Kyung Soo se quedó de pie en una esquina del torreón, fuera del alcance del candelabro que había llevado Salvatore para iluminarle el camino al doctor Bailey.
El medico daba intencionadamente la espalda al hombre que lo estaba observando. El viejo borracho sabía bien que no iba a volverse ciego ni loco por mirar a Kyung Soo. Se había visto obligado a hacerlo el número suficiente de veces como para saber que iba a sobrevivir. Pero, al igual que a la mayoría de la gente, no le gustaba nada verlo y procuraba evitarlo a toda costa.
Su anfitrión no tenía nada que objetar a aquello. Cuanta menos gente quisiera entrometerse en su vida, mejor para él.
Excepto por aquella mujer que yacía en la cama, respirando laboriosamente y con la cara tremendamente pálida. Ella se había entrometido sin ser esperada ni deseada y el ya no estaba dispuesto a dejarla marchar.
—Tiene neumonía —anuncio el médico—. Parece que la hemos cogido a tiempo, pero deberíamos hacerle una radiografía.
—No va a salir de aquí —dijo Kyung Soo.
Bailey no se volvió hacia él. No estaba dispuesto a discutir sus órdenes.
—Lo mejor para estos casos es la Penicilina. El problema es que no he traído ninguna dosis de adulto.
—Creía que Salvatore le había advertido...
—Lo ha hecho. Lo ha hecho. Pero no la tenía a mano. Todo el pueblo esta con gripe.
—Maldito sea todo el pueblo.
—He traído algunas dosis infantiles. Tendrá que beberse media botella cada vez, pero causara efecto.
—Sera mejor que así sea, amigo ——dijo Kyung Soo.
Bailey lo miro un momento y se apresuró a bajar la vista, horrorizado.
—Hace mucho tiempo que no he cometido un error.
—Lo sé. Me he asegurado de ello. Pero cuando comete uno, es mortal ¿verdad?
El médico no replico. Con ayuda de Salvatore, introdujo media botella de medicina rosa en la garganta de Meg y luego volvió a recostarla sobre la almohada. La joven abrió los ojos un momento, pero no miro a los dos hombres que se inclinaban sobre ella. Su mirada se dirigió directamente a la alta figura que permanecía en las sombras.
Estaba demasiado oscuro para verle la cara desde la cama. Y, aunque no hubiera sido así, probablemente le habría parecido una más de las pesadillas inducidas por la fiebre.
Volvió a cerrar los ojos.
__Tiene que quitarse esa ropa mojada –anuncio Bailey – Y necesita una enfermera.
Puedo enviarle a alguien.
—Yo me ocupare de eso —dijo Kyung Soo con firmeza.
—Tal vez más adelante. Conozco a alguien...
—Yo me ocupare de ello. Lleva al doctor a su casa, Sal.
Bailey salió corriendo de la habitación sin molestarse en mirar de nuevo a su paciente.
—¿Podrás arreglártelas? —pregunto Salvatore desde la puerta.
Kyung Soo miro a la mujer acostada sobre la cama.
—Todo irá bien —dijo.
— Kyung Soo...
El aludido no aparto la vista de la cara pálida de Meg.
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El Fantasma de la Noche ( con Do Kyung Soo)
Fiksi PenggemarEntre el amanecer y el atardecer, la extraña mansión de Do Kyung Soo permanecía tan inmóvil como una cripta. Más allá de su laberinto de tétricos corredores, su dueño dormía lejos del alcance del sol. Al caer la noche, cuando el miedo y los fantasma...