C A T O R C E

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  Kyung Soo estaba sentado solo en el centro de la extraña mansión, esperando a que ella se marchara. Suponía que a Megan también le iba a costar trabajo irse. Después de lo ocurrido la noche anterior, debía estar confusa, pero, por otra parte, había deseado escapar desde el momento en que llego.

Aunque, bien mirado, sabía bien que lo ocurrido la noche anterior había sido algo extraordinario para los dos. Lo había visto en la expresión de los ojos de ella y en el temblor de su boca cuando le dijo que lo amaba.

Pero no le cabía duda de que lo superaría. Había sido temporalmente embrujada por el lugar y las circunstancias. En cuanto volviera a su vida normal, al mundo brillante de la luz del sol y el ruido de las ciudades, se alegraría de haber escapado.

Incluso había una remota posibilidad de que el también consiguiera sobreponerse. Podía escuchar los buenos consejos de Salvatore, dejar aquel lugar, olvidar su venganza y volver a la isla. Allí nadie lo miraba y podía sentarse al sol y nadar en el mar, respirar el aire puro y sentir la brisa tropical sobre su piel. Allí la luz del sol no era brillante y cruel, sino suave y gentil y las noches eran cálidas y pacíficas.

Pero él no deseaba la brisa, el sol o el agua. Deseaba lo único que no podía tener. A Megan Carey.

La joven se había perdido. No había hecho más que avanzar cada vez más profundamente en la oscuridad de la vieja casa, doblando una esquina tras otra y bajando cada vez más. Le pareció oír un ruido distante como el que hacen unas al rascar. Salvatore le había dicho el día de su llegada que allí había ratas. Entonces no había estado segura de sí debía creerlo o no, pero, en aquel momento, sola en la oscuridad, no tuvo ninguna duda de que estaba en lo cierto.

Reconoció también unos chillidos agudos que oyó en la distancia. Eran murciélagos. Se llevó una mano temblorosa al pelo. ¿Era cierto que los murciélagos se enganchaban en el cabello de la gente?

Oyó un trueno en la distancia e hizo un esfuerzo por soltar una carcajada nerviosa. Debería haberse quedado con el camisón flotante y una vela en la mano. Entonces habría sido la perfecta heroína victoriana. Pero las heroínas victorianas no llevaban tejanos y jerseys ni zapatillas Reeboks. Y tampoco se sentían consumidas de rabia por haber sido seducidas y abandonadas. Kyung Soo la había comparado con una heroína virginal. En aquel momento, no era nada de eso, era una mujer dominada por la rabia y la determinación.

De una cosa estaba segura. No se iría de allí hasta que el la echara personalmente.

No supo muy bien cuando su determinación dio paso al miedo y el miedo al pánico. Sonó un trueno más fuerte que los anteriores, que parecían sacudir todo el edificio e hizo que los dientes de Megan empezaran a castañetear. Grito, sola en la oscuridad, sola con las ratas, los ratones y los murciélagos. Estaba perdida y aterrorizada.

No pudo dar un paso más en la oscuridad del pasillo. No sabía lo que podía encontrarse. Se sentó en el suelo y apoyo la espalda contra la pared. Sentía frio, mucho frio.

«Kyung Soo», pensó. «Kyung Soo, tengo miedo».

No vio ninguna luz ni oyó ningún sonido, pero sintió las manos de el sobre sus brazos, ayudándola a ponerse de pie. Llorando de alivio, la joven le echo los brazos al cuello y se puso de puntillas para buscar su boca.

El hombre intento apartarse, pero ella lo cogió del cabello y lo obligo a dejar la cara inmóvil mientras lo besaba. Y, como si no pudiera hacer otra cosa, el respondió a su beso con una mezcla de rabia y desesperación.

Megan movió las manos hacia abajo. Toco la camisa de él y, sin pensarlo dos veces, tiro de ella, haciendo que los botones saltaran por los aires y dejaran al descubierto su cálida piel. Separo su boca de la de él y le beso el torso mientras sus manos encontraban la hebilla de su pantalón y empezaban a abrirla.

El Fantasma de la Noche ( con Do Kyung Soo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora