D I E Z

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  Megan empezó a perder la cuenta de las distintas habitaciones en las que había dormido. Con excepción del cuarto de la torre, en el que estuvo enferma, nunca paso dos noches seguidas en ninguna de las habitaciones a las que Kyung Soo hizo que la trasladaran. Los siguientes tres días no fueron una excepción. Ruth la llevo a una habitación de estilo sureño, con luz eléctrica y una chimenea encendida, donde paso sola todo el día, sin ver a nadie más que a Salvatore, a las horas de las comidas.

El hombre fue el encargado de trasladarla al día siguiente, llevándola a un cuarto que parecía una copia exacta de un apartamento de Park Avenue, excepto que, en lugar de rascacielos, desde las ventanas del cuarto piso se divisaba el bosque.

Kyung Soo siguió sin buscarla y sin aparecer. En cada una de las habitaciones había una cámara de video, pero la joven no volvió a posar para él. Se cambiaba de ropa en el cuarto de baño y procuraba alejarse lo más posible de aquellos ojos vigilantes.

Al tercer día, Salvatore la llevo a una habitación muy moderna. Paredes blancas, cuadros abstractos, un enorme colchón en el suelo y sillas en las que era casi imposible adivinar como sentarse. En las blancas estanterías no había novelas de Stephen King, sino libros sobre trigonometría.

—¿Cuánto tiempo voy a estar aquí? —pregunto, cuando vio entrar a Salvatore con una bandeja.

La comida estaba en consonancia con el cuarto. Nouvelle cuisine, en la que se había cuidado más la presentación que el sabor.

—Tendrá que preguntárselo a Kyung Soo —repuso el otro, encogiéndose de hombros.

—Lo haría si pudiera verlo. Borre eso, ya sé que no puedo verlo. Quiero decir si se dignara volver a concederme una audiencia.

—No lo sé.

—Quiero saber que le ha pasado a mi padre.

-—Le preguntare a Kyung Soo

—¿No lo sabe usted? Yo creía que era usted su perro fiel, la persona que recoge información para él, su fiel sirviente y todo eso.

—Si lo sé. Pero tengo que preguntarle si puedo decírselo o no.

Megan sintió que la invadía la rabia. Respiro profundamente para intentar calmarse.

—Salvatore, usted quiere a Kyung Soo, ¿verdad? Del mismo modo que Ruth.

Le pareció ver una chispa de malicia en los ojos del hombre.

—No del mismo modo que Ruth. Pero si, haría cualquier cosa por él.

—¿Y no se da cuenta de que comete un gran error al tenerme aquí? Si detienen a mi padre, la policía vendrá a buscarme.

—¿Y qué quiere que haga yo? —pregunto Salvatore, imperturbable.

—Que me deje marchar.

El anciano no se movió.

—¿Y qué haría si la dejara salir?

Meg no quería creerlo. No quería confiar demasiado en aquel rayo de esperanza que el otro le ofrecía.

—Correría. Correría todo lo que pudiera y no diría nada sobre este lugar ni sobre Kyung Soo.

—Su padre tendrá que ser juzgado y Kyung Soo es el que ha proporcionado la mayor parte de las pruebas. ¿No querra usted vengarse?

—Si lo que me dijo es cierto, mi padre se merece todo lo que le pase. Yo me disponía a viajar a Europa cuando vine aquí. Le prometo que, si me ayuda a escapar, iré directamente a Nueva York y cogeré el primer avión que salga, para Inglaterra. Mi padre puede arreglárselas solo.

El Fantasma de la Noche ( con Do Kyung Soo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora