Capítulo 18. Don't go.

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Se negaba. se negaba rotundamente a creer eso de _________. En su mente, él aseguraba determinado que ella no pediría algo de ese tipo... O quizás sólo era... un anhelo ciego por creer en ello. La amaba más que a nada en el mundo, así que pensar que ella haya pedido que terminaran con su vida, para el albino, era una gran mentira.

Rehusandose a ver la cruel realidad, corre presuroso a la segunda planta del local para encerrarse en el departamento que compartía con la oji-azul. Ninguno de los presentes se atrevió a seguirle hasta su pieza, sabían que no era fácil para él conocer la verdad de lleno. Necesitaba su espacio.

Mientras tanto en aquella alcoba, los hipidos que brotaban de su garganta resonaban en la oscuridad del cuarto. Se deslizó con lentitud de la pared en la que se encontraba recargado, sentándose de manera brusca en el suelo. Escondiendo su mirar entre sus piernas, como si de ese modo los gemidos ahogados de su llanto lastimero, se acallaran. Finalmente cuando había encontrado la felicidad, el mundo tenía que jugarle esa mala pasada y arrebatarle a quien le cambió la vida.

—No lo entiendo...

O quizás no quería entenderlo. Le costaba trabajo aceptar lo que la hermana del amor de su vida, le había dicho. Quería culpar a alguien, y ése alguien perfecto, podía ser la pelirroja. Ganas no le hacían falta.

Después de unos minutos llorando en soledad, sintió la incomodidad en su espalda. Llevaba mucho en tiempo en el suelo y eso le comenzaba a dormir las extremidades. Con desgano, se tiró sobre la cama, ni siquiera se molesto en buscar una posición más cómoda, simplemente se hecho a llorar nuevamente sobre el colchón. Sorpresivamente, un crujido bajo las sabanas lo sacó de su esfera depresiva, invitándolo a verificar si no se trataba de una alucinación suya. Descorrió las sabanas con cautela de que lo que se encontrara allí, se fuera junto con ellas. Una hoja de papel, fue lo que encontró.

Confuso, la tomó con cuidado. Sería mal momento para decir que le gustaba leer, se atrevería a decir que seguro leer lo que sea que estuviera escrito, lo animaría.

Se sentó sobre el colchón —ahora descubierto—, embarcándose en aquellas palabras.

Querido Ken.

Sí lees esto, significa que estoy muerta... o que posiblemente estuviste hurgando en mis cosas... Heh heh... Nah, es más probable lo primero.

Paró de leer de manera abrupta. Había olvidado completamente una de las peticiones que su flor del invierno le había pedido antes de fallecer en sus brazos.

«Quiero que vayas a casa y mires bajo nuestra cama»

Se reprendía mentalmente por olvidar una cosa tan importante. Dando una revisión más minuciosa, pudo ver que en cierto punto del escrito, las letras eran más gruesas y de un color rojo negruzco. Manchas secas de un líquido —a simple vista— espeso. Ignorando eso, continuó leyendo.

Probablemente Sayuri lo hizo. No la culpes, yo se lo pedí. Creeme cuando digo que fue difícil convencerla, pero como sabes tengo mis encantos para hacerla ceder... o más bien fue el miedo a lo que le conté cuando se lo pedí. Supongo que ahora tendré que darte una satisfacción sobre lo que probablemente acaba de ocurrir...

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Me cambiaste la vida (Kaneki y tu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora