Cuatro: Nuevos encuentros, antiguas preguntas

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—¿Qué estás buscando aquí? —dijo ella, apenas lo reconoció en medio del follaje

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—¿Qué estás buscando aquí? —dijo ella, apenas lo reconoció en medio del follaje.

—Dinero —respondió el desconocido.

—Te sugiero que vayas a un banco de la Capital del Sur, porque en la isla no hay ni cajeros automáticos.

—Ya me conozco de memoria eso de los bancos. No es divertido si voy solo.

—Pero ¿qué estás diciendo? —gritó la muchacha, perdiendo la paciencia.

—La verdad —explicó él, con tranquilidad. Y no hubo nada en su expresión que delatara la mínima posibilidad de que estuviera bromeando.

Beryl inspiró con fuerza y bajó su arma. Sospechaba que de nada le serviría su razonamiento habitual con aquel sujeto. Ya era la quinta vez que se encontraban en Viridis —o la sexta—, y las circunstancias del extraño de ojos fríos eran cada vez más surrealistas. Cuando no estaba apaleando a otros extraños sospechosos en formas imposibles, estaba metido en algún lugar inaccesible o husmeando en los refugios de los animales más grandes de la isla.

En cada oportunidad, la bióloga del FEU lo llenaba de preguntas que eran respondidas con bromas, frases sin sentido o el mismo silencio de la huida.

El resultado de aquellos incidentes solía incluir a los visitantes indeseados heridos y fuera de la zona, con la excepción del joven misterioso. Ni Saphir ni Beryl podían sentirse tranquilos por esto, a pesar de la enorme disminución de animales desaparecidos o asesinados a escondidas en los últimos meses. 

Les había llegado el rumor de que la competencia por el cuerno del minotauro estaba siendo alentada, con una recompensa millonaria por sumarle el corazón del animal. Como si no bastara con una superstición dañina, debían seguir inventando otras. Y el nombre de un sujeto terrible, Lapislázuli, estaba en boca de todos como el principal aspirante al premio. 

No tenían tiempo ni ganas de jugar a las escondidas con aquel joven escuálido de habilidades circenses y lengua afilada. Debían proteger el escondite del minotauro.

—Lo que intentas es confundirme —protestó, incómoda, sin guardar el revólver—. Estás burlándote de mí.

—No es mi culpa si no haces las preguntas correctas —continuó él—. Hablando de eso, ¿esto es legal para ustedes?

El hecho de que él colgara de cabeza, con los pies atrapados en una soga anudada a una rama de árbol, no impedía que la conversación fuera igual que siempre entre ellos.

—No sé a qué te refieres —contestó ella, muy digna.

—Esto, si no lo ves —señaló el extraño, cruzándose de brazos—. ¿Pueden llenar la isla de trampas? ¿No temen lastimar a algún animal?

«¿Un tipo como tú viene a hacerme esa clase de reclamos?» pensó Beryl, conteniéndose para no dar media vuelta y dejarlo a su suerte. 

Igual, de cabeza y con ese pelo oscuro del revés, tampoco se veía tan mal. Podía tenerlo allí un rato más.

El corazón del minotauro [17 - Dragon Ball]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora