T R E C E

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  Observar a Meg mientras dormía se había convertido en una obsesión para Kyung Soo. Aquella noche lo hacía tumbado a su lado. La joven tenía los ojos cerrados y la cara tapada por el cabello. En algún. momento de la noche habían cambiado de postura y ella yacía en aquel momento a su lado, sin tocarlo y con la barbilla apoyada en las manos.

El hombre deseaba tocarla. Quería apartarle el pelo y besarla. Temblaba de deseo por ella, pero se mantuvo distante, remoto, consciente de que su tiempo se acercaba a su fin.

Sabía que no debía haber llegado tan lejos. Pero no había sido capaz de dejarla marchar sin haberla poseído al menos una vez, sin haber probado el sabor de aquella piel sedosa y contemplado la pasión, la sorpresa y el placer que había leído en los ojos de ella al hacerle el amor.

Recordaría aquella mirada durante toda su vida. Sería lo único que le quedaría de ella. No podía soportar la idea de dejarla marchar, pero eso era precisamente lo que pensaba hacer. Siempre había sabido que tendría que hacerlo antes o después. Esa noche había sucumbido a la tentación... Y había sido algo perfecto, casi celestial. No era de extrañar que los franceses lo llamaran le petit mart, la pequeña muerte. Hacer el amor con Megan había sido como un cataclismo, una explosión triunfal. No había vivido nunca nada que se le pareciera.

La joven murmuro algo en sueños y la necesidad de tocarla se le hizo perentoria. Sin embargo, no se movió, siguió inmóvil, prolongando su tormento y su agonía. Y, cuando noto que su fuerza de voluntad empezaba a fallarle, se apresuró a abandonar la cama antes de olvidar por completo su resolución. Meg lanzo un gemido de protesta y extendió los brazos para tocar el espacio vacío en el que él había estado tumbado. Pero no se despertó.

Kyung Soo cogió su ropa, que estaba amontonada en el suelo, y se vistió con lentitud sin dejar de mirar la cara de la durmiente. Se había levantado algo de viento y las cortinas de muselina se movían con el aire. Se acercaba el amanecer y hacía mucho tiempo que no sentía el calor del sol en su rostro. Tal vez Salvatore tuviera razón. Quizá debería volver a la isla, Tal vez así pudiera olvidarla.

Salió al jardín y volvió un rato después con los brazos llenos de flores blancas. Megan no se despertó y se limitó a sonreír suavemente cuando él la cubrió con miles de pétalos, cuyo aroma se mezcló con la fragancia florida de su cuerpo y el erótico olor del sexo.

Sintió deseos de tomarla en medio de todos aquellos pétalos blancos. Quería yacer con ella entre las flores y poseer su cuerpo y su alma de un modo completo. La deseaba tanto y de tantos modos que solo pudo hacer una cosa. Marcharse y dejarla sola.

Fue directamente a la habitación de los ordenadores. Las velas se habían consumido mucho tiempo antes, pero se acercó sin dificultad hasta su enorme silla y se dejó caer sobre ella. Solo en su cuarto, supo bien lo que tenía que hacer. Pero no sabía cómo podría hacerlo.

Se inclinó hacia adelante y apoyo la cara en las manos. Sentía un dolor insoportable.

Megan estaba sola. El perfume de las flores la envolvía por completo, pero se sentía extrañamente desconsolada. Sabía que Kyung Soo se había ido de su lado, lo sabía sin necesidad de extender los brazos. Lo único que no sabía era lo lejos que se habría ido.

La luz del amanecer empezaba a abrirse paso por entre las cortinas de muselina. Se sentó en la cama y miro las flores que cubrían el lecho. Los ojos se le llenaron de lágrimas y, al extender una mano para coger uno de los pétalos, el oro puro del anillo de Jano brillo en su mano.

Se tapó con la sabana y se dijo que no tenía por qué preocuparse. A él no le gustaba la luz del día. Le había hecho el amor en la oscuridad y ella intuía que la oscuridad era algo más que un modo de ocultarse. Y estaba segura de que no quería ocultarse de ella, sino de sí mismo.

El Fantasma de la Noche ( con Do Kyung Soo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora