La décima sinfonía (ACTUALIZADA RECIENTEMENTE)

Las consecuencias del invierno eterno

Chopin estaba sentado junto a su amigo que seguía sumido en la inconsciencia. La noche no tardaría mucho en caer y el frío era intenso.

El muchacho se levantó del suelo y salió de la sala cruzando los brazos sobre su pecho, buscando la forma de soportar aquel frío que se le calaba en los huesos y le hacía temblar. Tras apenas un minuto andando se topó con una puerta de madera, desgastada por los años, la abrió lentamente, en el interior descubrió una habitación, era bastante grande.

Se adentró y comenzó a inspeccionarlo todo con curiosidad, pegado a la pared izquierda se situaba un escritorio lleno de hojas y frascos extraños, también había libros y manchas de tinta seca. Al lado opuesto, en la pared de la derecha, se situaba una cama no demasiado alta cubierta con una manta de piel marrón oscura, a Chopin le entraron ganas de tumbarse, aquella cama parecía ser tan cómoda... Rápidamente descartó esa idea, tenía cosas más importantes que hacer, Vivaldi necesitaba ayuda.

Salió de la habitación y volvió a la sala donde yacía tumbado el sacerdote, no se había movido. El muchacho se acercó a él y con cuidado lo aferró por debajo de los hombros y comenzó a arrastrarlo por el frío suelo de piedra del fuerte, hubiese preferido poder llevarlo a cuestas, pero no poseía la suficiente fuerza como para poder hacerlo.

Finalmente llegó a la habitación, se acercó a la cama y no sin esfuerzo tumbó a Vvaldi, con delicadeza lo arropó con la manta y se sentó a su lado.

Todo estaba en silencio en aquella fría noche de primavera, primavera convertida en el más blanco de los inviernos, solo se escuchaba el viento remover las hojas de los árboles y el ulular de un búho solitario.

Chopin no podía evitar pensar en sus amigos, sobretodo en Beethoven, tenía un mal presentimiento, en lo más profundo de su alma sabía que algo malo había pasado, luchaba por descartar esa idea, pero no podía. Finalmente, el cansancio le hizo olvidar todos sus problemas y se dejó llevar por un profundo sueño.

Todo era oscuridad, no había nada, solo un fondo oscuro sumido en el más absoluto silencio, fue entonces cuando el calor aniquiló al frío, ahora ya no había oscuridad, no había silencio, todo era fuego en antorchas y rastrillos punzantes portados por una multitud enojada. Tres segundos más tarde los gritos silenciados por una estaca helada, ya no hay ruido, ya no arde fuego, ahora de nuevo gobierna el silencio y la oscuridad inquebrantable.

Chopin se despertó sobresaltado, miró hacia los lados hasta que quiso darse cuenta de que todo lo que había presenciado se trataba de una simple pesadilla ya desvanecida, más tarde se percató de que alguien le había arropado con la manta, dirigió la mirada hacia Vivaldi, solo podía haber sido el, ya que se había quedado dormido a su lado.

- ¿Vald? – lo llamó Chopin.

-Boun giorno, Frédéric... - le contestó Vivaldi casi susurrando.

Chopin lo contempló buscando el significado de aquellas extrañas palabras, finalmente intuyó que debían significar "Buenos días" en rigstaliano.

-¿Cómo estás?

-He estado mejor, pero no puedo quejarme – sonrió débilmente

Chopin le devolvió la sonrisa.

-Vald ¿El... te hizo esto?

Vivaldi lo miró sorprendido, no se esperaba esa pregunta.

-¿Paganini? Si, fue el... Es una verdadera lástima, antaño fuimos muy amigos, no se a ciencia cierta el porqué de su maldad. Ambos éramos protectores de nuestras ciudades natales, el de Naiza y yo de Vanachia, a los protectores se les otorgan poderes especiales como los míos, tú ya has visto parte de mi poder, controlo las cuatro estaciones y los tiempos, Paganini controla todo lo que arde. Mis poderes tienen algo que puede perjudicar mucho, hay veces en las que no soy capaz de controlarlos, se activan solos según mi estado de ánimo o se me van de las manos cuando los invoco, esa es una de las razones por las que prefiero no vivir en ciudades, soy peligroso, tengo miedo de hacerle daño a alguien, a alguien más....