Capítulo 4: Sopa de pollo

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Minghao jamás había odiado tanto ser omega.

De normal no le gustaba un pelo, pero cada vez que entraba en celo su desamor hacia su propio sistema reproductivo se duplicaba por dos. A los omegas normales no les pasaba nada al tomar supresores. Pero eso, claro, era porque los tomaban únicamente durante el celo (como mucho unos días antes y después para acostumbrar al cuerpo) y sin superar las cantidades recomendadas. Él no solo los tomaba cada día, sino que además con el tiempo había tenido que ir aumentando las dosis para que siguieran surgiendo efecto. Abusaba tanto de ellos que podía tomar uno o dos de más como caramelos y muy probablemente no le pasaría nada. Eso aseguraba resultados efectivos (como podía comprobarse al llevar casi tres años en aquella empresa sin que más de dos personas hubieran notado nada extraño) pero también conllevaba muchos efectos secundarios con los que podía lidiar a duras penas.

El principal y más obvio era el constante mal humor que lo acompañaba allá donde fuera. Engañaba a su cuerpo hasta los límites y cambiaba cosas que no deberían ser cambiadas, por lo que anímicamente era mucho más sensible a las estupideces humanas. Una vez, cuando buscaba consejo para saber hasta dónde podía llegar, un médico le puso un ejemplo extraño pero cierto: igual que cuando una mujer anoréxica lleva tanto tiempo sin comer que deja de tener la menstruación, jugar con sus hormonas de aquella manera lo haría tener un humor de perros. Ahora sabía cómo disimularlo con relativa eficacia, pero no le quitaba razón.

Otro punto era que según la temporada podía tener caprichos alimenticios a todas horas, o pasar todo un día sin comer y apenas tener apetito al llegar a casa. Dos años atrás llegó a ganar diez quilos en tres meses, y el año anterior perdió casi el doble sin darse cuenta. También tenía que vigilar con eso, y le había costado horrores ser consciente de las señales que le enviaba su cuerpo para saber cuándo se acercaba uno de esos trastornos alimenticios. Incluso Wonwoo procuraba echarle un ojo de tanto en tanto para comprobar que comía adecuadamente.

Pero el efecto secundario que más odiaba era, sin duda, los puñeteros retortijones que sufría cuando entraba en celo. Por el repentino cambio hormonal su cuerpo repulsaba la cantidad de supresores normal y se lo tomaba como si no tomara nada, pero si dejaba de tomarlos su cuerpo colapsaba al estar acostumbrado a una producción de hormonas mucho menor y era peor. Pero, si seguía tomándolas, debía aguantar el dolor un par de días o tres antes de que su estómago asimilara las pastillas de nuevo lo suficiente como para poder aumentar la dosis acorde con el potente aroma que enviaba durante el celo. Eso quería decir que debía seguir tragando supresores a pesar de saber que eso solo empeoraría su estado. Pero no hacerlo sería peor, así que durante dos días debía luchar contra sí mismo en varios momentos del día para levantarse de la cama sin morir en el intento, desplazarse entre males y penurias hacia el baño y seguir con la rutina antes de mirarse al espejo, comprobar que estaba hecho un asco y volver a la cama para seguir a lo suyo.

Algo que también odiaba, por cierto.

No solo porque se sentía inútil y totalmente desprotegido, sino porque los supresores bien podían aplacar su aroma, pero ni en broma llegaban a "cancelar" todos los efectos de estar en celo. Y de imaginación tenía un rato, así que cuando no estaba durmiendo (o intentándolo, porque su cama era muy grande y suave y cálida como para estar ahí solo, según su cuerpo) se pasaba el rato buscando mil maneras para distraerse y no pensar en todo lo que su entrepierna deseaba en ese momento. Leía, aunque no se concentraba. Comía, pero poco por el riesgo de vomitarlo todo al poco. Intentaba encontrar algún vídeo en Internet que le permitiera desconectar su cerebro un rato. Incluso había llegado a buscar "cómo evitar los efectos del celo", pero todas las páginas le recomendaban que encontrara alguna pareja y/o que se quedara unos días descansando en casa.

Así que, sin quererlo realmente, por su cabeza pasaban todos esos compañeros estúpidamente atractivos y dominantes con los que trabajaba cada día. Pensó en Mingyu y su prominente estatura, sus facciones de modelo y su estúpida espalda ancha y fuerte. Y, muy a su pesar, pensó en Seokmin y Wonwoo, quienes no dejaban de ser de tendencia dominante y eran indudablemente atractivos. Incluso Seungcheol, su jefe, se le pasó por la cabeza a pesar de que no lo veía más que en reuniones y ocasiones especiales. Pero quien no abandonó su excitada imaginación fue cierto chino alto de sonrisa cómplice. Por una razón u otra, Jun, de entre todos, impedía que durmiera con tranquilidad.

Hide and Freak ▲ JunHao [Omegaverse]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora