En busca de venganza

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Acababa de llegar a la ciudad después de una larga ausencia. No le hubiera resultado difícil encontrar estancia en un lugar mejor, pero siempre había disfrutado de aquellos ambientes sucios, ruidosos en el que los taburetes volaban con facilidad y el alcohol podría derretir los muebles. Tenían cierto encanto que encontraba inspirador. Así que se colocó en la barra con el abrigo apartado para que todos vieran la espada que llevaba colgada a un lado y así poder disuadir al menos a la mitad de incautos buscabroncas y amigos de lo ajeno. Por supuesto no funcionó... Pero unos cuantos taburetes voladores y golpes más tarde, consiguió algo de paz.

Ya se había animado incluso a sacar un pergamino y la pluma cuando la puerta se abrió de golpe. Dejando entrar el aire frío de la noche y una figura apareció desde la oscuridad. Cuando dio un decidido paso al interior de la taberna, la tenue luz mostró al ser más pretérito que había visto en su vida. El matusalenico hombre vestía una túnica parda, se apoyaba en un nudoso bastón y su cara asemejaba la de un sapo enfurruñado. Miró lentamente de un lado al otro, como analizando al personal y pareció decidirse por un grupo de fornidos de la peor calaña que hasta ese momento degustaban sus aguadas cervezas.

Se acercó todo lo animado que su avanzada edad y su bastón le permitían. Los maromos lo observaban entre sorprendidos y divertidos, pero el anciano no se acobardó.

- La sed de venganza y el anhelo de justicia guían prestos mis pasos, mas requiero ayuda de hidalgos que así muestren su valía - Dijo el nonagenario como si recitara versos de una poesía.

Aquellos hombres de bestialidad indudable le miraron como si su única neurona acabara de explotar para siempre y un puño se levantó con el instinto de millones de peleas.

Una pluma y un pergamino saltaron por los aires y el centelleo de la hoja de una espada se interpuso entre el puño y el arcaico rostro del anciano que no se había ni inmutado.

-Qué vergüenza levantarle la mano a un pobre hombre desvalido - El anciano le dirigió una mirada envenenada por su degradante comentario, pero su aspecto no podía inspirar más que lastima a pesar de su altivez.

-¡Cállate fantoche! - El puño se redirigió en busca del joven rostro del esgrima, pero lo esquivó con facilidad dejando al bruto saltando de puntillas para no caer.

El joven dio una elegante vuelta y golpeó las nalgas de su atacante con la hoja plana de la espada para burlarse de él.

Los compañeros no sabían si reír o defenderlo. Pero una pelea era una pelea y no tardó en verse volar una silla. El anciano se hizo a un lado, se acomodó en un taburete y le dio un trago a una cerveza extraviada mientras observaba sin cambiar para nada la expresión de su cara.

Llegó un momento en que amigo pegaba a amigo, toda la taberna se unió al jolgorio de zurrarse unos a otros y destruir el mobiliario mientras el tabernero se agachaba y suspiraba haciendo un recuento mental de los costes.

Sólo el muchacho con su espada y sus elegantes movimientos contrastaba en ese baile de brutos. Pero su ancha sonrisa demostraba que estaba disfrutando despachurrando a diestro y siniestro con la hoja plana.

Rato después, cuando la cosa fue de bajada, entre hematomas y chichos, los parroquianos empezaron a cansarse y alzar manos en señal de basta. Así el joven envainó, fue por la pluma y el pergamino que habían quedado olvidados en un rincón y se dirigió a la mesa donde el nonagenario había podido disfrutar del espectáculo.

-Espero que se encuentre bien. Creo que no es el lugar más adecuado para usted me temo.

El vejete le miró con aprobación y asintió.

-Sois joven mas diestro con la espada. Han querido los musicales hados guiarme hasta este tugurio para sin duda hallaros.

-La abyecta profanación de una alimaña alada a uno de los preciados tesoros de la sacra biblioteca de la música me insta a buscar la justa retribución.

-Mas disculpad mi premura. ¿Puedo saber el nombre de tan gallado mozalbete?

El joven no pudo evitar sonreír y se sentó a su lado. En esos lares otro no hubiera entendido ni palabra, pero para suerte del anciano, él sí.

-Mi nombre es George Sand, para servirle mi señor.

El viejo mostró algo que llevaba oculto bajo la parda túnica y volvió a cubrirlo rápidamente.

-No es el lugar adecuado, pero creo que mi propuesta pueda ser de vuestro interés joven Sand si me permitís hablaros en la privacidad de la biblioteca.

Sand pertenecía a los escritores y no pudo evitar sentir una gran curiosidad por lo que el viejo le decía. ¿Cómo iba a dejar pasar una oportunidad así? Aceptó y ambos salieron de la taberna justo cuando un taburete cruzó los aires y comenzó otra animada trifulca.

-¡¡Vais a ser mi ruina!!- se oyó chillar al tabernero mientras se cerraba la puerta tras ellos.

La décima sinfonía (ACTUALIZADA RECIENTEMENTE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora