Chapter three

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A Reece realmente le gustaba observar. Le gustaba ver como las demás familias se constituían por una pareja feliz y sus hijos, él sonreía al ver la felicidad de los demás, cosa que las demás personas no hacen, si no que envidian. Muchas personas en el mundo tienen un corazón lleno de envidia, lleno de ganas de tener lo que tienen los demás, pero era Reece Pheeps, ese chico del que todo el pueblo hablaba por ser tan reservado, el que disfrutaba de la felicidad de los demás.

Y es que son las ganas de esa persona, de ese ser humano lleno de sentimientos, el que forma un corazón tan hermoso, escondido por malos recuerdos que formaron una capa de soledad en él, una desolación en abundancia, que conforman el cuerpo de ese joven, que vive en una burbuja que la sociedad en la que él vivía en Londres le hizo, esa sombra que cada día ve, esa manera de ver como su flácido cuerpo camina erguido, mientras habían otras personas que caminaban derechos, con un semblante despampanante. Reece se alegraba de que el mundo le dieran las oportunidades a esas personas de ser felices, a Reece le hacía feliz ver a otras personas felices. Pero quizás en el mundo sí exista alguien igual a Reece, quizás si exista una persona que desee a gritos la felicidad de ese muchacho. Quizás esa persona está en Inglaterra, quizás en Castle Combe, y quizás esa misma noche en el Toxic, Reece pueda conocerla.
La noche de esa tarde, entró al café una chica de baja estatura, con el cabello rubio y unos ojos verdes bastante lindos. Verdes como el césped que Reece había pisado mientras trotaba esa misma mañana. Ella iba.. Iba hermosa.

Era definitivamente una chica de Londres, Reece supuso que venía de viaje desde allí apenas la vio, la mirada con la que había llegado al pueblo, el bolso de marca que llevaba y la máscara de pestañas que aspiraba ser de mayor costo de las que son comunes ver en el pueblo. El muchacho no sintió ninguna atracción, sólo pensó en que era una linda chica, una jovencita llena de vida, un corazón hermoso, denotaba felicidad, ella era lo opuesto a Reece. Se sentó en una silla al frente del mesón en el que el muchacho la atendería segundos después, jugueteó con la servilleta con el nombre del café en el que se encontraba y apoyó su cara en su mano izquierda. Durante la noche en Castle Combe son pocas las personas que asisten al café Toxic, en el pequeño pueblo es normal que las luces se apaguen al dar la media noche. Pero la chica entró al dar el comienzo del siguiente día, cuando Reece estaba terminando su turno y estaba arreglando sus pertenencias para dirigirse a su apartamento para descansar. Retomó su cargo para atender a la chica. Se veía tan feliz, parecía una adolescente más en el mundo que podría regalar sonrisas. Reece Pheeps podría haber sido uno de esos chicos que necesitaba que le regalasen una sonrisa. La chica tocó la campana en la que el muchacho tomaría su orden, y le prepararía el café que desearía.

—Buenas noches, ¿Qué se le ofrece?. —preguntó el chico para tomar la orden.

—¿Por qué tanta formalidad aquí?, dios, ni que fuera mujer casada.

Reece no sonrió, nunca suele hacerlo. Sólo miró a los ojos de la chica, sus facciones de cerca demostraban que quizás no era una muchacha recien llegada de Londres, quizás sólo imponía estilo. La chica parecía agotada, su mirada lo decía todo, Reece pudo notar tristeza en ella, tristeza en su interior. Reece conocía ese sentimiento mejor que cualquier otro, el sabía la forma humana de comportarse cuándo se encontraban tristes, y esa chica lo estaba. Pero ella demostraba fortaleza, algo que el muchacho nunca antes había tenido, y le pareció interesante. Profundamente deseó que todas las noches esa chica llegara a tomar su pedido.

—Un café normal, por favor.

Reece se dio la vuelta, preparó el pedido y se lo dio a la chica. Ella se quedó sentada en el mesón, viendo como el muchacho se quitaba el uniforme de su trabajo y se ponía su abrigo para irse a descansar, el chico trató de hacer tiempo para no voltear y ver a la chica, se aseguró de dejar todo en su lugar y ordenado correctamente, intentó hacer que los minutos en los que la chica se tomaba su café, el no tendría que mirarla. Pero estamos hablando de Reece Pheeps, el joven de la mala suerte.

—Qué callado eres, chico.—mencionó la chica, tomando un pequeño sorbo de su café.

—Ajá.

La chica ladeó la cabeza, deseando encontrar la mirada de Reece, pero el sólo se encontraba de espaldas.

—Mi nombre es Rachel.

El chico volteó, sin expresión.

—Hola Rachel.

—Hola.

—Quiero que sepas que necesito lavar esa taza para poder irme a mi casa. —dijo, irónicamente.

Cuándo una persona está triste, no es que intente desagradar, pero lo hace involuntariamente, no para provocar más problemas, es sólo para que el mundo entienda que el humor de aquella persona se está yendo más allá del subsuelo, eso es exactamente lo que sucedía con el muchacho.

—Qué agradable eres.—soltó la chica.

—Lo sé, gracias.—respondió sarcásticamente.

Reece no tomaba con gracia las palabras que intercambiaban, él sólo quería irse de allí, esa chica sólo era una persona más que buscaba palabras malas de él para divulgarlo, para hacer que más habitantes del pueblo lo odien, y es así como Reece Pheeps no tiene amigos, por tener miedo.

Por tenerle miedo a la gente.

toxic. » reece bibbyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora