Entre recuerdos y pactos

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No podía evitar temblar como un animalillo indefenso y asustado, sin poder apartar la mirada de aquellos ojos azules, solo con mirarle a los ojos ya inspiraba grandeza. Se sentía insignificante cuando estaba junto a su persona, le costaba creer que alguien como el le llamara maestro de la música.

- Debes ser tú, querido amigo, debes ser tú quien lo haga.

Su grave y poderosa voz resonó rebotando en las paredes de la grandiosa estancia, era tan poderosa como un Órgano, pero a él de alguna manera le relajaba y le daba una sensación de seguridad.

- Pero yo... Tengo miedo - sollozó - Lo he perdido todo, mi hogar, mi familia y ahora todos me odian. Si salgo de aquí acabaré provocando otra masacre, no me gusta hacerle daño a la gente, lo sabes de sobras. Lo que me estás pidiendo es que derrame sangre en una guerra y que le haga daño a mi antiguo amigo. No puedo...

Las cálidas lagrimas se deslizaron lentamente por sus pómulos cual riachuelo en la arena. El corpulento músico acercó la mano hacia su rostro y con delicadeza le secó las lagrimas.

-Lo sé, pero debes ser tú, estas preparado. Sabes muy bien que confío en ti, eres grandioso y tu música lo es aún más, tal vez la desprecien y la teman pero a mí conseguiste maravillarme. - colocó las manos sobre sus hombros en un intento de reconfortarle - He arriesgado mucho revelándote las palabras del libro y dándote instrucciones sobre la profecía, no voy a poder ayudarte en el camino que se alza ante tus ojos y no puedo prometerte que vaya a ser fácil pues estaría mintiéndote - prosiguió.

En ese momento el músico se llevó las manos al cuello hasta alcanzar el cordel oscuro de un colgante, al final del cordel se veía la figura plateada de las tres claves musicales fusionadas en una. Pasó el colgante por encima de la cabeza pelirroja de su amigo hasta dejarlo perfectamente colocado sobre su pecho, junto a la luna menguante dorada.

-Considera esto como un símbolo de protección y por supuesto, de nuestra amistad. Yo ya no voy a poder hacer mucho más, dejo el destino de la música en tus virtuosas manos amigo mio.

El pelirrojo violinista abrazó al músico como si su vida dependiera de ello.

-Gracias por todo, eres el único que me comprende, ojalá todo esto de la profecía pronto llegue a su fin.

-Todo irá bien, ahora ve y encuentra a los elegidos, te protegeré a pesar de la distancia.


• • •


Se despertó de un sueño tranquilo, sus parpados seguían cerrados pero el sol se filtraba tornándolo todo de un color rojizo. Abrió levemente los ojos, lo único que pudo ver fue una silueta negra en medio de una cegadora inmensidad amarilla, solo podía ser Vivaldi. Una vez sus ojos se acostumbraron a la luz se levantó y se dirigió hacia su compañero.

Vivaldi no pareció percatarse de su presencia, estaba demasiado ensimismado con la mirada fija en algo que sostenían sus manos, parecía ser un colgante.

- ¿Qué es eso? - preguntó el joven músico

Vivaldi no dio señales de haber escuchado sus palabras.

- ¿Vald? - Insistió

- ¿Qué? Ah, nada. - ocultó el supuesto colgante con rapidez.

- Oh, bueno, nunca lo sabré...

El violinista percibió al instante la indirecta, miró de reojo a Chopin mientras dejaba escapar un suspiro.

- Está bien, puedes verlo. - sacó nuevamente el colgante - Es un obsequio que me dio un muy buen amigo mio, para mi esto vale más que todo el oro del mundo.

La décima sinfonía (ACTUALIZADA RECIENTEMENTE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora