Sara-Li decidió que esto no era para ella y se ahorró todas las veces que nos perdimos por los pasillos de la universidad por la manía de nuestro padre de no preguntar. ¿Pero qué problema tendrá en preguntar cuando no sabe cómo llegar a algún lado?
Yo lo llamo el síndrome de «tranquilos, que ya estamos» y la versión más peligrosa se produce cuando vamos en coche. Ahí podemos avanzar kilómetros y kilómetros sin saber dónde estamos hasta que nuestra madre toma el control. Espero que no me pase lo mismo al hacerme mayor.
Después de pasar tres veces por la misma esquina y terminar por admitir que no sabíamos salir de aquel laberinto, Óscar se adelantó y preguntó a una chica que ya nos miraba raro.
Con sus indicaciones, en cinco minutos encontramos, por fin, el despacho del profesor al fondo de un pasillo olvidado para el resto del mundo a juzgar por el aspecto del suelo y las paredes.
Un rótulo desgastado, pegado sobre el yeso, nos confirmó que habíamos dado con nuestro objetivo. «Profesor Sergey Antonov, Departamento de Astrogeología».
¿Astrogeología? ¡Guau! Había leído algo acerca de eso en algún sitio. Aquello prometía.
Nuestro padre dio un par de golpecitos en la puerta y sin esperar respuesta abrió y entró.
Un señor mayor que papá, vestido como se debía vestir hace treinta años y con una sonrisa contagiosa, avanzaba ya hacia nosotros después de dejar atrás su vieja mesa.
—¡Álex! —dijo sin disimular su alegría—. Cómo me alegro de verte. Vaya sorpresa cuando me has llamado esta mañana.
Se dieron un apretón de manos.
—¡Hola, chicos! —dijo dirigiéndose a Óscar y a mí, que nos habíamos quedado en la puerta sin saber qué hacer—. Pero pasad, pasad... No os quedéis ahí —añadió mientras volvía a sus dominios tras la mesa.
Un vistazo al despacho nos acabó de convencer de que estábamos ante un personaje muy especial. Un montón de fotografías cubrían casi toda la superficie de las paredes y en la mayoría de ellas se veía a un Sergio Antonov con diferentes edades junto a pedruscos de todo tipo y tamaño. Supusimos que serían meteoritos.
Lo que no estaba cubierto por fotografías estaba ocupado por libros que, después de llenar a rebosar las estanterías de los armarios disponibles, habían tenido que buscar sitio en el suelo, apilándose en torres que llegaban a la altura de la mesa.
La única concesión que el profesor había hecho a la decoración eran algunas macetas que se disputaban con los libros un trozo de suelo libre.
Sergio Antonov nos miraba sonriente mientras observábamos las fotografías de la pared.
—Por lo que veo, has aprovechado el tiempo —dijo papá después de dar un buen repaso a las imágenes del despacho—. He leído en Internet que tu colección privada de meteoritos es de las más importantes del país.
—Bueno, no es para tanto —dijo el profesor quitándole importancia—. Los que pueden tener interés científico los dono al museo de la universidad y solo me quedo con los demás.
En ese momento se inclinó sobre la mesa y se dirigió directamente a nosotros.
—Vuestro padre me ha dicho que sois dos chicos muy listos y seguro que ya sabéis lo que es un meteorito —dijo mientras señalaba las fotos de las paredes—. Pero ¿sabéis por qué son tan importantes para la ciencia? —preguntó volviendo la mirada de nuevo hacia nosotros.
Óscar y yo negamos con la cabeza, esperando su explicación.
—Lo primero que tenéis que saber es que en la Tierra no queda ninguna roca original del momento en que se formó, hace unos 4.500 millones de años —comenzó.
—¿Cómo que no quedan rocas? Si la tierra está llena de rocas —dijo Óscar sin pensar mucho sus palabras.
—No he dicho que no queden rocas. He dicho que no quedan rocas originales —apuntó el profesor—. Todas las rocas terrestres han sufrido transformaciones, y a través de ellas no podemos saber cómo era la materia original que formó nuestro planeta o el resto del sistema solar —continuó.
—¿Y cómo hacen entonces para poder saberlo? —pregunté yo.
—Pues gracias a que parte de aquella materia que dio origen al sol y a los planetas sigue flotando en el espacio tal y como era al principio. Y de vez en cuando, algún trozo cae en la tierra y nos permite analizarlo para saber más sobre nuestros orígenes.
Hizo una pausa mientras su mirada se perdía lejos del despacho. Después volvió a mirarnos y recostándose en su silla, concluyó:
—Cuando encuentras un meteorito, casi es como tener un trocito del universo original en la mano.
Óscar y yo estábamos flipados escuchándole. Hasta nuestro padre se había dejado contagiar por su entusiasmo.
—Quizá hayáis oído hablar de algunos meteoritos famosos. ¿Qué me decís? ¿Os acordáis de alguno? —preguntó sacándonos de nuestro mutismo.
—¿El de los dinosaurios vale? —dijo Óscar sin estar muy seguro.
—¡Respuesta acertada! Sin duda, ese es el que se lleva el premio a la popularidad —dijo Sergio sonriendo—. Se supone que cayó en el golfo de México hace 65 millones de años y también se supone que causó la extinción de los dinosaurios. ¿Os suena algún otro?
Negamos con la cabeza después de pensar un momento.
—Pues hay otro que también es muy interesante —explicó—. En el año 1908, en la región siberiana de Tunguska, cayó otro enorme meteorito que provocó una explosión tan grande que tumbó todos los árboles en cientos de kilómetros a la redonda. Pero para sorpresa de los científicos que lo fueron a estudiar, cuando llegaron allí, no encontraron ni cráter ni meteorito. Curioso, ¿verdad?
Óscar y yo seguíamos fascinados. Escuchándole no nos costaba nada imaginarnos a nosotros mismos estudiando extraños meteoritos en lugares remotos.
Nos dejó soñar un rato más y al final tomó la palabra de nuevo.
—Aunque, si estoy en lo cierto —dijo, mirándonos—,creo que lo que me vais a contar vosotros va a ser todavía más interesante que todo eso. ¿Me equivoco? —añadió y dejó la pregunta en el aire.
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Las aventuras de Txano y Óscar - La piedra verde (#Wattys2017)
AdventureColección - Las aventuras de Txano y Óscar - Libro 1 ¡Hola! Mi nombre es Txano y mi hermano mellizo se llama Óscar. ¿Alguna vez has visto caer un meteorito? Pues nosotros, sí. En una excursión a principios de verano, una enorme bola de fuego...