Y, en ese entonces fue cuando todo cambió. De repente, las calles estaban habitadas por una especie de aldeanos de pueblo.
Parecía gente humilde. Llevaban la ropa muy vieja y tenían aspecto desaliñado. Como si llevaran meses o incluso años sin lavar su ropa, su ropa era de color gris y una que otra prenda azul.
Sus casas tampoco parecían del todo acogedoras. Algunas de ellas tenían las ventanas rotas y otras en cambio, recubiertas de enormes telarañas.
Ninguno de los chicos podía comprender por qué el Sr. Wood podía darse el lujo de tener una enorme e increíble casa en comparación con toda aquella gente.
Es más, salir de aquella mansión, era como viajar en el tiempo, a un lugar lejano y pobre.
Una señora caminaba con un bebé bajo el brazo.
A Helena le encantaban los niños, y, no pudo por menos que hacerle una pequeña carantoña. Algo que a su madre, le resultó fuera de lugar, ya que al ver el gesto de la chica, cubrió a su hijo con los brazos, escondiéndolo a la vista de Helena.
¿Por qué la gente de aquel pueblo era tan fría? ¿Acaso estaba mal intentar acercarse a ellos?
Según iban caminando por las calles de Alquimia, muchos hombres y mujeres e incluso niños se escondían a su paso.
Era como si les infundieran una especie de miedo inexplicable.
¿Era por el Sr. Wood? ¿Habría hecho algo terrible a la gente de aquel pueblo para que le llegaran a temer tanto?
No les extrañaría nada, ya que algunos lo señalaban con la mano al verle y algunos críos le hacían burlas de todo tipo.
Estaba claro que no era un personaje muy querido en el pueblo de Alquimia. Más bien, parecía ser odiado por sus habitantes.
¿Y si creyeran que eran mala gente por estar junto a él? De ser así, se equivocaban. Muchísimo.
Siguieron caminando. A cada paso que daban, descubrían algún rincón nuevo de aquel pueblo.
Algo llamó la atención de Bruno. En todas las casas, poseían una especie de jaula, en la que encerraban arañas. Arañas de todo tipo. Grandes, peludas, tarántulas, pequeñas...
Las jaulas permanecían colgadas en el borde de la puerta de entrada.
-¿Por qué arañas y no otro animal?- preguntó Bruno.
- Es una especie de tradición, digamos... Los únicos animales capaces de vivir a pesar de que acabase el mundo, serían las arañas. La gente piensa que al tener arañas en casa, éstas sustituirán a la familia en el futuro, cuando ésta muera. Algunos incluso creen que serán capaces de reencarnarse en personas.
- Eso es imposible- objetó Ethan.
- ¿Y tú cómo lo sabes? ¿Eh?
Se hizo un silencio abrumador en el que solo se oyeron las campanadas de una pequeña iglesia que había en alguna parte del pueblo.
Ambos, tanto Ethan como el Sr. Wood, prefirieron callarse para no acabar enzarzándose en una nueva discusión. Así que prosiguieron el camino.
Más adelante, no encontraron más que una especie de camino que según el Sr. Wood les había dicho, les conduciría a su destino.
Caminaron durante dos horas largas por aquel descampado, hasta que llegaron a un enorme edificio.
Era un edificio descomunal, grande, con aspecto de gran importancia. En esos momentos, incluso la casa del Sr. Wood parecería una miserable casucha en comparación con aquello.
Impresionaba demasiado como para ser real.
Una serie de hombres vestidos con trajes oscuros acolchados, permanecían inmóviles en todas y cada una de las puertas de aquel lugar. Parecían guardias de seguridad, más que otra cosa.
Decidieron avanzar hasta la puerta principal. Una vez allí, el Sr. Wood marcó un código en un teclado al lado de la puerta, y ésta se abrió con un gran estrépito.
Al entrar, vieron que lo que había en el interior del enorme edificio era aún más impresionante, si cabía.
Se trataba de una enorme sala. Cinco espejos. Ocho puertas. Cuatro en cada lateral. Paredes blancas y mesas alargadas con formas uniformes.
Así podía describirse aquel lugar. En unas grandes pantallas, se podía observar el Espacio. Deberían estar conectadas a un satélite.
En cada una de las puertas, había dibujado un signo especial.
Un delfín, un pájaro, una Pitón, un dragón.
Al otro lado, los dibujos se podían ver reflejados, de manera que se veían al revés.
Enseguida entendieron que el delfín expresaba Agua. El pájaro, Aire. La Pitón, Tierra, y, el dragón, fuego.
Al fondo de la sala había un gran ascensor de metal. Lo que les hizo pensar que el edificio tenía más pisos.
¿Qué les prepararían aquellos otros pisos si este ya era por sí solo, increíble?
Un misterio.
De repente, la luz del ascensor, se iluminó, e indicó que alguien estaba bajando de uno de los pisos superiores.
Al abrirse, descubrieron que se trataba de un hombre esbelto que parecía tener unos treinta años. Tenía el pelo castaño un poco corto a los lados y largo arriba. Iba vestido de negro, al igual que los guardias de afuera.
- Hola, Seimón.
El Sr. Wood parecía conocerlo. Se dirigió hacia el y le dio un apretón de manos.
En ese instante, el Sr. Wood se giró hacia los chicos y les sonrió con una nueva sonrisa forzada.
- Bien, Elementos. Ahora me iré y los dejaré con Seimon. El será su entrenador durante el resto de sus días. A partir de ahora será su mentor. Y no olviden que deben tratarlo tan bien como me trataron a mí.¿Entendido?
El Sr. Wood levantó las cejas esperando la respuesta de los chicos.
- No lo ponga en duda- respondió Bruno.
Y, así, el Sr. Wood avanzó hasta el interior del ascensor, y, subió en él, desapareciendo de la vista de los chicos. Por fin.....
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© The Elementals: The birth of fire (I)
FantasíaSe acercan las tormentas. El Sol cada vez esta más cerca de la Tierra, el pueblo de Alquimia esta en máximo peligro. Pero cuatro chicos con poderes sobrenaturales son los únicos que pueden encargarse de salvar el mundo. Fuego, Agua, Aire y Tierra s...