El fuego nunca muere

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"Que un hechizo sea fuerte no significa que siempre vaya a actuar igual con todo"

(Manual de los hechiceros de Malvarth)



Se despertó de un sueño intranquilo, sobresaltado, los cálidos rayos del sol se filtraban por la ventana iluminando su habitación, se levantó y corrió por el pasillo, llegó a una sala llena de libros y pergaminos, incluso partituras, comenzó a rebuscar entre las estanterías desesperadamente, lanzando libros al suelo, hasta que encontró un pergamino atado con una cinta dorada. Quitó la cinta y desplegó el pergamino, leyó los símbolos allí escritos, comenzaron a brillar con una luz azulada.

-La profecía...

Volvió a enrollar el pergamino y lo guardó en su túnica negra, un fuerte golpe en la puerta se escuchó, tras eso unos pasos apresurados se acercaron, corrió nuevamente bajando por unas escaleras hasta acabar en una gran sala, el suelo estaba repleto de huesos desperdigados y algún que otro esqueleto entero, en un pequeño pilar yacía un violín, lo cogió y se preparó para tocarlo.

Sin abandonar aquella posición contempló como en el suelo una sombra se comenzaba a extender hasta sus pies, era una silueta humana con unos largos cuernos en la cabeza, la mismísima sombra del diablo. Levantó la mirada. Ante él se encontraba un hombre de pelo largo y castaño, su rostro estaba mínimamente oculto por una mascara metálica con unos largos cuernos, llevaba puesta una capa con un degradado similar al fuego y en su espalda dos espadas dentadas con una espiral en la hoja, le acompañaban otros tres hombres, situados algo más atrás.

-Tú... -le dijo el hombre diabólico - tú debes morir, eres uno de los elegidos, y el primero que morirá, has tenido mala suerte "don rojito"...

-No lo creo...

El sacerdote comenzó a tocar con su violín una melodía rápida, de la nada surgió una estaca de hielo dirigida al hombre que le amenazaba, este la detuvo con la mano como si nada, llamas comenzaron a lamer la estaca hasta derretirla.

El hombre miró al sacerdote con una sonrisa maliciosa.

-Das pena...

El pelirrojo lo miró con odio, sin duda alguna eso no era todo, volvió a tocar su violín, ahora combinando distintas melodías, las cuatro estaciones se juntaron para crear una sola, primavera, otoño, verano e invierno atacaban al hombre.

El enmascarado extendió los brazos con las manos abiertas, mirando hacia arriba, como si quisiera encomendarse a los dioses, entonces sus manos comenzaron a arder, la sala entera ardió, venciendo al poder de las estaciones.

-El fuego derrite el invierno, el fuego quema a la primavera y al otoño, y el verano le da más poder al incendio, eres patético, terriblemente patético...

El hombre le dio una patada en el estómago al sacerdote, este cayó de rodillas dejando caer el violín, le dio una segunda patada dejándolo totalmente tendido en el suelo, el sacerdote no pudo hacer más que quejarse, le pateo nuevamente unas diez veces seguidas disfrutando de su sufrimiento hasta que le puso un pie sobre el pecho y una de sus espadas a la altura del cuello, asegurándose de que no se movía.

-Encadenadlo a la pared, aún no hemos terminado...

Los tres hombres se apresuraron en traer unas cadenas y sujetar al sacerdote, se resistió, pero de poco le sirvió, lo empujaron hacía la pared, lo encadenaron y clavaron las cadenas en la pared de piedra, era evidente que lo tenían más que planeado.

Los tres hombres se apartaron y dejaron que su líder se acercase al sacerdote.

-¿Dónde están tus partituras?

-No te las pienso dar... - dijo con esfuerzo

-Bien... tienes dos opciones, me dices donde están y yo te doy una muerte rápida e indolora o no me lo dices y hago que tu muerte sea lenta y agónica, teniendo en cuenta que conseguiré las partituras igualmente. ¿Qué decides?

El sacerdote se limitó a escupirle en la cara, el hombre giró levemente la cabeza asqueado, volvió a clavar la mirada en su prisionero.

-¿Esos son los modales de un sacerdote? En fin, doy por entendido que eliges la segunda opción, tuviste tu oportunidad...

Tras decir esas palabras, sacó un frasco del cinturón que llevaba puesto, lo abrió y se lo hizo beber a la fuerza al sacerdote, que no tuvo más remedio que tragárselo, los acompañantes del hombre diabólico había desaparecido de la sala, seguramente habían ido a buscar las partituras.

-Este es tu fin Sacerdote Rojo, ya que vas a morirte me gustaría decirte que nadie te recordara, eres un mito, nadie te ha visto, nadie conoce tu nombre, además, yo soy mucho mejor violinista que tú. ¿Me equivoco, Antonio Vivaldi?

Esas palabras despedazaron el corazón del sacerdote, pero no derramó lágrima, no quería mostrar debilidad ante aquel monstruo. Pronto comenzó a sentir unos terribles dolores y le costaba respirar, empezó a quejarse y a retorcerse sin saber cómo aliviar aquel insufrible dolor, el diablo en persona lo contemplaba con una sonrisa.

Los tres hombres volvieron a aparecer, traían un montón de cuadernos y hojas sueltas, su líder los miró con satisfacción.

-Esto es todo - dijo uno de ellos

-Bien, id saliendo, ahora os sigo

Los hombres aceptaron y abandonaron la sala, el líder se acercó un poco más al sacerdote y con la espada en la mano comenzó a hacerle un corte profundo en el vientre, muy lentamente. El, evidentemente, solo pudo dejar escapar un terrible grito de dolor.

-No podía irme sin ver tu sangre derramarse, y ahora sí, hasta nunca Vivaldi, disfruta...

El hombre finalmente abandonó la sala, el sacerdote se quedó allí solo, encadenado, sufriendo, y así tuvo que pasarse durante dos largos días, con aquel dolor insufrible destrozándole sin tregua. El dolor y la pena que sentía hicieron que la construcción entera se sumiese en el más oscuro y frío invierno, entonces, se desmayó.

La décima sinfonía (ACTUALIZADA RECIENTEMENTE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora