Se había ubicado en el espacio detrás de la casa, la mayor extensión sin árboles que había encontrado para entrenar sin perder de vista a Beryl.
Entrenar.
No podía creer que en su cabeza había entrado por fin la idea del esfuerzo como algo interesante. Parecía ayer mismo cuando su cerebro funcionaba con un solo interruptor que dividía lo aburrido de lo divertido, lo interesante de lo que no valía la pena. Su carrera alocada hacia la nada lo había llevado a encontrarse a sí mismo en el lugar menos pensado.
El escudo de energía verde, brillante, servía de campo de batalla en el que sus propios ataques rebotaban y volvían a él. Su velocidad, la calidad de sus reflejos y su fuerza podían ser aumentados por medio de la práctica. Y era algo emocionante, ir acumulando todo ese poder dentro de su cuerpo.
Dentro de su cerebro, el software que controlaba su parte mecánica todavía seguía analizando la información robada de la laptop de la bióloga. Tenía casi todo listo. Entre un sinfín de fichas de animales y vegetales, había podido asimilar unos planos de las cuevas de la isla, junto con las indicaciones de cómo hallar al minotauro. Por fin.
La ubicación del escondite había resultado ser subterránea, como lo suponía. Al centro de Viridis, con un acceso escondido entre cascadas.
«Ya tengo lo que necesito. ¿Por qué sigo aquí?».
No tenía mucho sentido continuar dando vueltas alrededor de la joven del FEU. Ya no había más nada que ella pudiese darle, a efectos prácticos. Con excepción de la contraseña de un par de documentos, cada uno con el nombre de Ariadna y Teseo.
Su programa cerebral nunca había sido actualizado, por obvias razones. Era de suponer que algunas cosas se escaparían a su entendimiento si volvía a utilizar la lectura de información digital. Desde los archivos sobre Goku implantados por el científico de la Red Ribbon, no había vuelto a asimilar nada del mundo que no fuese por medio de sus cinco sentidos convencionales.
Saltó dentro del domo formado por su propia energía y lanzó un rayo que rebotó frente a él y casi le dio en el hombro. Comenzaba a agitarse. No estaba cansado, pero había pasado casi todo el día encerrado allí. El calor de los ataques disueltos ya era insoportable.
Desarmó el escudo con un movimiento de su mano y cayó de rodillas, bañado en sudor.
«No estuvo mal, pero sé que puedo dar más» se dijo, jadeando por la sed.
Algún día podría tener que luchar bajo condiciones extremas y nadie le daría un descanso. Debía mejorar su rendimiento y peligrosidad o no tendría oportunidad si llegaba alguien como Majin Boo, o alguno de los guerreros con los que convivía Dieciocho.
Más allá del cerco del patio, unos aplausos lo pusieron en alerta. Cuando notó que el origen del ruido eran las manos de Beryl, su ceño se suavizó.
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El corazón del minotauro [17 - Dragon Ball]
FanficEste es un mundo en el que las bestias llevan sonrisas impecables y las criaturas indefensas tienen cuernos enormes. Un mundo en el que un corazón solitario vale su peso en oro para los cazadores furtivos. Él va en busca de dinero fácil. Encontra...