Beryl se acercó al hueco por el cual echaba el alimento para las crías de gaviotas sin que tuviesen contacto con ella. Era importante darles la posibilidad de seguir siendo silvestres. Pronto estarían sanas del todo y volverían con los de su especie, aunque su madre ya no estuviese para protegerlos. Con una mano, cumplió con su tarea, mientras con la otra se limpiaba una lágrima de frustración de la cara.
«Si la realidad fuese como en tu discurso, sería bonito» había dicho Diecisiete, luego de ofenderla con los peores argumentos.
¿Cómo podía ser que cada vez que le gustaba alguien, resultaba ser tan incompatible con ella? Y no es que se hubiese permitido pocas relaciones. Pero, cuando lo intentaba, terminaba teniendo un pésimo gusto para elegir a los hombres.
El colmo había sido Saphir y su convivencia obligada con ella, luego de encontrarlo en la cama de aquella misma casa con uno de los aprendices del FEU. Al final, habían perdido al voluntario y, lo peor, habían quedado solos en la isla. Lo más divertido era que no le importaba su noviazgo más que su tarea en Viridis. Con solo haberse dado cuenta de eso, su orgullo se había recuperado bastante.
Ahora, después de meses de evitar la tentación de caer enredada con su ex, aparecía aquel joven extravagante y de actitud sospechosa. ¿Es que no se cansaba de fijarse en tipos poco confiables?
«Tiene que ser la abstinencia. Debí haber hecho que Saphir se fuera. Para estas alturas, ya hubiese encontrado a otro compañero del FEU para reemplazarlo en la vigilancia de la isla. Incluso, si es por la abstinencia, podría estar acostándome con él y no mirando con tantas ganas a este loco insoportable que puede volar».
Una vez que dejó a las gaviotas más tranquilas con su alimento, regresó al interior de la casa por la puerta de la cocina.
Diecisiete no se había marchado. Y ella lo hubiese preferido.
Nerviosa, arremetió contra él. Le arrojó el montón de ropa de su ex que había tomado para prestarle, por el incidente con la camiseta, y volvió a alejarse.
—Toma. Vístete con esto y no vuelvas a aparecer frente a mí o a mi compañero —ordenó, esperando sonar terminante.
Él no se dignó a mover un dedo para sostener las camisetas, ni para levantarlas una vez que cayeron al suelo.
—¿Por qué? —preguntó, como si lo decepcionara que el juego hubiese terminado—. ¿Qué vas a hacer si me encuentras de nuevo?
«¿Qué puedo hacer contigo a estas alturas? ¿Qué más nos queda?» hubiese dicho la Beryl más joven e inocente, que pensaba que un hombre atractivo no era más que eso.
—Cállate —respondió, titubeante—. Y vete. Deberías irte. No quiero saber por qué dices esas cosas tan horribles sobre mi trabajo.
—No volveré a decirlas. Solo tienes que pedirlo.
Beryl lo oyó y el aleteo en su estómago la hizo alarmarse. Eso no era lo que debía pasarle. No en medio de semejante conversación.
«No es más que un idiota impulsivo de boca floja. Aun así, estoy jodida».
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El corazón del minotauro [17 - Dragon Ball]
FanfictionEste es un mundo en el que las bestias llevan sonrisas impecables y las criaturas indefensas tienen cuernos enormes. Un mundo en el que un corazón solitario vale su peso en oro para los cazadores furtivos. Él va en busca de dinero fácil. Encontra...