaos en los árboles! —dijo haciendo un gesto para que nos acercásemos adonde él estaba—. El musgo y los líquenes suelen crecer en la cara norte porque siempre es más fría y húmeda, pero ahora han crecido mucho más en la parte de los árboles que mira hacia el cráter.
Óscar y yo recorrimos los troncos cercanos para corroborar la teoría del profesor.
—Parece que, cuando la roca explota, hace crecer las plantas a su alrededor, pero a la vez se deshace —añadió contrariado.
—Sí. El efecto en la vegetación está claro —dijo nuestro padre—. Lo que no sabemos es si también afecta a los animales.
—O a los animales... humanos —añadió el profesor, mirándonos de reojo durante un instante.
—Bueno, por lo menos tenemos el fragmento del despacho para que puedas analizarlo —concluyó papá.
—Sí, el lunes vuelven de vacaciones los del laboratorio y se lo llevaré. A ver qué encontramos —dijo Sergio—. ¡Bueno, chicos! Creo que aquí ya no tenemos nada que hacer. Álex, por favor, ayúdame a tomar unas muestras de plantas y nos vamos —añadió mientras se acercaba a unos enormes matorrales.
De repente, de entre los arbustos salió un pequeño animal que, en dos saltos, trepó a la cabeza del profesor. El pobre Sergio dio un gran bote hacia atrás, asustado.
Nuestro pequeño amigo era en realidad una amiga. Se trataba de una pequeña ardilla roja que se movía nerviosa sobre el escaso pelo del profesor.
Sergio empezó a sacudirse la cabeza frenéticamente y el pobre animalillo no tuvo más remedio que escapar de allí y aterrizar entre nosotros.
Corrió como loca de un sitio a otro hasta que se paró a los pies de Óscar que, lejos de asustarse, se quedó mirándola con ternura. Después se agachó y extendió su mano.
A mi hermano le encantaban los animales y, además, tenía un talento natural para tratar con ellos.
La ardilla subió a su palma de un salto y, mientras Óscar se ponía de pie, los dos se miraron.
Por un segundo, me pareció ver un brillo especial en sus pequeños ojos, pero fue solo un instante porque, de otro brinco, se colocó en el hombro de mi hermano y desde allí, acurrucada, nos observó a todos.
—¡Creo que quiere venir con nosotros! —dijo Óscar acariciándola—. Papá, ¿podemos quedárnosla, por favor? ¡Por favooor! Prometo que yo me encargaré de ella.
En ese momento, te juro que la ardilla ladeó la cabeza y miró a papá. Parecía estar esperando una respuesta. Un segundo después, bajó del hombro de Óscar y aprovechando que la mochila de nuestro padre estaba abierta, se metió allí como dando el asunto por cerrado.
—¡Guau! ¿Habéis visto eso? ¡Esta ardilla es superinteligente!¡Como yo! —dijo Óscar convencido—. Y además es rápida como una centella. ¡Creo que la voy a llamar Flash!
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Las aventuras de Txano y Óscar - La piedra verde (#Wattys2017)
AventuraColección - Las aventuras de Txano y Óscar - Libro 1 ¡Hola! Mi nombre es Txano y mi hermano mellizo se llama Óscar. ¿Alguna vez has visto caer un meteorito? Pues nosotros, sí. En una excursión a principios de verano, una enorme bola de fuego...