Quince: Igual que la primera vez

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Afuera, el bosque seguía igual que siempre

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Afuera, el bosque seguía igual que siempre. Tal vez, por ser la última vez que él lo oía, el canto de los pájaros era más hermoso. El sonido de las ramas de los árboles, al mecerse con el viento, era más nítido.

El que no estaba bien era Diecisiete. Sus pies se movían, avanzaban con rapidez por el camino más directo que su cerebro indicaba hacia el objetivo. Pero su mente no estaba allí. Y un vacío espantoso empezaba a abrirse en su pecho.

«¿Y si regreso? Todavía puedo ir y decirle... decirle...».

Ni siquiera en su cabeza podía terminar la idea. No había nada que pudiera hacer. A estas alturas, Beryl ya lo vería como el enviado por Zarqun Mirk para robar el corazón del minotauro. Ni siquiera era Lapis, el joven incauto que había caído en las garras de la Red Ribbon. Era Lapislázuli, un ser brutal del que inventaban historias a cada segundo, tanto sus oponentes ecologistas como sus competidores cazadores.

En resumen, no esperaban otra cosa de él. ¿Por qué él se tomaría tanto trabajo en torcer el curso de la realidad? No tenía más que seguir la línea recta de sus acciones anteriores.

«Es lo que voy a hacer, ahora mismo. No hay otro camino para mí. Esto es lo que soy» pensó.

Sin embargo, la amargura se adueñó de su alma recién descubierta. Un ciborg, un monstruo modificado en un laboratorio, ya tenía suficientes contradicciones en su sistema. Su parte orgánica, luchando con su parte cibernética. Sus órganos vitales, tomando prestada la energía ilimitada con la que había sido dotado. Su proceso de envejecimiento detenido y su ki inexistente ya convivían con su corazón latiendo y sus órganos sexuales funcionando. No necesitaba un alma. No quería una conciencia.

«Incluso Beryl estará esperando que lo haga, para poder odiarme y culparme de haberla engañado. Las expectativas de todos estarán satisfechas. Esto no es mi culpa. No soy más que una parte necesaria de este mundo. Es el sistema el que está podrido...».

Entonces, se dio cuenta.

No estaba rebelándose a nada.

El verdadero dolor de cabeza de aquella sociedad inmunda eran organizaciones como el Fondo Ecológico Universal o como la que los había rescatado a él y su hermana cuando eran pequeños.

Apenas pensó en eso, tuvo que obligarse a detenerse. El recuerdo de saltar los muros de aquella institución para niños, junto a Lázuli, casi lo hizo estrellarse con un árbol.

Debió apoyarse contra el tronco y respirar hondo. Nunca se había puesto a pensar en eso antes. Esas imágenes no solían estar disponibles en su cabeza, no entendía cómo era que aparecían desde las profundidades de esa forma tan inoportuna.

«Suficiente. No soy un rebelde, soy un idiota que busca su propia conveniencia. ¿Y qué?» se resignó, limpiándose el sudor frío de la frente con la manga de la camiseta.

Sintió las presencias de Mohs y otros sujetos en la isla. Estaban cerca de Beryl. Lo bueno era que no la dañarían si podían obtener rápido lo que querían.

El corazón del minotauro [17 - Dragon Ball]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora