Las cuatro estaciones

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El reino de la noche gobernaba de nuevo en la tierra, la luna había resurgido de las cenizas del sol rodeada por un gran halo verdoso, todo estaba sumido en las sombras, las siluetas oscuras de las montañas Gürgand se veían solamente iluminadas por las auroras boreales que danzaban en el firmamento.

Los tres amigos estaban en la habitación que habían alquilado para pasar la noche, con la luz de una única vela, Chopin ya hacía rato que dormía, Mozart y Beethoven hablaban sentados delante de la ventana.

-¿Crees que el Sacerdote Rojo es real? - preguntó Beethoven sin dejar de contemplar el paisaje

-Sí, yo creo en él, es más, una vez le vi corriendo por el bosque, tuve la tentación de seguirle pero algo me hizo cambiar de idea. Durante unos instantes nuestras miradas se cruzaron, sus ojos eran fríos como el Invierno, y sus cabellos rojizos, cálidos como el Verano, creo que tenía miedo de algo.

-Ya veo... ¿A qué hora partimos?

-Al despuntar el alba

Las horas fueron pasando lentamente, Beethoven se pasó la mayor parte de la noche contemplando el techo, sumido en sus pensamientos, no pudo dormir, demasiadas cosas rondaban por su cabeza y los ronquidos de Mozart no ayudaban. Los primeros rayos del sol comenzaron a iluminar la habitación, Beethoven contempló como Mozart se levantaba desperezándose.

-Buenos días Wolf

Mozart le devolvió el saludo.

-Despierta a Frédéric, cuanto antes salgamos mucho mejor - le dijo mientras cogía su hacha y se la colgaba a la espalda

El músico asintió y empezó a zarandear suavemente a su amigo hasta conseguir despertarlo.

-¿Ya es la hora...?

-Sí, venga, arriba, no podemos permitirnos la demora

Una vez estuvieron listos, salieron de la taberna y montaron en sus corceles, al salir de Heldiengestarg, Mozart se puso en cabeza, guiando al grupo, él tenía una mejor idea del paradero del Sacerdote Rojo.

Avanzaron al galope en aquella mañana fría, el rocio mojaba las peludas patas de los caballos, el sol aún no estaba lo suficientemente alto como para calentar el ambiente.

Tras 3 horas cabalgando comenzaron la ascensión por las montañas Gürgand, se adentraron en bosques oscuros, cruzaron ríos con sombras sospechosas, pero nada de eso se pudo comparar con lo que encontraron a continuación.

Una parte del bosque estaba totalmente congelada, mientras que la otra estaba seca, casi quemada, la que le seguía estaba llena de flora y fauna y llovía, y la siguiente llena de colores otoñales, con un manto de hojas cubriendo el suelo.

Los compañeros se quedaron atónitos, casi aterrorizados, Chopin fue el primero en conseguir articular palabra.

-Imposible, las cuatro estaciones... juntas...

-Creo que ya no quiero encontrar al Sacerdote Rojo... - confesó Mozart

-Debemos seguir - dijo Beethoven

Mozart y Chopin no tuvieron más remedio que obedecer, era muy importante encontrar al Sacerdote Rojo.

Avanzaron ahora con más cautela, sentían frío y calor a la vez, la lluvia o la nieve caía sobre ellos según el camino que escogían. Una estaca de hielo voló rozando a Mozart, entonces se detuvieron.

El joven músico se llevó la mano a la mejilla y se limpió la sangre.

-Esa cosa estaba tan fría que quemaba

Entonces una bola de fuego voló, de la nada aparecieron unos seres inidentificables hechos de hielo y fuego peleándose en medio del camino, incluso se les unió una especie de duendecillo hecho de ramas y flores, el grupo avanzó procurando no llamar la atención de aquellos seres. Siguieron contemplando con inseguridad la extraña flora y fauna de aquel bosque gobernado por las cuatro estaciones, Chopin vio volar a un ave de hielo, sin previo aviso el pájaro estalló y cayó convertido en lluvia sobre su cabeza.

Un enorme tigre hecho de ramas empezó a correr hacia ellos, justo en ese momento un hada de fuego paso por delante de Beethoven, este, sin pensarlo, la cogió y la lanzó en la dirección por la que se acercaba la bestia. Como fue de esperar, el tigre comenzó a arder al toparse con el hada, convirtiéndose en un montón de polvo en medio del camino.

Los compañeros se detuvieron nuevamente.

-¡Wolf, esto no nos lo habías contado! - le espetó Beethoven a Mozart

-¡Lo siento, yo no tenía ni la menor idea de que el Sacerdote Rojo era un creador de fauna elemental!

Beethoven le dirigió una mirada fulminante, Mozart se la devolvió.

-Ejem... no quiero interrumpiros pero creo que hemos llegado al hogar del sacerdote - dijo Chopin mientras señalaba lo que parecía ser un fuerte

Le dirigieron una mirada al muchacho y bajaron de los caballos olvidando la discusión, se acercaron a la entrada, una puerta de madera, Mozart intentó abrirla, no lo consiguió.

-Está cerrada, debemos buscar otra entra...

Beethoven lo apartó de la puerta sin darle tiempo a acabar la frase, le dio una patada tan fuerte que consiguió tirarla abajo.

-Oh también podemos tirarla abajo de una patada, interesantes métodos Ludwig...

Beethoven, sin decir palabra, se adentró, los demás le siguieron, comenzaron a bajar una escaleras sumidas en la penumbra, Mozart, sin querer pateó una calavera, el lugar no parecía muy acogedor, además, las paredes de piedra estaban congeladas, por no hablar de estalactitas y estalagmitas puntiagudas, era como si el Invierno hubiese decidido gobernar aquella construcción.

No tardaron en llegar a una sala más iluminada que la escalera, el suelo estaba lleno de esqueletos, pero lo que más les llamó la atención fue el hombre que vieron encadenado en la pared, vestía una túnica negra e iba encapuchado, a sus pies yacía un violín.

El grupo se acercó con cautela, Beethoven se acercó más y tocó al hombre, estaba inconsciente.

-Wolf, rompe las cadenas, yo le sujeto - pidió Beethoven mientras agarraba al hombre

Mozart desenvaino su hacha y con unos cuantos golpes en las cadenas consiguió romperlas liberando al preso. Beethoven lo sujetó y lo tumbó en el suelo, Chopin y Mozart se acercaron, Beethoven le quitó la capucha dejando su rostro al descubierto, contemplo los cabellos rojizos que le caían sobre los hombros.

-Es el, no hay duda - dijo Mozart

-¿Me pregunto qué le habrá pasado? - contestó Beethoven

-Tendríamos que llevarle a un lugar seguro, a Heldiengestarg, los ciudadanos apenas saben cómo és, no se darán cuenta de que él es el Sacerdote Rojo - añadió Chopin

-Frédéric tiene razón, debemos llevarlo a la ciudad. Yo cargaré con él, no os preocupéis

Ambos estuvieron de acuerdo con Beethoven, saldrían cuanto antes de aquel lugar y de aquel bosque gobernado por las cuatro estaciones, no deseaban quedarse ni un segundo más.

La décima sinfonía (ACTUALIZADA RECIENTEMENTE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora