Cual hoja desgarrada

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Cada vez se alejaba más de las montañas cubiertas de nieve, las nubes crecían en el cielo simulando a millones de fragmentos de algodón oscuro uniéndose lentamente en el cielo, la tormenta se avecinaba, eso le alarmó, no quería tener que pasar toda la noche bajo la lluvia, y aquella tempestad prometía ser importante.

Hacía ya unos días que había cruzado la frontera que separaba Aursvark de Detchruangk, su búsqueda le había llevado a tierras desconocidas, por el momento andaba perdido, caminando por aquel bosque que parecía interminable, cada vez más preocupado por la inminente tempestad. Se detuvo.

-Nisnik, Erlkönig, volad

Los dos halcones que llevaba sobre sus hombros alzaron el vuelo al escuchar la orden de su amo. Volaron más allá de los árboles, bajo aquel cielo grisáceo, el hombre se quedó allí, esperando al regreso de las aves. Se sacudió el polvo de sus vestimentas marrones y se apartó los cabellos castaños de la cara.

Las primeras gotas comenzaron a caer al regreso de las aves, extendió los brazos y dejó que los dos halcones se posaran en ellos.

-¿Hacia dónde?

Los dos halcones volvieron a levantar el vuelo, ahora volando entre los arboles a poca velocidad, su amo les seguía procurando no perderlos de vista, la tormenta se intensificaba cada vez más y era casi imposible no caminar entre charcos y fango y el fuerte viento dificultaba la visión, algunos árboles se balanceaban tanto que parecía que iban a despegarse del suelo en cualquier momento.

Las hojas de aquellos arboles volaban por doquier, siendo transportadas por el viento a muchos kilómetros del bosque, siendo olvidadas sus historias jamás contadas, por allí y por allá, por donde navegaron entre mares de soledad y ciudades hermosas. Pisoteadas cual cucaracha moribunda se estremecen mientras van siendo desgarradas y finalmente desaparecen sin llantos ni despedidas, sin recuerdos ni testamentos, sin que sangren sus heridas.

Y así era como se sentía el hombre que por aquel bosque caminaba, bajo las lágrimas de los dioses, sin haber escogido ningún camino, sin jamás haber pensado en su destino, aquel que por donde sus pasos marcaban la tierra, pena y desgracia eterna invadía todo corazón compasivo que a su ser rozaba.

Como las hojas de los arboles él era pisoteado, sus historias junto a su música no tenían valor para los oyentes, una depresión enorme reflejada en cada una de sus partituras, en cada nota insignificante, casi inapreciable.

El caminaba siempre en solitario, perdido en su gran búsqueda, buscando aquello que para los demás era imposible e inexistente, solo vivía para aquella búsqueda, para nada más, se negaba a escuchar la opinión de todas las gentes que encontraba en los más de mil caminos recorridos, en su corazón residía la seguridad de la existencia de aquello que buscaba tan incansablemente. Había perdido la cuenta de los años que llevaba sumido en aquel viaje interminable, totalmente ciego hacia las demás oportunidades, nada podía distraerle y jamás descansaría en paz, no hasta haber encontrado lo único que podría confirmar que luchaba por algo verdaderamente importante, lo único que podía dar sentido a su vida.

Se alegró de haber encontrado la salida de aquel bosque al ver los rayos iluminar el cielo de azul y purpura, no era aconsejable caminar bajo árboles en días de tormentas, pero tampoco lo era no disponer de refugio. Siguió caminando guiado por sus únicos compañeros, Nisnik y Erlkönig, la oscuridad lo dominaba todo y era prácticamente imposible ver algo, solo se distinguían los caminos cuando un rayo surcaba el cielo, iluminándolo todo, pero solamente unos segundos.

Por suerte, los halcones le llevaron hasta lo que parecía ser una ciudad, el hombre contempló las murallas hasta que decidió internarse con los pájaros en los hombros, los caminos de piedra de aquella ciudad estaban repletos de charcos, se podían apreciar las luces de las casas detrás de las cortinas en las ventanas, no había nadie por las calles, y no le extrañó, siguió caminando unos minutos más hasta toparse ante lo que parecía ser la taberna de la ciudad, estaba abierta, entró, le apetecía beber un poco.

Todas las miradas se clavaron en el cuándo abrió la puerta, no había mucha gente, sin mirar a nadie se acercó a la barra.

-¿Qué desea forastero? - le preguntó el tabernero mientras le sacaba brillo a unos vasos con un trapo

-Aguamiel - contestó

Mientras esperaba su pedido, el hombre se quitó su abrigo marrón claro, que estaba empapado, y lo dejó sobre una silla, finalmente le trajeron su aguamiel. Comenzó a beber sin prisas, sumido en sus pensamientos, recuerdos le venían a la cabeza, recuerdos de todos aquellos caminos que había recorrido, sin poder concluir su búsqueda, alguna vez se había planteado si abandonar, abandonarlo todo, incluso el mismísimo mundo, pero algo siempre le hacía seguir hacia delante, y nunca sabía de qué se trataba. En una pared de la taberna vio un piano, lo contempló desde la distancia con curiosidad, hasta que se levantó y con decisión se acercó al instrumento, se sentó y empezó a tocar.

La sonata inundó la estancia mientras la lluvia corría por los vidrios de las ventanas y los truenos se escuchaban en el exterior, junto al sonido inconfundible de los días lluviosos, tan tristes y nostálgicos, la calma gobernó la taberna, no se escuchaba ni un ruido, ni una respiración, solo la lluvia, solo el piano, todo estaba sumido en aquella melodía, nada la podía romper, de los ojos del músico comenzaron a derramarse gotas saladas que caían sobre las teclas que bajaban y subían con los movimientos de sus dedos, acariciándolas con delicadeza, sin demasiada fuerza, nada existía ya solo él y su música.

Finalmente su sonata concluyó, abandonó el piano lentamente, muy lentamente, volvió a la barra y se terminó su aguamiel, se puso su abrigo y se dispuso a salir de la taberna, la lluvia seguía cayendo, y con la misma fuerza que antes, no se marcharía de la ciudad, no esa noche, alquilaría una habitación y se pasaría el tiempo necesario en la ciudad, hasta tener que volver a marchar, hacía lo desconocido, como siempre.

Caminó sin prisas por las calles, bajo la lluvia, no le importaba mojarse, más bien le gustaba y le relajaba, sin previo aviso Erlkönig voló de su hombro y se alejó por un callejón, el hombre no dudo en correr tras él, el halcón debía haber encontrado algo interesante y el pretendía descubrir de que se trataba. Procuraba no resbalar mientras corría, adentrándose en callejones estrechos, intentando no perder de vista a su halcón, la calle se desestrechó, siguió corriendo ahora mirando a los lados, pues no encontraba a Erlkönig, ya no miraba hacia delante, entonces se chocó con algo, y cayó al suelo.


La décima sinfonía (ACTUALIZADA RECIENTEMENTE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora