Prologo (Flashback)

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"-No siempre la variedad musical es respetada por todos, hijo mío, llegara el día en que una sola melodía quiera gobernar los cielos de fuego.

-No lo comprendo. ¿Por qué querría una sola melodía ser la única? - preguntó el joven

-Si los dioses te concedieran la oportunidad única de que tus partituras se alzarán más alto que el arte mismo, hundiendo en el olvido todo aquello que jamás podrá superarlas, ¿acaso no la aferrarías como los árboles se aferran a la tierra? (Las confesiones de Zagrok, volumen I)


Mil estrellas sobre mi cabeza, una madre muerta, un padre alcohólico, ocho hermanos de los cuales yo soy el menor y un talento demasiado grande como para ser de este mundo. Dímelo tú, Luna pálida. ¿Qué debo hacer? El vendrá y me apaleara de nuevo, ese maldito borracho...

Un fuerte golpe en la puerta arrancó al joven de sus pensamientos, podía escuchar los gritos que pronunciaban su nombre, se alejó asustado mientras contemplaba como los muebles que en la puerta había colocado empezaban a caer. Miró nuevamente por la ventana mientras notaba como la respiración se le aceleraba. La puerta comenzaba a abrirse, no pudo pensarlo una segunda vez, no tuvo esa oportunidad, saltó de la ventana y empezó a correr sin mirar atrás, seguía escuchando como su padre lo llamaba gritando, preparado para darle su no merecido castigo.

Corrió entre los arboles del bosque procurando no resbalar con el fango provocado por una reciente tormenta, por primera vez sintió la libertad, nadie le gritaba, nadie le fustigaba, podía tomar sus propias decisiones. Si, añoraba a sus hermanos, ellos dependían de él, pero no podía volver.

Hacía rato que había dejado de correr, confiaba en haber perdido de vista a su padre para siempre, alzó la mirada hacia la luna que brillaba más que nunca, guiando su camino, a su desconocido destino. Escuchaba el sonido de todos los seres nocturnos acechando entre las sombras engañosas, sentía el peligro cerca, tal vez imaginación suya.

Caminaba dirigiendo la mirada a cualquier movimiento que captaban sus ojos, creyó escuchar a alguien llorar, se detuvo intentando descubrir de donde provenían aquellos llantos lastimeros, avanzó con cautela entre árboles y arbustos con aquella sensación helándole la sangre, el peligro estaba cerca, no sabía dónde pero estaba muy cerca, olvidó todo eso cuando finalmente encontró aquello que lloraba sin consuelo. Se trataba de un niño, más joven que él, debía contar unos ocho años, el niño le miró con los ojos anegados de lágrimas. ¿Qué debía estar haciendo solo en el bosque?

-¡No me hagas daño por favor! -le dijo el niño entre sollozos

-No te voy a hacer daño, tranquilo, no tengas miedo

El joven se acercó despacio y se agacho delante del niño que se enjuagaba las lágrimas con la manga.

-¿Dónde están tus padres? No deberías estar solo en el bosque, y menos por la noche, es peligroso


- Mis padres se marcharon hace una semana, y no han vuelto desde entonces, creo que... bueno... ya entiendes...

El joven lo miró con lastima, iba a ayudarle a levantarse cuando sintió un aliento cálido sobre su nuca, se quedó paralizado, incapaz de volverse.

-No te muevas... - le dijo el joven en un susurro casi inaudible

Le pareció ver un destello entre las hojas que cubrían el suelo enfangado, giró levemente la mirada, era una espada, muy lentamente alargó el brazo hasta coger la fría empuñadura. Notaba como aquel aliento se acercaba cada vez más, levanto la espada y en la hoja vio reflejados unos malvados ojos amarillentos y el brillo de unos posibles colmillos.

El joven cerró los ojos y cogió aire, dio un rápido giro mientras empuñaba la espada, abrió los ojos y durante unos instantes pudo ver el rostro de la bestia que llevaba acechándole desde que escapó del infierno que era su antiguo hogar, vio la enorme cabeza de un canido con unos cuernos parecidos a los de los dragones y unos colmillos exageradamente afilados manchados con sangre de las mil lunas de cacerías. Tuvo que cerrar los ojos ante aquella visión tan horrible, mientras notaba como la sangre le salpicaba, cuando los abrió nuevamente ante el yacía un enorme cuerpo de pelaje oscuro, decapitado.

Se dio la vuelta, no quería seguir contemplando la carnicería que había hecho, dirigió la mirada hacia el niño, que corrió hacía él y lo abrazó mientras lloraba, aquella escena era demasiado dura para un crío de su edad, lo era incluso para él, que tenía trece años.

-Calma, calma... tranquilo, estoy contigo - le dijo con palabras suaves

Tuvieron que pasar unos cuantos minutos antes de que el niño pudiese hablar.

-¿Puedes ser mi hermano mayor? - le preguntó el crío con una sonrisa inocente, aun con las lágrimas corriéndole por las mejillas

-Claro que sí, yo te protegeré, no permitiré que te ocurra nada. Y... ¿Cómo te llamas?

- Frédéric Chopin ¿Y tú?

El joven contemplaba la espada que había encontrado, no era común, tenía unas extrañas inscripciones grabadas y un Silencio de Negra en la empuñadura, la respuesta del niño le arrancó de sus investigaciones.

-Mi, nombre es Ludwig Van Beethoven, y te prometo que huiremos de este bosque, nunca te abandonare Frédéric, te doy mi palabra

-¿Y a dónde iremos?

-A donde el destino y los poderes de la naturaleza nos lleven...

La décima sinfonía (ACTUALIZADA RECIENTEMENTE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora