Dieciocho: Sobre la humanidad

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Una semana después, Beryl despertó de otra pesadilla

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Una semana después, Beryl despertó de otra pesadilla. Las imágenes de lo que había vivido no se habían ido del todo de su cabeza. Pero estaba de vuelta, en la casa cápsula de siempre.

Desde la cocina, llegó el aroma del desayuno recién preparado. Alguien se había levantado antes que ella y había quemado las tostadas. Ya se imaginaba quién podía ser.

Fue hacia la ventana, corrió uno de los paños de la cortina y allí estaban. Las otras dos casas cápsulas de los enviados del FEU para investigar el incidente de la muerte de Ariadna, el ejemplar hembra de minotauro. La sola visión de aquellas cúpulas blancas, insertadas a la fuerza en el bosque de la isla, era un poco grotesca. Así y todo, a la bióloga no podía darle más tranquilidad el saber que estaba acompañada por los suyos. Aunque fuese algo temporal.

Se encaminó a la cocina, ansiosa, en su pijama desgastado y con su cabello revuelto por las mil vueltas sobre la almohada en una noche de mal sueño. Entonces, se encontró con quien esperaba. La muchacha pelirroja y regordeta que hacía un desastre con su tostadora, mientras derramaba el café, aún no se había dado cuenta de que ella estaba mirándola.

—¿Desde cuándo te dejan encargada de la comida, Ruby Garnet? ¿No había suficiente caos en esta isla?

La aludida dio un respingo, con el que casi tira al suelo la taza que tenía delante en la mesada.

—¡Ah, me asustaste! —exclamó—. Nadie me puso aquí, es que acabo de llegar desde la Capital del Este, trayendo los suministros para todos ustedes. ¿No tengo derecho a tomar al menos un desayuno decente?

Beryl estaba por contestarle, cuando entró a la casa uno de los miembros del equipo de investigación del FEU. Era un hombre-tigre de unos treinta y tantos años y muy pocas pulgas. En más de un sentido.

—Ah, pensé que algo se había incendiado aquí adentro, resulta que nuestra genia de la cocina ha pisado la isla —comentó el hombre, con sorna—. Felicidades, Garnet, es lo más asqueroso que he olido.

—Vete a la mierda, Onyx —contestó la pelirroja, mientras raspaba el negro de sus tostadas con un cuchillo.

Él se apoyó en el marco de la cocina y le sonrió de lado.

—Iré, pero detrás de ti, como siempre.

Viendo que aquellos dos estaban por empezar una de sus discusiones interminables, la única residente permanente de Viridis decidió intervenir.

—Vamos, hombre, este pijama es casi transparente. Espera afuera a que terminemos de arreglarnos y luego hablaremos.

Recién entonces, el hombre-tigre pareció notar la presencia de Beryl en la casa.

—Stone, a menos que seas otro ejemplar de animal a punto de extinguirse, no me interesa que estés bailando en pelotas en medio de la sala.

La bióloga se sobresaltó al oírlo.

El corazón del minotauro [17 - Dragon Ball]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora